JOHANNESBURGO – Hay una historia muy conocida que habla de dos vendedores de calzado que viajaron a África a principios del siglo XX en busca de nuevos mercados. Pocos días después de llegar, el primer vendedor concluyó que no había potencial para la venta de zapatos, porque todo el mundo andaba descalzo. Su colega, en cambio, vio un inmenso mercado desaprovechado para explorar.
Este cuento me recuerda el modo que eligieron los países ricos (tal vez en forma bienintencionada) para hablar sobre el cambio climático, sobre todo en relación con África. Para las ONG, los donantes y los gobiernos del Norte Global, el cambio climático se reduce a una historia de desastre. Hasta el vocabulario es pesimista: se habla por ejemplo de «emergencia climática», «crisis climática» y «refugiados climáticos».
Se nos recuerda todo el tiempo que África será la región que sufrirá los peores efectos del cambio climático. El relato, reforzado por imágenes de sequías, hambrunas e inundaciones, presenta una y otra vez a nuestros agricultores, pescadores y aldeanos como víctimas.
Pero esta narrativa de desastre no ayudó a impulsar la acción climática; tenemos que cambiar de guion. El punto de partida tiene que ser que la crisis climática (a pesar de las apariencias y de las advertencias de activistas como Greta Thunberg) también tiene un costado positivo. Igual que la pandemia de COVID‑19, es una oportunidad para un reinicio mundial, que puede ser muy beneficioso para África.
Ese reinicio hará posible el desarrollo selectivo y la extensión de innovaciones de adaptación y mitigación frente al cambio climático, que pueden alentar el desarrollo económico de África. Tenemos todo lo necesario para construir el sector de las fuentes renovables, comenzando por energía eólica, hídrica, solar y geotérmica. También tenemos cobalto, grafito, litio y manganeso, necesarios para fabricar baterías eléctricas, y acero, zinc y aluminio para turbinas eólicas y otras tecnologías descarbonizadas. Las industrias verdes pueden crear empleo, alentar empresas y estimular las economías africanas, al mismo tiempo que salvan el planeta; pero no tienen suficientes promotores que las vendan.
Por ejemplo, hace poco la automotriz japonesa Toyota anunció que invertirá 624 millones de dólares en la India para fabricar componentes de vehículos eléctricos; al hacerlo, creará 3500 puestos de trabajo. Esta es la clase de proyectos que pueden y deben venir a África.
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En las últimas dos décadas, África sólo atrajo el 2% de los miles de millones de dólares que invirtió el mundo en energías renovables, y menos del 3% de los empleos generados en este sector en crecimiento. Para incrementar estas cifras, los gobiernos africanos tienen que crear un entorno favorable a la inversión, negociar mejor para atraer empresas e insistir en que estas creen empleo local y ofrezcan asistencia técnica para la construcción de las capacidades de energía limpia del continente.
Por su parte, los jóvenes africanos que participan en manifestaciones para pedir cambios deberían llevar pancartas que pidan a sus gobiernos la provisión de «empleos climáticos» y «oportunidades climáticas», en vez de esperar que «salven el planeta». Deberían presionar a las autoridades para que atraigan la inversión a gran escala necesaria para una reducción significativa de la emisión de gases de efecto invernadero y creen condiciones para que florezcan emprendimientos ambientales.
Un sólido sector verde puede darle a África los resortes económicos que necesita para mejorar las condiciones de vida de la gente, no sólo en términos económicos sino también en lo referido al acceso a la energía. No tenemos por qué depender de sistemas de distribución de energía obsoletos pertenecientes a gobiernos que no tienen recursos o incentivos para invertir en extender la red a todos los hogares. Las fuentes de energía renovables ofrecen al continente la oportunidad de saltarse los sistemas viejos y adoptar nuevas formas descentralizadas de proveer energía barata y fiable para todos.
África ya dio un salto de esa naturaleza en el área de las telecomunicaciones móviles. La primera llamada de telefonía móvil en el continente se hizo en la República Democrática del Congo en 1987. Hoy África es el mercado para las telecomunicaciones móviles que crece más rápido en todo el mundo y el segundo por volumen detrás de Asia. En apenas 35 años, el sector conectó a más de quinientos millones de personas, creó miles de puestos de trabajo y generó empresas autóctonas exitosas. La combinación de nuevas tecnologías, equipos e infraestructuras más baratos, mercados competitivos, un entorno regulatorio favorable y modelos de negocios diseñados para el mercado masivo le ahorró a África el problema del tendido de una infraestructura de telefonía fija.
Lo que la tecnología móvil hizo para África se puede reproducir en el sector climático, y no necesitamos esperar a que nuestros desfinanciados gobiernos y nuestro sector privado encuentren el dinero. En vez de eso, tenemos que intensificar la agenda de las reparaciones climáticas. Hay dinero disponible, y es hora de que los países que una y otra vez incumplieron sus promesas de proveer asistencia financiera (Estados Unidos, Canadá, Australia, el Reino Unido y la mayoría de los estados miembros de la Unión Europea) paguen sus deudas.
Así que no hablemos más de crisis o desastres climáticos, sino de oportunidades climáticas en la forma de empleo, creación de empresas y financiación. Y como el vendedor de zapatos que vio una oportunidad inmensa donde su colega no vio nada, repensemos el modo de promover la acción climática en África.
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In 2024, global geopolitics and national politics have undergone considerable upheaval, and the world economy has both significant weaknesses, including Europe and China, and notable bright spots, especially the US. In the coming year, the range of possible outcomes will broaden further.
offers his predictions for the new year while acknowledging that the range of possible outcomes is widening.
JOHANNESBURGO – Hay una historia muy conocida que habla de dos vendedores de calzado que viajaron a África a principios del siglo XX en busca de nuevos mercados. Pocos días después de llegar, el primer vendedor concluyó que no había potencial para la venta de zapatos, porque todo el mundo andaba descalzo. Su colega, en cambio, vio un inmenso mercado desaprovechado para explorar.
Este cuento me recuerda el modo que eligieron los países ricos (tal vez en forma bienintencionada) para hablar sobre el cambio climático, sobre todo en relación con África. Para las ONG, los donantes y los gobiernos del Norte Global, el cambio climático se reduce a una historia de desastre. Hasta el vocabulario es pesimista: se habla por ejemplo de «emergencia climática», «crisis climática» y «refugiados climáticos».
Se nos recuerda todo el tiempo que África será la región que sufrirá los peores efectos del cambio climático. El relato, reforzado por imágenes de sequías, hambrunas e inundaciones, presenta una y otra vez a nuestros agricultores, pescadores y aldeanos como víctimas.
Pero esta narrativa de desastre no ayudó a impulsar la acción climática; tenemos que cambiar de guion. El punto de partida tiene que ser que la crisis climática (a pesar de las apariencias y de las advertencias de activistas como Greta Thunberg) también tiene un costado positivo. Igual que la pandemia de COVID‑19, es una oportunidad para un reinicio mundial, que puede ser muy beneficioso para África.
Ese reinicio hará posible el desarrollo selectivo y la extensión de innovaciones de adaptación y mitigación frente al cambio climático, que pueden alentar el desarrollo económico de África. Tenemos todo lo necesario para construir el sector de las fuentes renovables, comenzando por energía eólica, hídrica, solar y geotérmica. También tenemos cobalto, grafito, litio y manganeso, necesarios para fabricar baterías eléctricas, y acero, zinc y aluminio para turbinas eólicas y otras tecnologías descarbonizadas. Las industrias verdes pueden crear empleo, alentar empresas y estimular las economías africanas, al mismo tiempo que salvan el planeta; pero no tienen suficientes promotores que las vendan.
Por ejemplo, hace poco la automotriz japonesa Toyota anunció que invertirá 624 millones de dólares en la India para fabricar componentes de vehículos eléctricos; al hacerlo, creará 3500 puestos de trabajo. Esta es la clase de proyectos que pueden y deben venir a África.
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En las últimas dos décadas, África sólo atrajo el 2% de los miles de millones de dólares que invirtió el mundo en energías renovables, y menos del 3% de los empleos generados en este sector en crecimiento. Para incrementar estas cifras, los gobiernos africanos tienen que crear un entorno favorable a la inversión, negociar mejor para atraer empresas e insistir en que estas creen empleo local y ofrezcan asistencia técnica para la construcción de las capacidades de energía limpia del continente.
Por su parte, los jóvenes africanos que participan en manifestaciones para pedir cambios deberían llevar pancartas que pidan a sus gobiernos la provisión de «empleos climáticos» y «oportunidades climáticas», en vez de esperar que «salven el planeta». Deberían presionar a las autoridades para que atraigan la inversión a gran escala necesaria para una reducción significativa de la emisión de gases de efecto invernadero y creen condiciones para que florezcan emprendimientos ambientales.
Un sólido sector verde puede darle a África los resortes económicos que necesita para mejorar las condiciones de vida de la gente, no sólo en términos económicos sino también en lo referido al acceso a la energía. No tenemos por qué depender de sistemas de distribución de energía obsoletos pertenecientes a gobiernos que no tienen recursos o incentivos para invertir en extender la red a todos los hogares. Las fuentes de energía renovables ofrecen al continente la oportunidad de saltarse los sistemas viejos y adoptar nuevas formas descentralizadas de proveer energía barata y fiable para todos.
África ya dio un salto de esa naturaleza en el área de las telecomunicaciones móviles. La primera llamada de telefonía móvil en el continente se hizo en la República Democrática del Congo en 1987. Hoy África es el mercado para las telecomunicaciones móviles que crece más rápido en todo el mundo y el segundo por volumen detrás de Asia. En apenas 35 años, el sector conectó a más de quinientos millones de personas, creó miles de puestos de trabajo y generó empresas autóctonas exitosas. La combinación de nuevas tecnologías, equipos e infraestructuras más baratos, mercados competitivos, un entorno regulatorio favorable y modelos de negocios diseñados para el mercado masivo le ahorró a África el problema del tendido de una infraestructura de telefonía fija.
Lo que la tecnología móvil hizo para África se puede reproducir en el sector climático, y no necesitamos esperar a que nuestros desfinanciados gobiernos y nuestro sector privado encuentren el dinero. En vez de eso, tenemos que intensificar la agenda de las reparaciones climáticas. Hay dinero disponible, y es hora de que los países que una y otra vez incumplieron sus promesas de proveer asistencia financiera (Estados Unidos, Canadá, Australia, el Reino Unido y la mayoría de los estados miembros de la Unión Europea) paguen sus deudas.
Así que no hablemos más de crisis o desastres climáticos, sino de oportunidades climáticas en la forma de empleo, creación de empresas y financiación. Y como el vendedor de zapatos que vio una oportunidad inmensa donde su colega no vio nada, repensemos el modo de promover la acción climática en África.
Traducción: Esteban Flamini