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Lecciones de la lucha de Ruanda contra el COVID-19

KIGALI – Cuando el COVID-19 comenzó a convertirse en pandemia a principios de 2020, los países desarrollados se vieron en dificultades para contener el virus, y muchos comenzaron a inquietarse sobre la capacidad de los países africanos para resistirlo. Expertos de todo el mundo anunciaron graves predicciones, advirtiendo que los débiles sistemas de salud pública de la región quedarían diezmados. Sin embargo, viendo en retrospectiva los primeros nueve meses de la pandemia, es evidente que los países africanos no solo sobrevivieron, sino que también pudieron dar lecciones sobre cómo enfrentar crisis similares en el futuro.

Aquí en Ruanda nuestro sistema de salud tuvo que reconstruirse de raíz después del genocidio de 1994 contra los tutsis, cuando un millón de personas fueron asesinadas. Apenas 26 años después, el país es visto como un ejemplo para el mundo en cuanto a la respuesta al virus. Según proyecciones para el 1 de enero de 2021, los fallecidos por el COVID-19 en Estados Unidos superarán los 330.000 (en una población de 330 millones de personas), mientras que la cifra correspondiente en Ruanda es de apenas 62 (en una población de 12,3 millones).

El éxito ruandés en la lucha contra el COVID-19 debería llevarnos a reconsiderar varios supuestos sobre lo que es necesario para construir un sistema de salud sólido. Por ejemplo, Ruanda no dispone de una abundancia de ventiladores ni de unidades de camas para cuidados intensivos, pero sí cuenta con un sistema fundado en la equidad, la confianza, la participación comunitaria y el paciente como elemento central. Al tomar decisiones basadas en la evidencia, aprendiendo de las lecciones de nuestro pasado y siguiendo el ejemplo de otros países exitosos, Ruanda ha superado las expectativas y demostrado que cualquier país puede mantener a salvo a sus ciudadanos con las estrategias y el liderazgo correctos.

La pandemia ha reforzado una idea que enseñamos en la Universidad de la Equidad Sanitaria Global (UGHE, por sus siglas en inglés): que un enfoque sanitario centrado en la equidad es la mejor manera de asegurar la salud pública en términos más generales. Cuando el gobierno ruandés decretó un confinamiento nacional a mediados de marzo, se coordinó con los líderes de aldeas para distribuir alimentos esenciales a decenas de miles de hogares necesitados. Puesto que quienes no podían trabajar no enfrentaban la perspectiva de sufrir hambre, pudieron obedecer el confinamiento, manteniéndose así a ellos mismos, sus seres queridos y al resto de nosotros libres del virus.

Asimismo, el gobierno adoptó medidas para asegurarse de que las poblaciones más vulnerables fueran testeadas, puestas en cuarentena y tratadas de manera gratuita. Y quienes resultaron positivos a las pruebas podían contar con el apoyo público, incluidos comida y alojamiento.

El sistema sanitario de Ruanda sigue un modelo descentralizado que enfatiza la prevención y la atención a nivel comunitario, lo que garantiza la equidad geográfica y el acceso. Cada aldea tiene un equipo de Trabajadores Sanitarios Comunitarios que comprenden las necesidades específicas de su entorno. Desde el comienzo de la pandemia, los 60.000 TSC del país han ayudado al Centro Biomédico de Ruanda, la institución que lidera la respuesta nacional, a educar a los ciudadanos sobre las medidas de prevención, identificando poblaciones vulnerables que necesiten apoyo, realizando la trazabilidad de los contactos y dando seguimiento a los pacientes dados de alta que hayan recibido dos resultados negativos a la prueba.

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Este enfoque descentralizado pero integrado ha contribuido a que Ruanda haya alcanzado el mayor nivel de confianza pública de todos los sistemas sanitarios del mundo. Casi todos los ruandeses confían en que las vacunas garantizadas por la UNICEF y la Organización Mundial de la Salud son seguras y eficaces. Como resultado, el país casi ha eliminado el riesgo de cáncer cervical entre las ruandesas de 12 a 23 años de edad mediante la administración a las niñas de la vacuna contra el virus del papiloma humano.

Mientras tanto, algunos países occidentales se han visto en aprietos para hacer que sus ciudadanos sigan pautas de salud pública tan básicas como usar mascarilla en público, debido a una pérdida generalizada de confianza en las instituciones y su experticia. Si algo nos ha mostrado la pandemia del COVID-19 es que la confianza pública es un fuerte determinante de la salud pública. Un país puede contar con las tecnologías médicas más avanzadas del planeta, pero si su pueblo no tiene fe en su gobierno o las instituciones sanitarias públicas, el valor de esos recursos se habrá dilapidado.

A medida que el cambio climático y las intrusiones demográficas sigan perturbando los sistemas naturales, el riesgo de otra enfermedad zoonótica no hará más que aumentar en los próximos años y décadas. En consecuencia, es de importancia crítica que aprendamos de los errores y éxitos en la actual crisis del COVID-19, a fin de estar mejor preparados para las futuras necesidades de prevención y tratamiento.

En Ruanda hicimos uso de lo aprendido en los brotes de ébola de 2014 y 2018 en países vecinos y los pasos que dimos para impedir que la epidemia entrara a nuestro país, para guiar nuestra respuesta al COVID-19. Por ello, hubo una rápida campaña para entrenar TSC y educar al público sobre higiene y saneamiento básicos. Pero, ya que cada epidemia es diferente, este es un proceso constante. Con cada nuevo desafío vienen innovaciones, conocimientos y estrategias nuevas que fortalecen el sistema existente y lo preparar para el próximo brote.

Más aún, la capacitación y educación públicas se deben renovar y actualizar con cada nueva generación de detectives de las enfermedades y expertos en salud global. Esa es la razón de que en la UGHE estemos capacitando a estudiantes procedentes de todo el planeta en preparación y respuesta para epidemias y pandemias, y en manejar los brotes de manera equitativa a través del enfoque comunitario “One Health”. Al alinear la educación con la demanda del sector de la salud, podemos asegurarnos de que los profesionales sanitarios presten los servicios que sus comunidades necesitan, y que se gradúen con las capacidades de liderazgo, conocimiento y espíritu emprendedor necesarios para innovar y adaptarse.

Así han reflexionado hasta ahora los líderes sanitarios de Ruanda y otros países africanos, y sus contrapartes occidentales también deberían hacerlo. Los países que han tenido dificultades para contener el virus y sus efectos económicos deberían reorientar sus sistemas de salud para que sirvan las necesidades de sus comunidades. Todos los países deberían pensar críticamente no solo acerca de los recursos y tecnologías disponibles, sino también sobre los temas de la equidad, el acceso y la confianza de la gente.

La pandemia todavía está por ser derrotada. Pero mientras muchos pueblos occidentales sucumben al escepticismo y la duda en sí mismos y sus propios gobernantes, Ruanda ha protegido del virus a la vasta mayoría de sus ciudadanos y desarrollado aún más confianza en su modelo de atención sanitaria. Esos mismos principios podrían ayudar a salvar vidas en países más ricos y con mejores recursos, tanto hoy como en el futuro. Tenemos la esperanza de que todos los demás países adopten hoy un enfoque al estilo ruandés, ya que somos tan seguros como el más vulnerable de nuestros vecinos en la comunidad global.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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