La declaración más chocante tras el Huracán Katrina fue la afirmación del Presidente George W. Bush de que "no pienso que nadie haya podido prever que cederían los diques" que protegen Nueva Orleans de las inundaciones. La mayor parte de la ciudad está construida por debajo del nivel del mar y debe protegerse con diques para mantener el agua bajo control. La preocupación de que los diques pudieran romperse en medio de un huracán potente era común entre científicos, ingenieros y expertos en preparación frente a emergencias. Y, no obstante, aparentemente Bush no sabía de estas inquietudes, incluso días después de que el huracán destruyera los diques e inundara la ciudad.
Aquí queda en evidencia un simple hecho que va mucho más allá de este huracán en particular, e incluso de este presidente en particular: en la política estadounidense existe una profunda desconexión entre el conocimiento científico y las decisiones políticas. Bush tiene una gran responsabilidad en ello. Ha demostrado ser uno de los presidentes estadounidenses menos informados en lo referente a ciencia, y uno de los más dispuestos a convertir en político un tema científico.
En los últimos meses, Bush ha menoscabado las teorías biológicas de la evolución a favor de los dogmas fundamentalistas cristianos. Desdeña la climatología y la ciencia de la salud pública cuando entran en conflicto con las creencias -e intereses- de sus partidarios más incondicionales. En pocas palabras, el historial de Bush en cuanto a políticas científicas ha sido terrible.
Los climatólogos han advertido por años que el calentamiento global causado por las emisiones que causan el efecto invernadero y son producidas por el ser humano generarán tormentas más intensas. Si bien no hay una manera científica de vincular un huracán en particular como Katrina con la tendencia de más largo plazo -en el sentido de que Katrina podría haber sido mala suerte en lugar de un cambio climático generado por el hombre-, en todo el mundo la energía de los huracanes ha estado aumentando notablemente.
Lamentablemente, Bush impulsó acciones para desacreditar la climatología en lugar de responder a sus conclusiones. Pidió más plazos para la reducción de las emisiones de los gases que producen el efecto invernadero, el que a su vez hace que aumente la energía de los huracanes.
Según la ciencia subyacente de la que Bush hace caso omiso, los huracanes toman su energía de la calidez del agua del mar. Por eso es que ocurren en regiones tropicales cálidas, y al término de los meses de verano, cuando las temperaturas de la superficie marina se encuentran en su máximo anual. El calentamiento global causado por el hombre no sólo aumenta las temperaturas del aire, sino también las de la superficie marina. Las mayores temperaturas de la superficie marina se traducen en tormentas más potentes en los océanos del mundo.
Los huracanes se miden según tres dimensiones: frecuencia, intensidad y duración. La frecuencia de los huracanes no ha cambiado demasiado; los grandes cambios ha ocurrido en términos de su intensidad y duración.
La intensidad mide la fuerza de un huracán, que incluye las velocidades del viento, y se ha registrado cierto aumento. Sin embargo, el mayor cambio ha sido la duración: cuántos días dura cada huracán.
La duración se ha incrementado notablemente en todo el mundo. La energía total de un huracán se determina multiplicando su intensidad por su duración. Esto también ha aumentado drásticamente, y empeorará a medida que aumenten las temperaturas.
Los científicos e ingenieros que trabajan en el tema del cambio climático ponen énfasis en que los gobiernos deben adoptar dos respuestas principales. La primera, llamada “mitigación”, significa reducir el volumen del cambio climático causado por el hombre.
Esto se puede hacer cambiando el sistema energético del planeta para limitar las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, el principal factor del cambio climático causado por el hombre. Una opción es cambiar a fuentes energéticas que no usen carbono, como las energías renovables (solar y eólica) y la energía nuclear. Otra opción es combinar la energía basada en carbono (carbón, petróleo y gas) con nuevas tecnologías que eviten la emisión de carbono hacia el aire.
La segunda respuesta al cambio climático, llamada “adaptación", requiere que nos preparemos para el cambio climático que está ocurriendo hoy y que aumentará en el futuro. Esto significa prepararse para huracanes más potentes en intensidad y duración.
Sin duda, un gobierno nacional atento se habría dado cuenta de que la región del Golfo de los Estados Unidos es más vulnerable a huracanes de alta intensidad. De hecho, el Huracán Katrina es el tercer huracán más intenso de la historia de los Estados Unidos. Un gobierno así habría emprendido más acciones para reforzar los diques.
La negligencia de la administración Bush es particularmente chocante si se considera el notable nivel de conocimientos científicos que existe en EE.UU. De algún modo, los científicos han sido hechos a un lado por los operadores políticos. No obstante, los desaciertos del gobierno de EE.UU. tienen símiles en muchas partes del mundo, y ciertamente en los países más pobres, donde es escaso el desarrollo científico y donde muchos gobiernos no tienen consejos de asesoría científica a los cuales recurrir.
El Huracán Katrina es una llamada de atención, no sólo para los Estados Unidos, sino para el mundo. Estamos entrando a un periodo donde la buena asesoría científica será vital para nuestra supervivencia. En un planeta superpoblado que sufre de amenazas a nuestro clima y a nuestros océanos, bosques, producción de alimentos y fuentes de agua, y con densidades de población y desplazamiento global que aumentan el riesgo de que ocurran epidemias mundiales, debemos recurrir a lo mejor de nuestro conocimiento científico y de ingeniería para encontrar un camino seguro.
La declaración más chocante tras el Huracán Katrina fue la afirmación del Presidente George W. Bush de que "no pienso que nadie haya podido prever que cederían los diques" que protegen Nueva Orleans de las inundaciones. La mayor parte de la ciudad está construida por debajo del nivel del mar y debe protegerse con diques para mantener el agua bajo control. La preocupación de que los diques pudieran romperse en medio de un huracán potente era común entre científicos, ingenieros y expertos en preparación frente a emergencias. Y, no obstante, aparentemente Bush no sabía de estas inquietudes, incluso días después de que el huracán destruyera los diques e inundara la ciudad.
Aquí queda en evidencia un simple hecho que va mucho más allá de este huracán en particular, e incluso de este presidente en particular: en la política estadounidense existe una profunda desconexión entre el conocimiento científico y las decisiones políticas. Bush tiene una gran responsabilidad en ello. Ha demostrado ser uno de los presidentes estadounidenses menos informados en lo referente a ciencia, y uno de los más dispuestos a convertir en político un tema científico.
En los últimos meses, Bush ha menoscabado las teorías biológicas de la evolución a favor de los dogmas fundamentalistas cristianos. Desdeña la climatología y la ciencia de la salud pública cuando entran en conflicto con las creencias -e intereses- de sus partidarios más incondicionales. En pocas palabras, el historial de Bush en cuanto a políticas científicas ha sido terrible.
Los climatólogos han advertido por años que el calentamiento global causado por las emisiones que causan el efecto invernadero y son producidas por el ser humano generarán tormentas más intensas. Si bien no hay una manera científica de vincular un huracán en particular como Katrina con la tendencia de más largo plazo -en el sentido de que Katrina podría haber sido mala suerte en lugar de un cambio climático generado por el hombre-, en todo el mundo la energía de los huracanes ha estado aumentando notablemente.
Lamentablemente, Bush impulsó acciones para desacreditar la climatología en lugar de responder a sus conclusiones. Pidió más plazos para la reducción de las emisiones de los gases que producen el efecto invernadero, el que a su vez hace que aumente la energía de los huracanes.
Según la ciencia subyacente de la que Bush hace caso omiso, los huracanes toman su energía de la calidez del agua del mar. Por eso es que ocurren en regiones tropicales cálidas, y al término de los meses de verano, cuando las temperaturas de la superficie marina se encuentran en su máximo anual. El calentamiento global causado por el hombre no sólo aumenta las temperaturas del aire, sino también las de la superficie marina. Las mayores temperaturas de la superficie marina se traducen en tormentas más potentes en los océanos del mundo.
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Los huracanes se miden según tres dimensiones: frecuencia, intensidad y duración. La frecuencia de los huracanes no ha cambiado demasiado; los grandes cambios ha ocurrido en términos de su intensidad y duración.
La intensidad mide la fuerza de un huracán, que incluye las velocidades del viento, y se ha registrado cierto aumento. Sin embargo, el mayor cambio ha sido la duración: cuántos días dura cada huracán.
La duración se ha incrementado notablemente en todo el mundo. La energía total de un huracán se determina multiplicando su intensidad por su duración. Esto también ha aumentado drásticamente, y empeorará a medida que aumenten las temperaturas.
Los científicos e ingenieros que trabajan en el tema del cambio climático ponen énfasis en que los gobiernos deben adoptar dos respuestas principales. La primera, llamada “mitigación”, significa reducir el volumen del cambio climático causado por el hombre.
Esto se puede hacer cambiando el sistema energético del planeta para limitar las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, el principal factor del cambio climático causado por el hombre. Una opción es cambiar a fuentes energéticas que no usen carbono, como las energías renovables (solar y eólica) y la energía nuclear. Otra opción es combinar la energía basada en carbono (carbón, petróleo y gas) con nuevas tecnologías que eviten la emisión de carbono hacia el aire.
La segunda respuesta al cambio climático, llamada “adaptación", requiere que nos preparemos para el cambio climático que está ocurriendo hoy y que aumentará en el futuro. Esto significa prepararse para huracanes más potentes en intensidad y duración.
Sin duda, un gobierno nacional atento se habría dado cuenta de que la región del Golfo de los Estados Unidos es más vulnerable a huracanes de alta intensidad. De hecho, el Huracán Katrina es el tercer huracán más intenso de la historia de los Estados Unidos. Un gobierno así habría emprendido más acciones para reforzar los diques.
La negligencia de la administración Bush es particularmente chocante si se considera el notable nivel de conocimientos científicos que existe en EE.UU. De algún modo, los científicos han sido hechos a un lado por los operadores políticos. No obstante, los desaciertos del gobierno de EE.UU. tienen símiles en muchas partes del mundo, y ciertamente en los países más pobres, donde es escaso el desarrollo científico y donde muchos gobiernos no tienen consejos de asesoría científica a los cuales recurrir.
El Huracán Katrina es una llamada de atención, no sólo para los Estados Unidos, sino para el mundo. Estamos entrando a un periodo donde la buena asesoría científica será vital para nuestra supervivencia. En un planeta superpoblado que sufre de amenazas a nuestro clima y a nuestros océanos, bosques, producción de alimentos y fuentes de agua, y con densidades de población y desplazamiento global que aumentan el riesgo de que ocurran epidemias mundiales, debemos recurrir a lo mejor de nuestro conocimiento científico y de ingeniería para encontrar un camino seguro.