NUEVA YORK – En la mayor clínica de Uganda especializada en el tratamiento del sida, presencié recientemente una notable celebración de la vida. Los intérpretes eran una compañía de jóvenes cantantes, bailarines y tamborileros africanos, cuyas edades oscilaban entre los ocho y los 28 años. Pocas veces me he sentido tan profundamente emocionado.
“Ésta es una tierra”, cantaban,
“En la que personas hermosas
Ríen y cantan en armonía.
África, oh, África.”
Y, en efecto, aquellos jóvenes reían y cantaban no sólo en armonía, sino también con una joie de vivre que les iluminaba la cara y nos embargaba a todos de felicidad. Al escucharlos, resultaba difícil imaginar que fácilmente habrían podido estar muertos... y lo habrían estado, de no haber sido por aquella clínica.
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Todos esos espléndidos intérpretes viven con el VIH. Algunos de ellos llegaron a la clínica tan enfermos, que apenas podían caminar. Otros presentaban pocos síntomas, pero, por haber resultado positivos en los análisis, acudieron a recibir tratamiento. Eran madres y padres, hermanas y hermanos, niños y abuelos. Todos estaban vivos y sanos por una sola razón: el Centro Conjunto de Investigaciones Clínicas de Kampala y los medicamentos que les facilita.
Uganda fue el epicentro de la epidemia del sida. Allí comenzó el flagelo en serio; allí (como en otras partes de África) se cobra el mayor número de víctimas. Y, sin embargo, el de Uganda es también un caso de éxito. Hace un decenio, menos de 10.000 personas tomaban la nueva generación de medicamentos antirretrovirales que suprimen la enfermedad y ofrecen la promesa de una vida normal. Hoy esa cifra asciende a 200.000, gracias en gran medida al generoso apoyo de los Estados Unidos (conforme a su programa PEPFAR) y al Fondo Mundial de Ginebra.
En otros sitios hemos visto avances igualmente estimulantes. Botswana, entre otros países, ha hecho grandes inversiones para ofrecer un tratamiento universal y ahora va camino de conseguir que ningún niño nazca con el VIH, lo que en los países desarrollados es una realidad, pero no tanto en África, donde 400.000 niños nacen al año con la enfermedad. Sudáfrica, que tiene el mayor número de personas que viven con el VIH, ha gastado casi mil millones de dólares en el pasado año en una ambiciosa campaña de asesoramiento y análisis para reducir la epidemia.
Pero existe un nuevo peligro en aumento de que esos avances no se mantengan. Peter Mugyenyi, que dirige el Centro Conjunto de Investigaciones Clínicas, me dijo que una parte del problema es el enorme número de casos. En Uganda, sólo la mitad, aproximadamente, de quienes tienen el VIH/SIDA reciben tratamiento. Entretanto, los fondos para el tratamiento se están acabando. Con la recesión mundial, algunos donantes internacionales amenazan con limitar su apoyo financiero.
Países como, por ejemplo, Malawi, Zimbabwe y Kenya, además de Uganda, piden ayuda, dada la urgencia, para disponer de medicamentos. En Kampala, el doctor Mugyenyi ha empezado a incluir a los nuevos pacientes en una lista de espera. Nada menos que siete millones de africanos que deberían recibir tratamiento contra el VIH carecen de él. A escala mundial, son unos 10 millones.
Contribuye al agravamiento del problema el hecho de que los donantes hayan empezado también a centrarse en otras enfermedades y no en el sida, porque tienen la sensación de que se pueden salvar más vidas y con menos costos. En un momento en que deberíamos estar aumentando los medios para afrontar la amenaza del sida, estamos reduciéndolos. En nuestra guerra mundial contra el sida, la comunidad internacional está a punto de perder una partida que estaba casi ganada.
Los que se incorporaron a la lucha están alarmados. Temen que los impresionantes logros del pasado decenio se pierdan. “Estamos sentados en una bomba de relojería", me dijo el doctor Mugyengy. Todos los días, se ve obligado a elegir entre opciones morales entre las cuales nadie debería tener que elegir. ¿Cómo se puede optar por tratar a una niña, pero no a su hermanito? ¿Cómo se puede decir que se marche a una madre embarazada con sus hijos, que pide ayuda llorando?
Seguro que podemos actuar mejor. En Kampala, prometí a mis jóvenes amigos que haría todo lo posible para ayudar. Recientemente, en Washington, las Naciones Unidas formularon un plan de acción que debería acelerar espectacularmente los avances en materia de salud maternoinfantil, incluido el VIH. Espero que, en la conferencia internacional sobre el sida que se celebrará en Viena en julio, la comunidad internacional preste apoyo al lanzamiento del tratamiento 2.0 del ONUSIDA: la nueva generación de tratamiento del VIH, que ha de ser más asequible, más eficaz y accesible para todos.
Como presidente de la reposición del Fondo Mundial de este año, insto a todos los donantes a que procuren que países como Uganda reciban el apoyo que necesitan, para que el doctor Mugyenyi y otros soldados de primera línea en la lucha contra el sida no tengan que hacer esas difíciles elecciones.
Partí de Uganda con un fragmento de canción que sigue resonando en mi corazón. Su inherente verdad sería evidente para quien hubiera estado allí para verlo:
Seguimos siendo útiles,
para nuestros países, para nuestras familias.
Lo único que necesitamos es una forma de vivir nuestros días.
Lo único que necesitamos es sobrevivir en África.
Sí, los tiempos son difíciles. Ésa es una mayor razón aún para actuar por compasión y con generosidad.
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Donald Trump is offering a vision of crony rentier capitalism that has enticed many captains of industry and finance. In catering to their wishes for more tax cuts and less regulation, he would make most Americans’ lives poorer, harder, and shorter.
explains what a Republican victory in the 2024 election would mean for most Americans’ standard of living.
Elon Musk recently admitted that Donald Trump's policy agenda would lead to economic turmoil. But if their plan to eliminate government waste involves cuts to entitlement programs such as Social Security and Medicare, rather than the necessary military, diplomatic, and financial reforms, recovery will remain elusive.
argues that only a tycoon could love Donald Trump’s proposed tariffs, deportations, and spending cuts.
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NUEVA YORK – En la mayor clínica de Uganda especializada en el tratamiento del sida, presencié recientemente una notable celebración de la vida. Los intérpretes eran una compañía de jóvenes cantantes, bailarines y tamborileros africanos, cuyas edades oscilaban entre los ocho y los 28 años. Pocas veces me he sentido tan profundamente emocionado.
“Ésta es una tierra”, cantaban,
“En la que personas hermosas
Ríen y cantan en armonía.
África, oh, África.”
Y, en efecto, aquellos jóvenes reían y cantaban no sólo en armonía, sino también con una joie de vivre que les iluminaba la cara y nos embargaba a todos de felicidad. Al escucharlos, resultaba difícil imaginar que fácilmente habrían podido estar muertos... y lo habrían estado, de no haber sido por aquella clínica.
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Todos esos espléndidos intérpretes viven con el VIH. Algunos de ellos llegaron a la clínica tan enfermos, que apenas podían caminar. Otros presentaban pocos síntomas, pero, por haber resultado positivos en los análisis, acudieron a recibir tratamiento. Eran madres y padres, hermanas y hermanos, niños y abuelos. Todos estaban vivos y sanos por una sola razón: el Centro Conjunto de Investigaciones Clínicas de Kampala y los medicamentos que les facilita.
Uganda fue el epicentro de la epidemia del sida. Allí comenzó el flagelo en serio; allí (como en otras partes de África) se cobra el mayor número de víctimas. Y, sin embargo, el de Uganda es también un caso de éxito. Hace un decenio, menos de 10.000 personas tomaban la nueva generación de medicamentos antirretrovirales que suprimen la enfermedad y ofrecen la promesa de una vida normal. Hoy esa cifra asciende a 200.000, gracias en gran medida al generoso apoyo de los Estados Unidos (conforme a su programa PEPFAR) y al Fondo Mundial de Ginebra.
En otros sitios hemos visto avances igualmente estimulantes. Botswana, entre otros países, ha hecho grandes inversiones para ofrecer un tratamiento universal y ahora va camino de conseguir que ningún niño nazca con el VIH, lo que en los países desarrollados es una realidad, pero no tanto en África, donde 400.000 niños nacen al año con la enfermedad. Sudáfrica, que tiene el mayor número de personas que viven con el VIH, ha gastado casi mil millones de dólares en el pasado año en una ambiciosa campaña de asesoramiento y análisis para reducir la epidemia.
Pero existe un nuevo peligro en aumento de que esos avances no se mantengan. Peter Mugyenyi, que dirige el Centro Conjunto de Investigaciones Clínicas, me dijo que una parte del problema es el enorme número de casos. En Uganda, sólo la mitad, aproximadamente, de quienes tienen el VIH/SIDA reciben tratamiento. Entretanto, los fondos para el tratamiento se están acabando. Con la recesión mundial, algunos donantes internacionales amenazan con limitar su apoyo financiero.
Países como, por ejemplo, Malawi, Zimbabwe y Kenya, además de Uganda, piden ayuda, dada la urgencia, para disponer de medicamentos. En Kampala, el doctor Mugyenyi ha empezado a incluir a los nuevos pacientes en una lista de espera. Nada menos que siete millones de africanos que deberían recibir tratamiento contra el VIH carecen de él. A escala mundial, son unos 10 millones.
Contribuye al agravamiento del problema el hecho de que los donantes hayan empezado también a centrarse en otras enfermedades y no en el sida, porque tienen la sensación de que se pueden salvar más vidas y con menos costos. En un momento en que deberíamos estar aumentando los medios para afrontar la amenaza del sida, estamos reduciéndolos. En nuestra guerra mundial contra el sida, la comunidad internacional está a punto de perder una partida que estaba casi ganada.
Los que se incorporaron a la lucha están alarmados. Temen que los impresionantes logros del pasado decenio se pierdan. “Estamos sentados en una bomba de relojería", me dijo el doctor Mugyengy. Todos los días, se ve obligado a elegir entre opciones morales entre las cuales nadie debería tener que elegir. ¿Cómo se puede optar por tratar a una niña, pero no a su hermanito? ¿Cómo se puede decir que se marche a una madre embarazada con sus hijos, que pide ayuda llorando?
Seguro que podemos actuar mejor. En Kampala, prometí a mis jóvenes amigos que haría todo lo posible para ayudar. Recientemente, en Washington, las Naciones Unidas formularon un plan de acción que debería acelerar espectacularmente los avances en materia de salud maternoinfantil, incluido el VIH. Espero que, en la conferencia internacional sobre el sida que se celebrará en Viena en julio, la comunidad internacional preste apoyo al lanzamiento del tratamiento 2.0 del ONUSIDA: la nueva generación de tratamiento del VIH, que ha de ser más asequible, más eficaz y accesible para todos.
Como presidente de la reposición del Fondo Mundial de este año, insto a todos los donantes a que procuren que países como Uganda reciban el apoyo que necesitan, para que el doctor Mugyenyi y otros soldados de primera línea en la lucha contra el sida no tengan que hacer esas difíciles elecciones.
Partí de Uganda con un fragmento de canción que sigue resonando en mi corazón. Su inherente verdad sería evidente para quien hubiera estado allí para verlo:
Seguimos siendo útiles,
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Lo único que necesitamos es una forma de vivir nuestros días.
Lo único que necesitamos es sobrevivir en África.
Sí, los tiempos son difíciles. Ésa es una mayor razón aún para actuar por compasión y con generosidad.