BERLÍN – En los círculos relacionados con políticas sobre el cambio climático, existe un amplio consenso en torno al objetivo de limitar el calentamiento global a un máximo de dos grados centígrados por sobre los niveles previos a la revolución industrial. Aun así, a menos que en el futuro cercano haya grandes avances en las negociaciones de las Naciones Unidas y se reviertan las actuales tendencias de emisiones, se trata de una meta casi imposible de cumplir.
Sin embargo, si los líderes mundiales abandonan ese objetivo, deberán tomar una decisión estratégica fundamental sobre la estructura y los niveles de rigurosidad de un nuevo objetivo climático. Así, la política internacional sobre el clima precisa de un cambio de paradigma. El enfoque basado en supuestos científicos de traducir un límite global de temperatura a presupuestos de emisiones nacionales específicos es políticamente impracticable. En lugar de ello, los países con sólidas prioridades para contrarrestar el cambio climático deben promover fórmulas dinámicas para establecer objetivos.
El objetivo de los dos grados es el principal punto de referencia en el debate actual sobre el clima. Por lo general, se considera que un aumento correspondiente de la temperatura media global es el límite más allá del cual los efectos del cambio climático podrían volverse peligrosos. Pero, al contrario de la creencia general, el último informe de evaluación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC) no hizo llamado alguno en torno a esta meta, que desde mediados de los años 90 ha actuado como rumbo y símbolo para establecer un conjunto de medidas ambiciosas pero realistas sobre el cambio climático.
La Unión Europea fue la principal fuerza que promovió el objetivo de los dos grados en la arena internacional. Los ministros de medio ambiente de Europa han promovido esta meta desde 1996. Antes de la cumbre climática de Copenhague de fines de 2009, la UE logró que todas las partes relevantes (incluso China, India, Rusia y Estados Unidos) estuvieran en las negociaciones para comprometerse con el objetivo de los dos grados.
En el "Acuerdo de Copenhague", la ONU finalmente reconoció el objetivo, aunque sin ninguna medida vinculante para lograrlo. Hay pocas esperanzas de que esto cambie en la próxima cumbre, que se realizará el mes próximo en Cancún, México.
Puesto que las cantidades de gases de invernadero emitidas hasta ahora elevarán las temperaturas en 1,5 grados centígrados en comparación con los tiempos anteriores a la revolución industrial, es necesario tomar decisiones políticas de envergadura para poder alcanzar el objetivo de los dos grados. La ciencia climática supone que en los próximos años se llegará al punto máximo de las emisiones globales, pero hay pocos indicios que sugieran que, si se revierten las tendencias actuales, el cambio que esto implique será siquiera perceptible para entonces.
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Así que, en algún momento del futuro cercano, una creciente cantidad de voces de la comunidad científica que estudia el clima debe rechazar definitivamente la posibilidad de seguir girando en torno al objetivo de los dos grados. Cuando eso ocurra, no bastará con simplemente promover una meta menos exigente, que con toda probabilidad sería de 2,5 o 3 grados.
Según el paradigma actual, el objetivo global se define dentro de categorías científicas y se entiende como un límite superior absoluto. Siguiendo este enfoque "desde arriba", todos los esfuerzos iniciales se han centrado en crear un tratado global sobre el clima, con fuerte énfasis en la realización de negociaciones globales al tiempo que se presta poca atención a los esfuerzos concretos que llevan y pueden llevar a cabo los países industrializados y en proceso de industrialización por revertir los niveles de carbono.
Esto ha llevado a un punto muerto, ya que los gobiernos siempre pueden culpar a los demás si se fracasa. Incluso la UE ha usado este argumento para justificar su rechazo a aumentar su objetivo de reducción de gases de invernadero para el año 2020 de un 20 a un 30%, aunque sería bastante equitativo que Europa asumiera esta tarea en su camino hacia el logro del objetivo de los dos grados.
Un paradigma alternativo habría sido combinar pragmatismo con una visión global positiva. Una posibilidad es establecer la "neutralidad climática" como objetivo global de largo plazo (es decir, trabajar por reducir las emisiones netas de gases de invernadero a cero). Incluso si este objetivo se vinculara inicialmente a un marco cronológico definido en términos generales, establecería el estándar de acción con referencia al cual todos los países se tendrían que medir.
Dentro de un marco de trabajo así, los países que promueven políticas climáticas ambiciosas, como la UE, Suiza o Japón, se enfrentarían a la tarea de comprometerse a muy rigurosas medidas de descarbonización. Tendrían que reunir y presentar evidencias de que una economía con bajas emisiones de carbono es técnicamente factible y rentable en lo económico, generando resultados positivos no sólo para el clima, sino también para los precios de la energía y la seguridad del suministro. Si estos pioneros tuvieran éxito, otros países del G-20 seguirían la misma senda por su propio beneficio.
Este tipo de enfoque "desde abajo" permitiría lograr una reducción importante de las emisiones. No hay duda de que, bajo el principio "desde arriba" que predomina hoy en día, es imposible predecir el aumento de temperatura que el planeta podría soportar. Sin embargo, si se conociera esa cifra, difícilmente se adoptarían medidas reales para modificarlo. Puesto que atenerse a un límite de temperatura estricto no es una opción políticamente viable, centrar la política climática en puntos de referencia flexibles como la "neutralidad climática" sería más eficaz en el corto plazo y más prometedor en el largo plazo.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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BERLÍN – En los círculos relacionados con políticas sobre el cambio climático, existe un amplio consenso en torno al objetivo de limitar el calentamiento global a un máximo de dos grados centígrados por sobre los niveles previos a la revolución industrial. Aun así, a menos que en el futuro cercano haya grandes avances en las negociaciones de las Naciones Unidas y se reviertan las actuales tendencias de emisiones, se trata de una meta casi imposible de cumplir.
Sin embargo, si los líderes mundiales abandonan ese objetivo, deberán tomar una decisión estratégica fundamental sobre la estructura y los niveles de rigurosidad de un nuevo objetivo climático. Así, la política internacional sobre el clima precisa de un cambio de paradigma. El enfoque basado en supuestos científicos de traducir un límite global de temperatura a presupuestos de emisiones nacionales específicos es políticamente impracticable. En lugar de ello, los países con sólidas prioridades para contrarrestar el cambio climático deben promover fórmulas dinámicas para establecer objetivos.
El objetivo de los dos grados es el principal punto de referencia en el debate actual sobre el clima. Por lo general, se considera que un aumento correspondiente de la temperatura media global es el límite más allá del cual los efectos del cambio climático podrían volverse peligrosos. Pero, al contrario de la creencia general, el último informe de evaluación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC) no hizo llamado alguno en torno a esta meta, que desde mediados de los años 90 ha actuado como rumbo y símbolo para establecer un conjunto de medidas ambiciosas pero realistas sobre el cambio climático.
La Unión Europea fue la principal fuerza que promovió el objetivo de los dos grados en la arena internacional. Los ministros de medio ambiente de Europa han promovido esta meta desde 1996. Antes de la cumbre climática de Copenhague de fines de 2009, la UE logró que todas las partes relevantes (incluso China, India, Rusia y Estados Unidos) estuvieran en las negociaciones para comprometerse con el objetivo de los dos grados.
En el "Acuerdo de Copenhague", la ONU finalmente reconoció el objetivo, aunque sin ninguna medida vinculante para lograrlo. Hay pocas esperanzas de que esto cambie en la próxima cumbre, que se realizará el mes próximo en Cancún, México.
Puesto que las cantidades de gases de invernadero emitidas hasta ahora elevarán las temperaturas en 1,5 grados centígrados en comparación con los tiempos anteriores a la revolución industrial, es necesario tomar decisiones políticas de envergadura para poder alcanzar el objetivo de los dos grados. La ciencia climática supone que en los próximos años se llegará al punto máximo de las emisiones globales, pero hay pocos indicios que sugieran que, si se revierten las tendencias actuales, el cambio que esto implique será siquiera perceptible para entonces.
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Así que, en algún momento del futuro cercano, una creciente cantidad de voces de la comunidad científica que estudia el clima debe rechazar definitivamente la posibilidad de seguir girando en torno al objetivo de los dos grados. Cuando eso ocurra, no bastará con simplemente promover una meta menos exigente, que con toda probabilidad sería de 2,5 o 3 grados.
Según el paradigma actual, el objetivo global se define dentro de categorías científicas y se entiende como un límite superior absoluto. Siguiendo este enfoque "desde arriba", todos los esfuerzos iniciales se han centrado en crear un tratado global sobre el clima, con fuerte énfasis en la realización de negociaciones globales al tiempo que se presta poca atención a los esfuerzos concretos que llevan y pueden llevar a cabo los países industrializados y en proceso de industrialización por revertir los niveles de carbono.
Esto ha llevado a un punto muerto, ya que los gobiernos siempre pueden culpar a los demás si se fracasa. Incluso la UE ha usado este argumento para justificar su rechazo a aumentar su objetivo de reducción de gases de invernadero para el año 2020 de un 20 a un 30%, aunque sería bastante equitativo que Europa asumiera esta tarea en su camino hacia el logro del objetivo de los dos grados.
Un paradigma alternativo habría sido combinar pragmatismo con una visión global positiva. Una posibilidad es establecer la "neutralidad climática" como objetivo global de largo plazo (es decir, trabajar por reducir las emisiones netas de gases de invernadero a cero). Incluso si este objetivo se vinculara inicialmente a un marco cronológico definido en términos generales, establecería el estándar de acción con referencia al cual todos los países se tendrían que medir.
Dentro de un marco de trabajo así, los países que promueven políticas climáticas ambiciosas, como la UE, Suiza o Japón, se enfrentarían a la tarea de comprometerse a muy rigurosas medidas de descarbonización. Tendrían que reunir y presentar evidencias de que una economía con bajas emisiones de carbono es técnicamente factible y rentable en lo económico, generando resultados positivos no sólo para el clima, sino también para los precios de la energía y la seguridad del suministro. Si estos pioneros tuvieran éxito, otros países del G-20 seguirían la misma senda por su propio beneficio.
Este tipo de enfoque "desde abajo" permitiría lograr una reducción importante de las emisiones. No hay duda de que, bajo el principio "desde arriba" que predomina hoy en día, es imposible predecir el aumento de temperatura que el planeta podría soportar. Sin embargo, si se conociera esa cifra, difícilmente se adoptarían medidas reales para modificarlo. Puesto que atenerse a un límite de temperatura estricto no es una opción políticamente viable, centrar la política climática en puntos de referencia flexibles como la "neutralidad climática" sería más eficaz en el corto plazo y más prometedor en el largo plazo.