La apuesta birmana de Obama

ARLINGTON – En los últimos meses hemos sido testigos del vertiginoso ritmo del  reacercamiento entre Estados Unidos y Myanmar (Birmania). Hace apenas un año ni siquiera tenían embajadores en sus respectivas capitales, y ya este mayo el Presidente Thein Sein se convirtió en el primer gobernante birmano en visitar la Casa Blanca en cerca de medio siglo.

¿Se ha dado apresurado demasiado la administración de Barack Obama en abrazar al que hasta hace poco era uno de los regímenes más represivos del mundo? O, por el contrario, ¿su apoyo es esencial para apuntalar el titubeante proceso de reformas de Myanmar?

Hasta esta apertura reciente, Myanmar, después de alcanzar la independencia en 1948, había estado gobernada por una hermética junta militar desde 1962. En 2010 se celebraron elecciones tan descaradamente amañadas que el principal partido opositor se negó a participar. Sin embargo, en 2011, poco antes de asumir la presidencia, Sein, un general que fue Primer Ministro en el gobierno de la junta, comenzó a emprender pasos que impresionaron hasta a los más escépticos. A diferencia de los gestos reformistas sin contenido de gobernantes anteriores, sus medidas parecían significativas y sólidas.

Un cambio de importancia fue la liberación de cientos de prisioneros políticos, entre ellos la más destacada opositora al régimen, Aung San Suu Kyi, ganadora del Premio Nobel de la Paz y líder de la Liga Nacional por la Democracia (LND), que había estado en arresto domiciliario cerca de 15 años. Más aún, Sein dio inicio a un diálogo con Suu Kyi acerca de la transición a un gobierno civil.

Las elecciones celebradas tras ello reafirmaron las esperanzas de un futuro democrático para Myanmar. En 1990, cuando la LND ganó el 81% de los escaños en el Parlamento, la junta anuló con prontitud los resultados y arrestó a Suu Kyi. En 2013, la LND ganó 43 de los 44 escaños por los que competía y el ejército la aceptó como legítima líder del movimiento reformista.

Más aún, Sein se ha acercado a los karen, los kachin y otras minorías étnicas que por décadas han sufrido persecución y maltrato oficiales. Y las iniciativas para abrir la economía birmana al comercio internacional han transformado la capital comercial del país, Yangon (Rangún): a ella arriban hoy empresarios y comerciantes en vuelos directos desde al menos media docena de capitales extranjeras y las calles, antes vacías, están congestionadas con automóviles importados.

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No obstante, en algunas áreas las reformas han sido terriblemente lentas. De hecho, en lo referente a los derechos humanos y la protección de las minorías, puede que incluso se esté retrocediendo. El proceso de liberalización ha puesto al descubierto prolongadas divisiones religiosas que han llevado a una ola de violencia dirigida principalmente contra la minoría musulmana. Tanto en la costera Rakhine como en las ciudades interiores Meiktila y Tatkon, los monjes budistas han incitado a la violencia contra los musulmanes (y a veces viceversa): a menudo, las autoridades locales permiten tácitamente el derramamiento de sangre por motivos religiosos.

En su encuentro con Sein en Washington, DC, Obama condenó la violencia contra los musulmanes birmanos, que ha desplazado a muchos de ellos. Ese mismo día, el Departamento de Estado de EE.UU. dio a conocer su informe anual sobre libertad religiosa, en que Myanmar aparecía como uno de los ocho países con mayor número de violaciones a estos derechos.

No siempre ha sido así. Si bien Myanmar es un país abrumadoramente budista, por mucho tiempo decenas de comunidades étnicas y religiosas han convivido codo a codo. En el corazón de Yangon, el domo dorado de la Pagoda de Sule se encuentra justo al frente de los minaretes de la Mezquita de Bengali.

A fin de lograr la paz y la estabilidad necesarias para consolidar la transición democrática de Myanmar, tanto Sein como Suu Kyi deberían hacer más para confirmarse como representantes de todos los ciudadanos de Myanmar. Es importante garantizar a los musulmanes que su seguridad personal y sus plenos derechos civiles están bien resguardados.

La administración Obama ha apostado un importante capital político a que la promesa de Myanmar pueda rendir frutos. Y, de hecho, ha sido notable el ritmo al que se han producido los cambios en el país en los últimos dos años.

Sin embargo, como reconociera Sein en la Casa Blanca, el gobierno de Myanmar “ha ido encontrando obstáculos y retos en el proceso de democratización”. La manera en que enfrente estas y otras dificultades que aún queden por surgir determinará si Estados Unidos le ha dado su bendición de manera oportuna o si se ha tratado de un gesto más bien prematuro.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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