Las señales de la peligrosa condición de la economía norteamericana están en todas partes –desde los tediosos déficits fiscales y de cuenta corriente hasta los precios de las viviendas en caída libre y el dólar débil-. Pero hay algo que no aparece en ninguno de los indicadores económicos y que puede estar impulsándolos: el deterioro de la gestión norteamericana, que está socavando no sólo a muchas de las grandes compañías de Estados Unidos, sino también a su legendario espíritu de empresa.
Paradójicamente, un indicador que ha estado mejorando marcadamente en Estados Unidos –la productividad- puede ser la señal más clara del problema. Cuando está en juego la productividad, los gerentes o bien invierten en capacitar a los empleados, en procesos de fabricación más eficientes y cosas por el estilo, o bien toman medidas que parecen incentivar la productividad en el corto plazo pero que a la larga la erosionan.
La productividad es una medida de la producción por hora trabajada. De manera que una compañía que despide a todos sus empleados y luego entrega mercadería de su stock puede parecer muy productiva –hasta que el stock se agota-. Por supuesto, ninguna empresa puede hacer esto, pero muchas compañías norteamericanas se han estado desprendiendo de muchos trabajadores y gerentes de niveles medios –las cifras para enero de 2008 subieron 19% con respecto a un año antes.
Mientras tanto, aquellos empleados que no fueron despedidos deben trabajar mucho más, muchas veces sin una mayor compensación. Los salarios de los trabajadores, ajustados por inflación, cayeron en 2007, lo que perpetúa una tendencia de toda esta década. Eso también es “productivo” –hasta que esta gente que trabaja en exceso se va o se agota.
Una compañía sustentable no es una colección de “recursos humanos”. Es una comunidad de seres humanos. Su fortaleza reside en su gente, su cultura y el renombre comercial que construyó entre sus clientes y proveedores. Así, los trabajadores y los gerentes de niveles medios se han ido de estas compañías y se han llevado consigo no sólo mucha información crítica, sino a menudo también los corazones y las almas de sus empresas, con efectos profundos en la competitividad norteamericana.
Consideremos la alta tecnología, donde se supone que Estados Unidos sobresale. De acuerdo con un informe de noviembre de 2006 de The Task Force on the Future of American Innovation (Grupo de Estudio sobre el Futuro de la Innovación Norteamericana), conformado por prominentes universidades, grupos de expertos, asociaciones comerciales e industriales y corporaciones, el déficit comercial en el campo de la alta tecnología se amplió en 2005, por tercer año consecutivo. No se trata de ropa o automóviles, sino del sector de exportación más grande y más renombrado de Estados Unidos.
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Este déficit refleja un déficit de investigación subyacente. De las 25 compañías que obtuvieron más patentes en Estados Unidos en 2006, sólo ocho eran norteamericanas; 12 eran japonesas. Tal vez esto ayude a explicar por qué, en una encuesta de más de 60.000 personas en 29 países realizada en 2007 por el Reputation Institute con sede en Nueva York para calificar a las “empresas más respetadas del mundo”, la primera compañía norteamericana en la lista aparecía en el puesto número 15; la segunda estaba en el lugar número 25.
Nadie puede determinar qué porcentaje de las ganancias de productividad de Estados Unidos en los últimos años resultó de exprimir el capital humano, porque este tipo de cosas no se miden. Pero claramente se ha recurrido mucho a esta estrategia, según la cual las empresas se desprenden de sus empleados no sólo porque deben hacerlo, sino muchas veces porque no han cumplido con las expectativas financieras de los analistas de Wall Street.
El mayor foco de los gerentes en maximizar el valor accionario cobró muchos adherentes cuando se introdujo la idea en los años 1980: la disciplina impersonal de los mercados financieros obligaría a las empresas a volverse más productivas e innovadoras. Y, de hecho, gran parte del incremento de productividad norteamericana en los años 1980 y 1990 probablemente se pueda atribuir a una inversión en gran escala en tecnología de información y comunicaciones.
Sin embargo, cuando las ganancias de productividad marginales derivadas de este tipo de inversiones comenzaron a caer, la supervivencia y compensación de los altos gerentes siguieron estando ligadas al desempeño del mercado accionario. En consecuencia, muchos simplemente aprendieron a gestionar el valor accionario a corto plazo de sus compañías a expensas de la atención de sus productos y clientes.
Es más, como maximizar el valor accionario es un incentivo pobre para los trabajadores y los gerentes de niveles medios, las juntas de las empresas cada vez centralizaron más el poder alrededor de los jefes ejecutivos, alentando así una forma “heroica” de liderazgo que está desprendida del resto de la empresa. Por cierto, en muchos casos, el CEO –frecuentemente una “superestrella” respaldada por Wall Street que aterrizó para “sacudir las cosas”- ahora
es
la compañía, a pesar de tener poco conocimiento de sus productos, clientes y competidores.
Este giro a un liderazgo “heroico” se puede ver en la compensación sobredimensionada de los CEOs. De acuerdo con un informe de enero de 2008 del Hay Group, los CEOs de las 50 empresas más grandes de Estados Unidos hoy cobran casi tres veces más de lo que perciben sus contrapartes europeos –y muchos cientos de veces más que sus propios trabajadores.
Hasta hace poco, la burbuja de los precios accionarios en Estados Unidos –primero en el mercado de valores, luego en los bienes raíces- disimuló la depreciación subyacente de las empresas norteamericanas. Pero la propia burbuja fue una consecuencia de las mismas patologías de gestión que afligían a la economía real. Después de todo, la gestión a corto plazo alentó a los prestadores hipotecarios a ofrecer tasas de interés “tentadoras” artificialmente bajas para atraer a los potenciales propietarios. Y luego aquellos que compraron estas hipotecas nunca se preocuparon por investigar su valor subyacente –una abdicación espectacular de responsabilidad gerencial.
Ahora que la burbuja estalló, la actual desaceleración económica de Estados Unidos probablemente sea mucho peor que las anteriores, porque las empresas norteamericanas tendrán que ser reconstruidas, lenta y cuidadosamente. El dramático debilitamiento del dólar estadounidense puede ayudar a Estados Unidos a achicar su masivo déficit comercial, pero no deberíamos esperar una mejora sostenida si no se producen cambios drásticos en la gestión norteamericana.
Afortunadamente, tal vez sea posible minimizar las repercusiones para el resto del mundo. Mientras que economistas, políticos y líderes empresarios de Estados Unidos durante años intentaron vender su modelo de gestión en el exterior, muchas empresas en otras partes no lo compraron. En consecuencia, otras economías clave siguen siendo más saludables que la norteamericana. A no confundirse: este problema se creó en Estados Unidos y es allí donde tendrá que ser resuelto.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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Las señales de la peligrosa condición de la economía norteamericana están en todas partes –desde los tediosos déficits fiscales y de cuenta corriente hasta los precios de las viviendas en caída libre y el dólar débil-. Pero hay algo que no aparece en ninguno de los indicadores económicos y que puede estar impulsándolos: el deterioro de la gestión norteamericana, que está socavando no sólo a muchas de las grandes compañías de Estados Unidos, sino también a su legendario espíritu de empresa.
Paradójicamente, un indicador que ha estado mejorando marcadamente en Estados Unidos –la productividad- puede ser la señal más clara del problema. Cuando está en juego la productividad, los gerentes o bien invierten en capacitar a los empleados, en procesos de fabricación más eficientes y cosas por el estilo, o bien toman medidas que parecen incentivar la productividad en el corto plazo pero que a la larga la erosionan.
La productividad es una medida de la producción por hora trabajada. De manera que una compañía que despide a todos sus empleados y luego entrega mercadería de su stock puede parecer muy productiva –hasta que el stock se agota-. Por supuesto, ninguna empresa puede hacer esto, pero muchas compañías norteamericanas se han estado desprendiendo de muchos trabajadores y gerentes de niveles medios –las cifras para enero de 2008 subieron 19% con respecto a un año antes.
Mientras tanto, aquellos empleados que no fueron despedidos deben trabajar mucho más, muchas veces sin una mayor compensación. Los salarios de los trabajadores, ajustados por inflación, cayeron en 2007, lo que perpetúa una tendencia de toda esta década. Eso también es “productivo” –hasta que esta gente que trabaja en exceso se va o se agota.
Una compañía sustentable no es una colección de “recursos humanos”. Es una comunidad de seres humanos. Su fortaleza reside en su gente, su cultura y el renombre comercial que construyó entre sus clientes y proveedores. Así, los trabajadores y los gerentes de niveles medios se han ido de estas compañías y se han llevado consigo no sólo mucha información crítica, sino a menudo también los corazones y las almas de sus empresas, con efectos profundos en la competitividad norteamericana.
Consideremos la alta tecnología, donde se supone que Estados Unidos sobresale. De acuerdo con un informe de noviembre de 2006 de The Task Force on the Future of American Innovation (Grupo de Estudio sobre el Futuro de la Innovación Norteamericana), conformado por prominentes universidades, grupos de expertos, asociaciones comerciales e industriales y corporaciones, el déficit comercial en el campo de la alta tecnología se amplió en 2005, por tercer año consecutivo. No se trata de ropa o automóviles, sino del sector de exportación más grande y más renombrado de Estados Unidos.
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Este déficit refleja un déficit de investigación subyacente. De las 25 compañías que obtuvieron más patentes en Estados Unidos en 2006, sólo ocho eran norteamericanas; 12 eran japonesas. Tal vez esto ayude a explicar por qué, en una encuesta de más de 60.000 personas en 29 países realizada en 2007 por el Reputation Institute con sede en Nueva York para calificar a las “empresas más respetadas del mundo”, la primera compañía norteamericana en la lista aparecía en el puesto número 15; la segunda estaba en el lugar número 25.
Nadie puede determinar qué porcentaje de las ganancias de productividad de Estados Unidos en los últimos años resultó de exprimir el capital humano, porque este tipo de cosas no se miden. Pero claramente se ha recurrido mucho a esta estrategia, según la cual las empresas se desprenden de sus empleados no sólo porque deben hacerlo, sino muchas veces porque no han cumplido con las expectativas financieras de los analistas de Wall Street.
El mayor foco de los gerentes en maximizar el valor accionario cobró muchos adherentes cuando se introdujo la idea en los años 1980: la disciplina impersonal de los mercados financieros obligaría a las empresas a volverse más productivas e innovadoras. Y, de hecho, gran parte del incremento de productividad norteamericana en los años 1980 y 1990 probablemente se pueda atribuir a una inversión en gran escala en tecnología de información y comunicaciones.
Sin embargo, cuando las ganancias de productividad marginales derivadas de este tipo de inversiones comenzaron a caer, la supervivencia y compensación de los altos gerentes siguieron estando ligadas al desempeño del mercado accionario. En consecuencia, muchos simplemente aprendieron a gestionar el valor accionario a corto plazo de sus compañías a expensas de la atención de sus productos y clientes.
Es más, como maximizar el valor accionario es un incentivo pobre para los trabajadores y los gerentes de niveles medios, las juntas de las empresas cada vez centralizaron más el poder alrededor de los jefes ejecutivos, alentando así una forma “heroica” de liderazgo que está desprendida del resto de la empresa. Por cierto, en muchos casos, el CEO –frecuentemente una “superestrella” respaldada por Wall Street que aterrizó para “sacudir las cosas”- ahora es la compañía, a pesar de tener poco conocimiento de sus productos, clientes y competidores.
Este giro a un liderazgo “heroico” se puede ver en la compensación sobredimensionada de los CEOs. De acuerdo con un informe de enero de 2008 del Hay Group, los CEOs de las 50 empresas más grandes de Estados Unidos hoy cobran casi tres veces más de lo que perciben sus contrapartes europeos –y muchos cientos de veces más que sus propios trabajadores.
Hasta hace poco, la burbuja de los precios accionarios en Estados Unidos –primero en el mercado de valores, luego en los bienes raíces- disimuló la depreciación subyacente de las empresas norteamericanas. Pero la propia burbuja fue una consecuencia de las mismas patologías de gestión que afligían a la economía real. Después de todo, la gestión a corto plazo alentó a los prestadores hipotecarios a ofrecer tasas de interés “tentadoras” artificialmente bajas para atraer a los potenciales propietarios. Y luego aquellos que compraron estas hipotecas nunca se preocuparon por investigar su valor subyacente –una abdicación espectacular de responsabilidad gerencial.
Ahora que la burbuja estalló, la actual desaceleración económica de Estados Unidos probablemente sea mucho peor que las anteriores, porque las empresas norteamericanas tendrán que ser reconstruidas, lenta y cuidadosamente. El dramático debilitamiento del dólar estadounidense puede ayudar a Estados Unidos a achicar su masivo déficit comercial, pero no deberíamos esperar una mejora sostenida si no se producen cambios drásticos en la gestión norteamericana.
Afortunadamente, tal vez sea posible minimizar las repercusiones para el resto del mundo. Mientras que economistas, políticos y líderes empresarios de Estados Unidos durante años intentaron vender su modelo de gestión en el exterior, muchas empresas en otras partes no lo compraron. En consecuencia, otras economías clave siguen siendo más saludables que la norteamericana. A no confundirse: este problema se creó en Estados Unidos y es allí donde tendrá que ser resuelto.