Una nueva vida para la Estrategia de Lisboa

¿Qué sucedió con la estrategia de Lisboa de la Unión Europea? No sólo el público ignora casi por completo la agenda de política de la UE para impulsar la competitividad, el crecimiento económico y el empleo, sino que esa ignorancia se extiende a muchos intelectuales, académicos, dirigentes empresariales e incluso algunos miembros del parlamento. Por ejemplo, en todos los debates sobre el tratado constitucional de la UE, ni sus defensores ni sus opositores han mencionado siquiera la Estrategia de Lisboa. No es de sorprender, entonces, que el euroescepticismo --en Francia, en los Países Bajos y en otros lugares-- esté aumentando.

A pesar del éxito y la popularidad de programas como ERASMUS, los ciudadanos no perciben la contribución de la UE a la educación superior y la capacitación. En efecto, la última encuesta del eurobarómetro sobre la estrategia de Lisboa reveló que el público europeo no ve mucha relación entre las políticas de la UE y la competitividad económica.

Por supuesto, algunos laboratorios reciben donaciones de la UE, pero sin reconocer una misión europea específica en políticas de investigación. A Europa se le considera más una limitación que un plan, más un instrumento que una visión alimentada por una idea clara y creíble.

La responsabilidad esencial de esto es de las clases gobernantes y los encargados del diseño de políticas europeos. Como señaló una evaluación reciente del ex primer ministro holandés Wim Kok, los Estados miembros de la UE no han concedido a la Estrategia de Lisboa una prioridad alta y se resisten a dar a la UE los medios para aplicar políticas más ambiciosas a fin de neutralizar ese abandono. Es difícil pedirle a los ciudadanos que se muestren entusiastas sobre metas que sus líderes ignoran.

En el fondo, el problema es de legitimidad. Las metas principales --empleo, crecimiento e investigación-- se consideran legítimas desde el punto de vista de la justicia cuando se les describe en términos generales. Pero las políticas concretas que se requieren para alcanzarlas no, ya que reformar el Estado de bienestar y los mercados laborales significa más competencia, lo que asusta a muchos ciudadanos.

La legitimidad es todavía más problemática en lo que se refiere al reconocimiento, que implica un sentimiento de comunidad y apego. Cuando nos enfrentamos a opciones contradictorias --repartición de la carga a través de los impuestos, la organización del sector público, el estatus de los empleados públicos, etc.-- se considera que los Estados miembros son las únicas entidades con derecho a decidir. En resumen, cuando la UE trae subsidios recibe felicitaciones; pero cuando presiona en favor de reformas impopulares se convierte en el chivo expiatorio de las fallas políticas, sociales y económicas.

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Desde un punto de vista económico, la meta de la Estrategia de Lisboa es convertir a Europa en una potencia capaz de competir en términos de igualdad con los Estados Unidos y los grandes países asiáticos hoy en día. Pero esta meta no parece estar creando una identidad europea, como lo ha hecho el euro. Al interior de muchos Estados, "potencia" no es políticamente correcto. Sobre todo, no hay vínculos entre poder nacional y poder europeo. Si queremos que Europa sea más legítima, debemos explicar cómo unir estas dos dimensiones del poder.

Además de la ignorancia de la Estrategia de Lisboa entre el público y la inacción sobre las reformas a largo plazo por parte de los Estados miembros, un segundo problema tiene que ver con la falta de aceptación de las virtudes de la competencia --la manera más efectiva de garantizar la calidad, innovación y precios bajos para los consumidores. La competencia también acaba con la búsqueda de rentas y la protección de las ventajas corporativas tradicionales.

Por supuesto, debemos limitar el alcance de la competencia: no hay razón para ampliarla, por ejemplo, a los impuestos. De manera similar, si bien la competencia mejora la calidad de la investigación y la educación, ello no implica reducir el financiamiento público, dar una menor importancia a la investigación básica o eliminar las becas.

Tal vez lo más importante es que la competencia es un medio poderoso para restablecer la democracia y modernizar las instituciones políticas al obligar a los encargados del diseño de políticas a asegurar la transparencia y la responsabilidad. Las élites tienen que renunciar a sus privilegios y las normas sobre administración corporativa deben limitar la colusión entre administradores y servidores públicos o políticos. Debemos explicar a los ciudadanos la contribución de Europa a la ética pública y las virtudes democráticas de la competencia justa en la vida económica, política y social.

Consideremos uno de los objetivos principales de la Estrategia de Lisboa: la organización de la investigación y la educación superior. Es imposible transformar radicalmente la manera en que se nombra a los académicos e investigadores en la mayoría de los Estados miembros y cambiar por completo los criterios para el financiamiento de facultades y laboratorios. Pero la UE podría vencer los obstáculos nacionales a través del desarrollo de universidades y centros de investigación ejemplares que fuesen verdaderamente europeos y que sirvieran como incentivos para la calidad y la reforma a nivel nacional. La emulación mediante la excelencia es el motor de la competitividad.

Un buen punto de inicio es una idea apoyada por el líder socialista francés Dominique Strauss-Kahn, quien ha propuesto que el 0.25% del PIB europeo se dedique a la investigación y se utilice para crear una Agencia Europea para la Investigación. Además, Europa debe fortalecer las herramientas de análisis, evaluación y predicción estratégicas para provocar y alimentar el debate público. Esos centros de reflexión a nivel europeo deben ser libres e independientes, pero los líderes deben aprender a prestarles atención e integrar sus recomendaciones al proceso de toma de decisiones.

En muchos asuntos relacionados con la Estrategia de Lisboa, la UE no puede evitar las preocupaciones de los Estados miembros. Pero como los Estados no podrán hacer todo por sí solos y no renunciarán a conservar el control político, debemos ser capaces de vincular las políticas de la Unión con las de Estados específicos.

De otra forma, la Estrategia de Lisboa podría simplemente fortalecer una burocracia ineficiente en lugar de reforzar la legitimidad democrática de la UE. En resumen, la Estrategia de Lisboa podría llevar a Europa a convertirse en una verdadera potencia en las próximas décadas o podría alimentar un mayor crecimiento del euroescepticismo.

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