El mundo ha intentado con escaso éxito recortar las emisiones de carbono bajo el Protocolo de Kyoto. No obstante, el enorme esfuerzo realizado para implementar el Protocolo revela la magnitud del trabajo que requerirá producir el próximo tratado, que debería sellarse en Copenhague en diciembre de 2009. Los activistas ejercerán presión para que se adopten políticas duras y de amplio alcance, pero seguirá habiendo una fuerte resistencia de parte de los países preocupados por su vitalidad económica.
Las nuevas negociaciones tendrán una ventaja con respecto a los esfuerzos anteriores, porque los gobiernos ahora entienden la necesidad de un portfolio de esfuerzos de adaptación, mitigación e investigación. La nueva investigación que mis colegas y yo llevamos a cabo para el Centro del Consenso de Copenhague en Dinamarca explora la efectividad de diferentes respuestas a este desafío global, pero respalda fuertemente la estrategia del portfolio por varias razones.
Primero, hoy sabemos que la adaptación será esencial, porque las temperaturas aumentarán otro 0,6ºC para 2100 aunque las emisiones de gases de tipo invernadero se eliminaran mañana. También sabemos que el impacto del cambio climático no estará distribuido de manera pareja en todo el mundo.
En algunas zonas, temperaturas modestamente más cálidas podrían producir rendimientos de cosechas superiores si los cambios asociados en los patrones de precipitaciones no son adversos y/o la irrigación sigue siendo viable. Sin embargo, incluso con un calentamiento de 0,6ºC, Africa y el sur de Asia experimentarán reducciones casi inmediatas en la viabilidad de muchos cultivos y, llegado el caso, una mayor vulnerabilidad a enfermedades infecciosas. Estos impactos claramente afectarán más a los habitantes menos aventajados del planeta: los "mil millones del segmento inferior" que ya soportan el mayor peso de las enfermedades, la pobreza, el conflicto y la desnutrición.
Asegurar que la capacidad de adaptación se expanda y se explote donde más se la necesita es, por ende, un desafío clave. El desarrollo a largo plazo puede ofrecerles a los países una mayor capacidad para mitigar el impacto del cambio climático en el medio ambiente y la salud de los ciudadanos, pero, mientras tanto, la gente más pobre del planeta necesitará ayuda de los ricos.
Nuestro análisis investigó, por ejemplo, los méritos de las políticas más focalizadas para el corto plazo: compra de redes resistentes a los mosquitos y terapia de rehidratación en casos de malaria para los chicos en las naciones más pobres afectadas por el cambio climático. El objetivo era abordar de manera agresiva y pro-activa algunos de los impactos sanitarios marginales del calentamiento global. Los beneficios aparecieron casi de inmediato, pero se disiparon con el tiempo junto con el desarrollo de las economías. Sin embargo, a pesar de que el desarrollo mejora las condiciones, reducir las emisiones de carbono se tornaría cada vez más importante en el más largo plazo a medida que el impacto del cambio climático se vuelva más severo.
Dado que se observaron los efectos del cambio climático en muchas zonas del mundo, pensar en la mitigación tiene sentido en todas partes. Pero descubrimos que la mitigación
por sí sola
no cumplía con una prueba estándar de costo-beneficio. Permitimos que ciertos costos anuales de la política climática aumentaran en proporción con el PBI global hasta 2100 a partir de un punto de referencia anual inicial de 18.000 millones de dólares. El costo descontado del flujo resultante de costos anuales fijos llegó a 800.000 millones de dólares, pero los daños evitados por esta estrategia ascendieron a un valor descontado de apenas 685.000 millones de dólares.
El estudio del Consenso de Copenhague también examinó una opción de portfolio del tipo esgrimido por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas. Asignamos 50.000 millones de dólares a la investigación en tecnología más verde, de manera que sólo 750.000 millones de dólares puedan ser absorbidos por el costo económico de la adaptación y la mitigación. La brecha entre el costo de tecnología libre de carbono y tecnología que emite carbono cayó, y los impuestos destinados a mitigar las emisiones se volvieron más efectivos. En consecuencia, el programa de investigación y desarrollo, esencialmente, se autofinanció, y los beneficios descontados totales para la inversión de 800.000 millones de dólares treparon a más de 2.100 billones de dólares.
Asegurar que la investigación y desarrollo sea parte del portfolio de respuestas al cambio climático del mundo haría que los esfuerzos de mitigación fueran más eficientes y mejoraría significativamente su capacidad para reducir las emisiones de carbono en el próximo siglo.
Sin embargo, estos beneficios netos favorables reflejan presunciones muy conservadores respecto del momento adecuado para implementar las reducciones de emisiones y de cuándo "se subiría a bordo" el mundo en desarrollo. Optimizar la inversión en el portfolio con el tiempo aumentaría, por ejemplo, los beneficios descontados en más de un factor. Los beneficios esperados aumentarían aún más si incluyéramos la posibilidad de que sensibilidades climáticas potencialmente más altas exacerbarían los daños, aunque hacerlo exigiría incluir sensibilidades climáticas similarmente más bajas, lo cual ejercería una presión en sentido contrario.
Combatir el cambio climático puede ser una inversión sólida, aunque ni la mitigación ni la adaptación por sí solas bastarán para "solucionar" el problema. Para marcar una verdadera diferencia, especialmente en el corto plazo, el mundo debería combinar la mitigación y la adaptación con una mayor investigación y desarrollo en tecnología de ahorro y secuestro de carbono, lo que a su vez requiere diseñar y explotar incentivos basados en el mercado.
El mundo ha intentado con escaso éxito recortar las emisiones de carbono bajo el Protocolo de Kyoto. No obstante, el enorme esfuerzo realizado para implementar el Protocolo revela la magnitud del trabajo que requerirá producir el próximo tratado, que debería sellarse en Copenhague en diciembre de 2009. Los activistas ejercerán presión para que se adopten políticas duras y de amplio alcance, pero seguirá habiendo una fuerte resistencia de parte de los países preocupados por su vitalidad económica.
Las nuevas negociaciones tendrán una ventaja con respecto a los esfuerzos anteriores, porque los gobiernos ahora entienden la necesidad de un portfolio de esfuerzos de adaptación, mitigación e investigación. La nueva investigación que mis colegas y yo llevamos a cabo para el Centro del Consenso de Copenhague en Dinamarca explora la efectividad de diferentes respuestas a este desafío global, pero respalda fuertemente la estrategia del portfolio por varias razones.
Primero, hoy sabemos que la adaptación será esencial, porque las temperaturas aumentarán otro 0,6ºC para 2100 aunque las emisiones de gases de tipo invernadero se eliminaran mañana. También sabemos que el impacto del cambio climático no estará distribuido de manera pareja en todo el mundo.
En algunas zonas, temperaturas modestamente más cálidas podrían producir rendimientos de cosechas superiores si los cambios asociados en los patrones de precipitaciones no son adversos y/o la irrigación sigue siendo viable. Sin embargo, incluso con un calentamiento de 0,6ºC, Africa y el sur de Asia experimentarán reducciones casi inmediatas en la viabilidad de muchos cultivos y, llegado el caso, una mayor vulnerabilidad a enfermedades infecciosas. Estos impactos claramente afectarán más a los habitantes menos aventajados del planeta: los "mil millones del segmento inferior" que ya soportan el mayor peso de las enfermedades, la pobreza, el conflicto y la desnutrición.
Asegurar que la capacidad de adaptación se expanda y se explote donde más se la necesita es, por ende, un desafío clave. El desarrollo a largo plazo puede ofrecerles a los países una mayor capacidad para mitigar el impacto del cambio climático en el medio ambiente y la salud de los ciudadanos, pero, mientras tanto, la gente más pobre del planeta necesitará ayuda de los ricos.
Nuestro análisis investigó, por ejemplo, los méritos de las políticas más focalizadas para el corto plazo: compra de redes resistentes a los mosquitos y terapia de rehidratación en casos de malaria para los chicos en las naciones más pobres afectadas por el cambio climático. El objetivo era abordar de manera agresiva y pro-activa algunos de los impactos sanitarios marginales del calentamiento global. Los beneficios aparecieron casi de inmediato, pero se disiparon con el tiempo junto con el desarrollo de las economías. Sin embargo, a pesar de que el desarrollo mejora las condiciones, reducir las emisiones de carbono se tornaría cada vez más importante en el más largo plazo a medida que el impacto del cambio climático se vuelva más severo.
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Dado que se observaron los efectos del cambio climático en muchas zonas del mundo, pensar en la mitigación tiene sentido en todas partes. Pero descubrimos que la mitigación por sí sola no cumplía con una prueba estándar de costo-beneficio. Permitimos que ciertos costos anuales de la política climática aumentaran en proporción con el PBI global hasta 2100 a partir de un punto de referencia anual inicial de 18.000 millones de dólares. El costo descontado del flujo resultante de costos anuales fijos llegó a 800.000 millones de dólares, pero los daños evitados por esta estrategia ascendieron a un valor descontado de apenas 685.000 millones de dólares.
El estudio del Consenso de Copenhague también examinó una opción de portfolio del tipo esgrimido por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas. Asignamos 50.000 millones de dólares a la investigación en tecnología más verde, de manera que sólo 750.000 millones de dólares puedan ser absorbidos por el costo económico de la adaptación y la mitigación. La brecha entre el costo de tecnología libre de carbono y tecnología que emite carbono cayó, y los impuestos destinados a mitigar las emisiones se volvieron más efectivos. En consecuencia, el programa de investigación y desarrollo, esencialmente, se autofinanció, y los beneficios descontados totales para la inversión de 800.000 millones de dólares treparon a más de 2.100 billones de dólares.
Asegurar que la investigación y desarrollo sea parte del portfolio de respuestas al cambio climático del mundo haría que los esfuerzos de mitigación fueran más eficientes y mejoraría significativamente su capacidad para reducir las emisiones de carbono en el próximo siglo.
Sin embargo, estos beneficios netos favorables reflejan presunciones muy conservadores respecto del momento adecuado para implementar las reducciones de emisiones y de cuándo "se subiría a bordo" el mundo en desarrollo. Optimizar la inversión en el portfolio con el tiempo aumentaría, por ejemplo, los beneficios descontados en más de un factor. Los beneficios esperados aumentarían aún más si incluyéramos la posibilidad de que sensibilidades climáticas potencialmente más altas exacerbarían los daños, aunque hacerlo exigiría incluir sensibilidades climáticas similarmente más bajas, lo cual ejercería una presión en sentido contrario.
Combatir el cambio climático puede ser una inversión sólida, aunque ni la mitigación ni la adaptación por sí solas bastarán para "solucionar" el problema. Para marcar una verdadera diferencia, especialmente en el corto plazo, el mundo debería combinar la mitigación y la adaptación con una mayor investigación y desarrollo en tecnología de ahorro y secuestro de carbono, lo que a su vez requiere diseñar y explotar incentivos basados en el mercado.