LONDRES – Ya han pasado más de 15 años desde la efervescencia de la crisis financiera global, cuando se produjo la quiebra de Lehman Brothers, Bear Stearns y el Royal Bank of Scotland (entre otros). En aquel momento, los grandes bancos merecían el maremoto de oprobio con el que se enfrentaron y aceptaron, debidamente, enormes incrementos de los requerimientos de capital, prohibiciones de dividendos y otros controles sobre distribuciones y remuneraciones. Hace pocos años, quienes pusieron en peligro su pellejo por decir “ya basta” todavía sienten el silbido de las balas cerca de sus oídos.
Ahora bien, ¿los ánimos cambiaron finalmente? ¿Las reputaciones políticas de los bancos se han rehabilitado ahora que los estragos de la crisis financiera han quedado en el pasado, y luego de una pandemia en la que fueron parte de la solución y no el origen del problema? Las respuestas a estos interrogantes dependen mucho de la geografía.
Por ejemplo, si estuviéramos en Estados Unidos, tres quiebras bancarias notables en 2023 -Silicon Valley Bank, First Republic y Signature Bank- podrían llevarnos a pensar que los bancos son parias. Pero eso no ha impedido que los bancos estadounidenses adoptaran una postura agresiva en relación con las propuestas de la Reserva Federal de Estados Unidos de una implementación rigurosa de la parte final de las reformas de capital de Basilea 3.
Los reguladores han llamado a estas reformas “Basilea 3.1”, lo que sugiere que son apenas un ejercicio de ordenamiento para atar unos pocos cabos sueltos. Pero los bancos estadounidenses prefieren hablar de “Final de partida de Basilea”, lo que tiene connotaciones bastante diferentes. No podría decir si la referencia a la obra apocalíptica de Samuel Beckett es deliberada, pero ciertamente sube la apuesta de forma considerable. El Bank Policy Institute -un grupo comercial de la industria bancaria- ha venido publicando anuncios en los que advierte que las propuestas agobiarían a las familias y a las pequeñas empresas con costos de endeudamiento más elevados o, inclusive, con una pérdida de acceso al crédito.
Es demasiado pronto para decir si la Fed se verá movilizada por esta campaña. Pero cuesta imaginar algo así en Europa. Sinceramente dudo de que los bancos europeos tengan la autoconfianza como para llevar sus argumentos sobre los requerimientos de capital -y, en efecto, tienen algunos- al tribunal de la opinión pública, donde el jurado sigue teniendo una fuerte postura en su contra.
Con los aumentos de las tasas de interés, la rentabilidad de los bancos se ha incrementado después de varios años magros. Al detectar réditos útiles de alzas impositivas que hasta podrían ser populares, muchos países europeos han implementado regímenes fiscales especiales con la mira en el sector bancario. España ha introducido un impuesto sobre los ingresos, no sólo las ganancias, y Eslovaquia recientemente anunció algo similar. El nuevo régimen fiscal de Italia es de una complejidad bizantina, pero recaudará algunes ingresos adicionales. Y Bélgica ha planteado una emisión de bonos gubernamentales centrada en el mercado minorista explícitamente diseñada para sacar depósitos del sector bancario donde, a los ojos del gobierno, no están remunerados como corresponde. El resultado fue algo parecido a una corrida bancaria patrocinada por el gobierno.
At a time when democracy is under threat, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided. Subscribe now and save $50 on a new subscription.
Subscribe Now
No sorprende que los gobiernos, en la izquierda, como es el caso de España, y en la derecha, como sucede en Italia, hayan llegado a conclusiones similares sobre la banca. Los votantes socialistas nunca han simpatizado con los banqueros, y la extrema derecha de Europa -que viene creciendo en casi todas partes- siempre ha coqueteado con una retórica sobre conspiraciones de los banqueros, por lo general con un par de Rothschild agazapados en las sombras.
Como es habitual, el Reino Unido está en el medio entre Estados Unidos y Europa. Si bien no ha introducido ningún incremento fiscal dirigido, ya tiene una tasa bancaria especial que data de hace más de diez años. Gran parte de la presión política recientemente se ha centrado en la percepción de que los bancos se han demorado en trasladar las alzas de las tasas de interés a los depositantes. En este sentido, los planes de Basilea 3.1 del Banco de Inglaterra (BOE) son bastante más duros que los contemplados del otro lado del Canal.
Aun así, el gobierno ha tomado una medida que seguramente hará felices a (unos pocos) banqueros: eliminó la restricción sobre los bonos. En 2014, la Autoridad Bancaria Europea puso un tope a los bonos de los banqueros en un 100% de la remuneración básica, o 200% con una aprobación explícita de los accionistas. El BOE se opuso a esta política en aquel momento, con el argumento de que aumentar la proporción fija de la remuneración de los banqueros de inversión y de los operadores tornaría más vulnerables a sus instituciones en una crisis.
Al eliminar el tope, el Reino Unido hará que los bancos norteamericanos en Londres sean más atractivos para los nuevos empleados que sus contrapartes europeas (Barclays será el único banco británico particularmente afectado, porque es el único que todavía tiene una operación de banca de inversión considerable). En consecuencia, uno podría haber pensado que los bancos de la UE iban a decir que debía eliminarse el tope en todo el continente. Pero, hasta ahora, se han mordido la lengua. La hostilidad hacia los banqueros sigue siendo fuerte al interior de la Unión Europea, y las elecciones del Parlamento Europeo son en junio. Una campaña publicitaria al estilo norteamericano que exija bonos de siete cifras para los operadores de derivados en problemas podría no generar la reacción deseada.
Pareciera, entonces, que los bancos europeos seguirán sin ser queridos y sin ser libres, mientras que los bancos estadounidenses siguen ganando participación de mercado en Europa, con un incremento del precio de sus acciones (en relación con el valor nominal) significativamente más alto que los bancos en la UE o el Reino Unido. Esto no es ideal. Con su economía en dificultades para recuperar impulso luego del COVID-19 y de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, Europa necesita un sistema bancario competitivo. Su marco regulatorio e impositivo debería estar determinado por un análisis racional, no por recuerdos de pecados pasados. Mario Draghi, a quien la Comisión Europea encomendó explorar maneras de mejorar la competitividad del continente, debería tener esta cuestión en mente.
To have unlimited access to our content including in-depth commentaries, book reviews, exclusive interviews, PS OnPoint and PS The Big Picture, please subscribe
South Korea's latest political crisis is further evidence that the 1987 constitution has outlived its usefulness. To facilitate better governance and bolster policy stability, the country must establish a new political framework that includes stronger checks on the president and fosters genuine power-sharing.
argues that breaking the cycle of political crises will require some fundamental reforms.
Among the major issues that will dominate attention in the next 12 months are the future of multilateralism, the ongoing wars in Ukraine and the Middle East, and the threats to global stability posed by geopolitical rivalries and Donald Trump’s second presidency. Advances in artificial intelligence, if regulated effectively, offer a glimmer of hope.
asked PS contributors to identify the national and global trends to look out for in the coming year.
LONDRES – Ya han pasado más de 15 años desde la efervescencia de la crisis financiera global, cuando se produjo la quiebra de Lehman Brothers, Bear Stearns y el Royal Bank of Scotland (entre otros). En aquel momento, los grandes bancos merecían el maremoto de oprobio con el que se enfrentaron y aceptaron, debidamente, enormes incrementos de los requerimientos de capital, prohibiciones de dividendos y otros controles sobre distribuciones y remuneraciones. Hace pocos años, quienes pusieron en peligro su pellejo por decir “ya basta” todavía sienten el silbido de las balas cerca de sus oídos.
Ahora bien, ¿los ánimos cambiaron finalmente? ¿Las reputaciones políticas de los bancos se han rehabilitado ahora que los estragos de la crisis financiera han quedado en el pasado, y luego de una pandemia en la que fueron parte de la solución y no el origen del problema? Las respuestas a estos interrogantes dependen mucho de la geografía.
Por ejemplo, si estuviéramos en Estados Unidos, tres quiebras bancarias notables en 2023 -Silicon Valley Bank, First Republic y Signature Bank- podrían llevarnos a pensar que los bancos son parias. Pero eso no ha impedido que los bancos estadounidenses adoptaran una postura agresiva en relación con las propuestas de la Reserva Federal de Estados Unidos de una implementación rigurosa de la parte final de las reformas de capital de Basilea 3.
Los reguladores han llamado a estas reformas “Basilea 3.1”, lo que sugiere que son apenas un ejercicio de ordenamiento para atar unos pocos cabos sueltos. Pero los bancos estadounidenses prefieren hablar de “Final de partida de Basilea”, lo que tiene connotaciones bastante diferentes. No podría decir si la referencia a la obra apocalíptica de Samuel Beckett es deliberada, pero ciertamente sube la apuesta de forma considerable. El Bank Policy Institute -un grupo comercial de la industria bancaria- ha venido publicando anuncios en los que advierte que las propuestas agobiarían a las familias y a las pequeñas empresas con costos de endeudamiento más elevados o, inclusive, con una pérdida de acceso al crédito.
Es demasiado pronto para decir si la Fed se verá movilizada por esta campaña. Pero cuesta imaginar algo así en Europa. Sinceramente dudo de que los bancos europeos tengan la autoconfianza como para llevar sus argumentos sobre los requerimientos de capital -y, en efecto, tienen algunos- al tribunal de la opinión pública, donde el jurado sigue teniendo una fuerte postura en su contra.
Con los aumentos de las tasas de interés, la rentabilidad de los bancos se ha incrementado después de varios años magros. Al detectar réditos útiles de alzas impositivas que hasta podrían ser populares, muchos países europeos han implementado regímenes fiscales especiales con la mira en el sector bancario. España ha introducido un impuesto sobre los ingresos, no sólo las ganancias, y Eslovaquia recientemente anunció algo similar. El nuevo régimen fiscal de Italia es de una complejidad bizantina, pero recaudará algunes ingresos adicionales. Y Bélgica ha planteado una emisión de bonos gubernamentales centrada en el mercado minorista explícitamente diseñada para sacar depósitos del sector bancario donde, a los ojos del gobierno, no están remunerados como corresponde. El resultado fue algo parecido a una corrida bancaria patrocinada por el gobierno.
HOLIDAY SALE: PS for less than $0.7 per week
At a time when democracy is under threat, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided. Subscribe now and save $50 on a new subscription.
Subscribe Now
No sorprende que los gobiernos, en la izquierda, como es el caso de España, y en la derecha, como sucede en Italia, hayan llegado a conclusiones similares sobre la banca. Los votantes socialistas nunca han simpatizado con los banqueros, y la extrema derecha de Europa -que viene creciendo en casi todas partes- siempre ha coqueteado con una retórica sobre conspiraciones de los banqueros, por lo general con un par de Rothschild agazapados en las sombras.
Como es habitual, el Reino Unido está en el medio entre Estados Unidos y Europa. Si bien no ha introducido ningún incremento fiscal dirigido, ya tiene una tasa bancaria especial que data de hace más de diez años. Gran parte de la presión política recientemente se ha centrado en la percepción de que los bancos se han demorado en trasladar las alzas de las tasas de interés a los depositantes. En este sentido, los planes de Basilea 3.1 del Banco de Inglaterra (BOE) son bastante más duros que los contemplados del otro lado del Canal.
Aun así, el gobierno ha tomado una medida que seguramente hará felices a (unos pocos) banqueros: eliminó la restricción sobre los bonos. En 2014, la Autoridad Bancaria Europea puso un tope a los bonos de los banqueros en un 100% de la remuneración básica, o 200% con una aprobación explícita de los accionistas. El BOE se opuso a esta política en aquel momento, con el argumento de que aumentar la proporción fija de la remuneración de los banqueros de inversión y de los operadores tornaría más vulnerables a sus instituciones en una crisis.
Al eliminar el tope, el Reino Unido hará que los bancos norteamericanos en Londres sean más atractivos para los nuevos empleados que sus contrapartes europeas (Barclays será el único banco británico particularmente afectado, porque es el único que todavía tiene una operación de banca de inversión considerable). En consecuencia, uno podría haber pensado que los bancos de la UE iban a decir que debía eliminarse el tope en todo el continente. Pero, hasta ahora, se han mordido la lengua. La hostilidad hacia los banqueros sigue siendo fuerte al interior de la Unión Europea, y las elecciones del Parlamento Europeo son en junio. Una campaña publicitaria al estilo norteamericano que exija bonos de siete cifras para los operadores de derivados en problemas podría no generar la reacción deseada.
Pareciera, entonces, que los bancos europeos seguirán sin ser queridos y sin ser libres, mientras que los bancos estadounidenses siguen ganando participación de mercado en Europa, con un incremento del precio de sus acciones (en relación con el valor nominal) significativamente más alto que los bancos en la UE o el Reino Unido. Esto no es ideal. Con su economía en dificultades para recuperar impulso luego del COVID-19 y de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, Europa necesita un sistema bancario competitivo. Su marco regulatorio e impositivo debería estar determinado por un análisis racional, no por recuerdos de pecados pasados. Mario Draghi, a quien la Comisión Europea encomendó explorar maneras de mejorar la competitividad del continente, debería tener esta cuestión en mente.