Nueva York – La recesión económica global se ha traducido en una crisis del desarrollo para África, reveladora de la vulnerabilidad del continente no sólo a la contracción económica sino también al cambio climático. La alteración de los patrones climáticos ya está afectando las vidas de millones de africanos, al reducir la seguridad alimentaria, facilitar la propagación de enfermedades como la malaria y gatillar migraciones masivas. El sustento y las vidas de millones de personas se encuentran amenazados.
Paradójicamente, esta crisis representa también una oportunidad única para África. La urgencia de los esfuerzos por abordar el cambio climático está revelando interesantes perspectivas relacionadas con la mitigación del cambio, especialmente en cuanto a energías renovables y crecimiento con baja emisión de gases de carbono. Hay una posibilidad real de encausar los países a un nuevo modelo de desarrollo que beneficie no sólo a África, sino también al mundo.
En el intertanto, es fundamental la adaptación al cambio climático. Para África, esto significa "impermeabilizar" el desarrollo mediante el aumento del rendimiento de las cosechas, la inversión en cultivos resistentes al clima, la promoción de la agricultura de secano, y la expansión de las medidas de control médico de las enfermedades transmitidas por vector. Para adaptarse, África necesita recursos adicionales, más numerosos y cuantiosos que los compromisos de ayuda actuales.
Financiar la adaptación al clima será un reto formidable, particularmente porque implica costes superiores a la ayuda para el desarrollo que se ha existido hasta ahora, y en un momento en que los presupuestos de ayuda extranjera se encuentran bajo presión. Las estimaciones de los montos que precisan los países en desarrollo como apoyo para adaptarse a estos retos varían entre 5 y 100 mil millones de dólares al año. Por eso es tan bienvenida la propuesta del Primer Ministro británico Gordon Brown de crear un fondo para el cambio climático.
No hacerlo aumentará los costes en el futuro, tanto financieros como humanitarios. Todos perdemos si se produce un retroceso en los avances económicos y sociales logrados a lo largo y ancho de África en la última década. Mercados florecientes desaparecerían y se evaporarían las oportunidades de inversión, al tiempo que aumentaría el riesgo de inestabilidad política.
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Cada punto porcentual que se caiga en términos de crecimiento tiene consecuencias sociales directas, ya sea en cuanto a niveles de nutrición, mortalidad infantil o asistencia escolar. Cada persona que vuelve a caer en la pobreza es otro paso atrás que nos aleja del logro de las Metas de Desarrollo del Milenio.
Por todas estas razones, es vital que todos los socios de África, incluidos los países del G-8, sigan apoyándola y colaborando con ella. Como subraya el informe DATA de este año del grupo ONE de promoción y defensa de África, muchos países están cumpliendo sus compromisos de ayuda a pesar de la recesión económica.
Estos países reconocen el valor práctico de invertir en el desarrollo de África, así como el imperativo moral y político de mantener sus promesas. Reconocen que África está sufriendo el mayor peso de las crisis económica y climática, a pesar de haber sido la región menos responsable de su origen. Lamentablemente, ese no es el caso de todas las naciones del G-8. Italia, que este año es el anfitrión de este grupo, ha quedado a la zaga de sus pares en momentos en que se supone que debería liderar con el ejemplo.
Necesitamos soluciones que prevengan la catástrofe ambiental y sean equitativas para todos los seres humanos. Para ello, será necesario un valiente liderazgo político y una solidaridad sin precedentes entre los países ricos y pobres. En la cumbre del G-8 de este año, es posible dar un gran paso en el apoyo a la agricultura, la inversión en tecnologías “verdes” y el fortalecimiento de los sistemas de salud. Esperamos que los líderes del G-8 demuestren capacidad de previsión e incluyan a África en sus deliberaciones. Los socios internacionales de África no deben desviar la mirada en este momento crucial.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
por Kofi Annam
Nueva York – La recesión económica global se ha traducido en una crisis del desarrollo para África, reveladora de la vulnerabilidad del continente no sólo a la contracción económica sino también al cambio climático. La alteración de los patrones climáticos ya está afectando las vidas de millones de africanos, al reducir la seguridad alimentaria, facilitar la propagación de enfermedades como la malaria y gatillar migraciones masivas. El sustento y las vidas de millones de personas se encuentran amenazados.
Paradójicamente, esta crisis representa también una oportunidad única para África. La urgencia de los esfuerzos por abordar el cambio climático está revelando interesantes perspectivas relacionadas con la mitigación del cambio, especialmente en cuanto a energías renovables y crecimiento con baja emisión de gases de carbono. Hay una posibilidad real de encausar los países a un nuevo modelo de desarrollo que beneficie no sólo a África, sino también al mundo.
En el intertanto, es fundamental la adaptación al cambio climático. Para África, esto significa "impermeabilizar" el desarrollo mediante el aumento del rendimiento de las cosechas, la inversión en cultivos resistentes al clima, la promoción de la agricultura de secano, y la expansión de las medidas de control médico de las enfermedades transmitidas por vector. Para adaptarse, África necesita recursos adicionales, más numerosos y cuantiosos que los compromisos de ayuda actuales.
Financiar la adaptación al clima será un reto formidable, particularmente porque implica costes superiores a la ayuda para el desarrollo que se ha existido hasta ahora, y en un momento en que los presupuestos de ayuda extranjera se encuentran bajo presión. Las estimaciones de los montos que precisan los países en desarrollo como apoyo para adaptarse a estos retos varían entre 5 y 100 mil millones de dólares al año. Por eso es tan bienvenida la propuesta del Primer Ministro británico Gordon Brown de crear un fondo para el cambio climático.
No hacerlo aumentará los costes en el futuro, tanto financieros como humanitarios. Todos perdemos si se produce un retroceso en los avances económicos y sociales logrados a lo largo y ancho de África en la última década. Mercados florecientes desaparecerían y se evaporarían las oportunidades de inversión, al tiempo que aumentaría el riesgo de inestabilidad política.
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Cada punto porcentual que se caiga en términos de crecimiento tiene consecuencias sociales directas, ya sea en cuanto a niveles de nutrición, mortalidad infantil o asistencia escolar. Cada persona que vuelve a caer en la pobreza es otro paso atrás que nos aleja del logro de las Metas de Desarrollo del Milenio.
Por todas estas razones, es vital que todos los socios de África, incluidos los países del G-8, sigan apoyándola y colaborando con ella. Como subraya el informe DATA de este año del grupo ONE de promoción y defensa de África, muchos países están cumpliendo sus compromisos de ayuda a pesar de la recesión económica.
Estos países reconocen el valor práctico de invertir en el desarrollo de África, así como el imperativo moral y político de mantener sus promesas. Reconocen que África está sufriendo el mayor peso de las crisis económica y climática, a pesar de haber sido la región menos responsable de su origen. Lamentablemente, ese no es el caso de todas las naciones del G-8. Italia, que este año es el anfitrión de este grupo, ha quedado a la zaga de sus pares en momentos en que se supone que debería liderar con el ejemplo.
Necesitamos soluciones que prevengan la catástrofe ambiental y sean equitativas para todos los seres humanos. Para ello, será necesario un valiente liderazgo político y una solidaridad sin precedentes entre los países ricos y pobres. En la cumbre del G-8 de este año, es posible dar un gran paso en el apoyo a la agricultura, la inversión en tecnologías “verdes” y el fortalecimiento de los sistemas de salud. Esperamos que los líderes del G-8 demuestren capacidad de previsión e incluyan a África en sus deliberaciones. Los socios internacionales de África no deben desviar la mirada en este momento crucial.