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La insaciable búsqueda de estatus

ZÚRICH – Los multimillonarios no están acostumbrados a esperar en las filas, en especial no bajo un calor abrumador. Pero Art Basel, la feria de arte más influyente del mundo, a menudo genera una actividad frenética a las 11 a.m. del día de apertura, cuando los compradores más sustanciales y ansiosos pugnan por adquirir obras raras o descubrir una esquiva pieza que falta en sus colecciones. La versión de este año, que acaba de concluir, presentó a 284 galerías de 36 países que exhibían obras de 3200 artistas contemporáneos.

El Índice Mei Moses de Sotheby’s, el indicador más respetado sobre los precios del arte, se ha octuplicado desde que Art Basel se inaugurara en 1970. En 2017, el Príncipe Saudí de la Corona, Mohammed bin Salman, llegó a aparecer en los titulares globales al pagar $450 millones por el cuadro “Salvator Mundi” de Leonardo da Vinci, la pintura más cara jamás vendida.

Las leyes de la oferta y la demanda sugieren que los precios deberían seguir subiendo. Por el lado de la oferta, el hecho de que la mayor parte de los artistas sobresalientes del planeta ya hayan fallecido y que los museos y los coleccionistas de arte sigan adquiriendo las mejores obras implican que las existencias disponibles son cada vez más escasas. Más aún, cada obra es, en lo esencial, un monopolio, debido a su carácter único inherente.

Por lado de la demanda,  poseer una obra reconocida de un artista afamado se ha convertido en el máximo símbolo de estatus. Después de todo, ser dueño de un reloj Patek Philippe, un Bentley, o incluso una lujosa casa en los Hamptons es nada en comparación con comprar un Picasso. Al gastarse $100 millones en una pintura, los coleccionistas manifiestan su capacidad de destinar una colosal suma de dinero a un objeto que nunca generará dividendos ni ingresos. Su placer es completo cuando un rival le compra una pieza a un precio más alto que el que pagaron.

Sin embargo, hay señales de que el mercado puede estar cambiando. Desde la crisis financiera de 2008, Art Basel se ha convertido en un indicador líder de la situación de los súper ricos y, por consiguiente, del aumento de la desigualdad global de la riqueza. A medida que las fortunas de los multimillonarios han crecido más de un 380% desde 2009, las ventas de arte también lo han hecho, con casi un 700% de aumento en el segmento de las ventas superiores a los $10 millones.

Hace más de una década, Benjamin Mandel, entonces economista del Banco de Reserva Federal de Nueva York, comenzó a estudiar el mercado del arte. Al principio, pensaba que el mercado estaba creciendo a un ritmo insostenible, ya que los precios crecían más rápido que el PIB global. Sin embargo, tras investigar un poco más, Mandel concluyó que el mercado de las bellas artes refleja sólo en parte el estado de la economía global que lo contiene. En pocas palabras, es un mercado creado para y por los magnates, y estos juegan con reglas distintas que el resto del mundo.

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La lógica de Mandel era clara. Si la población de compradores multimillonarios y sus fortunas crecen mucho más rápido que la oferta disponible, el mercado del arte reflejará ese aumento de la desigualdad de la riqueza. Teniendo eso en mente, no es de sorprender que algunos de los coleccionistas más prominentes del mundo también se cuenten entre los inversionistas más acaudalados, como Ken Griffin, Director Ejecutivo de Citadel, David Bonderman, socio fundador de TGP y Steve Cohen, Director Ejecutivo de Point72.

Sin embargo, hay tendencias recientes que ponen en duda la tesis de Mandel. A pesar del aumento del número de multimillonarios, las ventas y los precios de las obras de arte se han estancado. El estado de ánimo prevaleciente en el Art Basel de este año era de ansiedad, a medida que los tratantes recorrían los salones en busca de respuestas. Algunos especulan que el estado del mercado del arte indica que la confianza de los más adinerados del planeta está a la baja. Cuando la economía se encuentra en auge, los coleccionistas se inclinan a invertir en arte y aprovechar el apalancamiento, en especial cuando los costos de endeudarse son bajos. Pero estas dinámicas pueden cambiar rápidamente durante las recesiones. Por ejemplo, la crisis del 2008 hizo que los precios del arte cayeran en un 60%.

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El mercado del arte es notable por iliquidez. Puesto que un puñado de compradores remotos fijan los precios, las contracciones tienden a ser repentinas y abruptas. Los mismos coleccionistas que se mostraban ansiosos por comprar cuando los precios estaban en alza, súbitamente son reluctantes a ofertar cuando van a la baja. Un buen ejemplo es la caída del mercado del arte de principios de la década de 1990, que estuvo precedida por la crisis del mercado de valores de 1987 y el colapso de la burbuja japonesa de los precios de los activos.

Para que aumenten los precios es necesario que entren nuevos compradores, lo que ha llevado a algunos tratantes bien establecidos a inquietarse por que el mercado haya llegado a un punto de agotamiento. Como me dijera un respetado galerista, “Mientras más altos los precios, más difícil se hace respirar”. Eso no es por falta de iniciativa. La galería global Gagosian se ha ampliado a 21 ubicaciones y su rival Hauser & Wirth posee 18 espacios, incluidas algunas instalaciones recreacionales remotas en Somerset y Menorca, ideadas para atraer coleccionistas adinerados. Ambas galerías emplean grandes equipos de ventas y promueven activamente a sus artistas. Pero los clientes potenciales viajan menos y cuesta más conseguirlos. Mientras tanto, los chinos, compradores marginales significativos históricamente, se han reducido en medio de un cambio hacia la desglobalización.

Los inversionistas tienden a construir narrativas reconfortantes como el “punto de inflexión de Powell” y el “toque de Greenspan”. Como observara Robert J. Shiller, economista laureado con el Nobel, los precios del mercado suelen estar influidos por ellas y pueden divergir de manera importante de los valores fundamentales, dando origen a burbujas especulativas.

En todo caso, la determinación del valor fundamental del arte plantea un desafío único, ya que no genera dividendos y carece de utilidad funcional, lo que lleva a los participantes a poner demasiado peso a las tendencias de los precios. Como sugería Shiller, el aumento de los precios puede impulsar un sentimiento positivo y crear un ciclo que se retroalimenta, y esto puede contribuir a la formación de burbujas especulativos. Sin embargo, otros argumentan que el verdadero valor del arte no es financiero sino “posicional”. En otras palabras, confiere estatus.

No hay lugar a dudas de que el estatus es subjetivo. Por ejemplo, durante el primer día VIP de Art Basel, Hauser & Wirth anunció con orgullo la venta de la escultura de bronce Spider IV de Louise Bourgeois por $22,5 millones. Para algunos, pagar millones de dólares por una ominosa araña de metal sugiere riqueza y un gusto sofisticado. Para otros, es tan torpemente pretencioso como usar una remera Louis Vuitton o pagar por una marca de verificación azul de Twitter. En vez de significar estatus, puede implicar impresionabilidad e inseguridad.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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