LOS ÁNGELES/LUCERNA – Aunque vivimos en una era definida por la influencia desproporcionada de la humanidad sobre el planeta, nosotros mismos también atravesamos profundos cambios. Las máquinas están empezando a hacer cada vez más tareas que antes eran exclusivas de la labor humana (incluso muchas que dependen de la creatividad). La inteligencia artificial ya no es una posibilidad teórica lejana: está aquí, y llegó para quedarse.
Puestos a analizar su potencial, es tentador reproducir el tecnooptimismo de los noventa, cuando Deep Blue de IBM le ganó al campeón mundial de ajedrez y generó al hacerlo una ola de interés interdisciplinario respecto de las formas de usar y comercializar la IA en otros ámbitos. Pero también puede ser tentador adoptar la mirada opuesta e insistir en que la IA se tornará una amenaza inaceptable para los medios de vida de la mayoría de la gente, e incluso tal vez para la existencia de la humanidad misma.
Ninguna de las dos reacciones es nueva: muchas veces han acompañado la aparición de grandes innovaciones. Ambas también cometen un error similar, al tratar el avance tecnológico como algo separado de nosotros. Hoy los optimistas están entusiasmados por lo que la IA puede hacer para nosotros, mientras que los pesimistas se preocupan por lo que puede hacernos a nosotros. Pero lo que deberíamos preguntarnos es qué puede hacer la IA con nosotros.
Es una pregunta que se aplica por igual a las bellas artes y a las finanzas, a pesar de las evidentes diferencias entre estos dos ámbitos de actividad eminentemente humana. Para entender mejor el «arte de los nuevos medios», hay que pensarlo como un diálogo entre la experimentación y la tradición. El anhelo humano de novedades y la tradición son interdependientes: sólo mediante la apreciación de lo que hubo antes de una obra de arte podemos comprender lo que la hace nueva. Ninguna creación artística es totalmente independiente de la herencia cultural, así como la luz no se puede entender en ausencia de la oscuridad.
Esta duplicidad también se aplica a las finanzas. Para triunfar en ellas hay que saber reconocer las innovaciones genuinas, lo que a su vez demanda comprender lo que se ha hecho antes.
Esta interrelación entre el pasado y el presente también sirve para describir a la IA generativa. Al basarse en un vasto acervo de expresiones humanas previas (datos), la IA puede lograr una aplicabilidad casi universal y facilitar la innovación en un sinfín de áreas de la cultura y de la industria.
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Fue esta idea de la IA lo que nos motivó a llevar adelante nuestro proyecto colaborativo Dvořák Dreams. Con el poder del aprendizaje automático, transformamos las obras, los archivos visuales y el legado del compositor checo decimonónico Antonín Dvořák para crear una instalación de cien metros cuadrados que se exhibió en septiembre durante el Festival Internacional de Música de Dvořák en Praga, frente al Rudolfinum (patrimonio mundial de la UNESCO). Fue el proyecto inaugural de 0xCollection, una nueva iniciativa cultural dedicada al arte digital, y ejemplificó el potencial de la IA como herramienta para transformar la creatividad humana y enriquecer la herencia cultural.
El uso artístico de la IA puede prefigurar el papel de la tecnología en la sociedad más en general. Los modernos modelos algorítmicos se tienen que entrenar con vastos cúmulos de datos que en su mayor parte son creaciones humanas para el consumo humano, y esto los convierte en herramientas sumamente poderosas en ámbitos como la investigación y el desarrollo. Los productos de la IA tienen sentido y son comprensibles porque su materia prima (trátese de cientos de horas de música clásica u otros datos de naturaleza más cuantitativa) es humana. Sólo manteniendo esta conexión simbiótica entre nosotros y nuestras cambiantes tecnologías podremos garantizar que el desarrollo de la IA resulte benéfico.
Digamos las cosas como son: el aprendizaje automático puede aportar profundos beneficios. Aunque hoy nos resulte novedosa y extraña, la IA puede ser una herramienta sumamente poderosa al servicio de nuestros fines, desde optimizar la eficiencia en el uso de la tecnología hasta actuar como auxiliar en la creación de obras de arte para el disfrute de toda la humanidad. La utilidad de la IA (incluso como instrumento de creación de sentido) dependerá de la respuesta de los seres humanos a sus productos. Es evidente que tendrá un papel creciente en nuestro cada vez más digitalizado mundo. Lo que necesitamos es una estrategia de coexistencia que respete, valorice y optimice ambas partes, el ser humano y la máquina.
En tal sentido, vemos Dvořák Dreams como una prueba de concepto. Firmemente enraizado en expresiones de la imaginación y materiales humanos, el proyecto usó la IA para recuperar, sintetizar y extender el legado de un pionero cultural del pasado. La presentación que de ello resultó no fue una mera «alucinación» generada por una máquina, sino más bien una muestra de coevolución. Guiada por la intervención humana, una inteligencia «artificial» convirtió una producción cultural del pasado en una realidad para nosotros en el presente. Revivió la historia, y al mismo tiempo la creó de nuevo. Para hallar valor, hay que unir la tradición con la novedad: sin ambas cosas, el producto final no nos conmoverá.
Dvořák Dreams nos obligó a dejar de lado el debate sobre humanos contra humanos y humanos contra máquinas. El resultado fue beneficioso para el desarrollo de la tecnología y para el progreso del arte contemporáneo, y ahora estamos pidiendo una revolución, no de la tecnología, sino de las actitudes de la humanidad hacia ella. No hay duda de que la IA es extraordinariamente poderosa, pero no es en modo alguno la primera tecnología que haya modificado la condición humana.
No hace falta ser ni fanáticos de la tecnología ni críticos irreductibles. El progreso humano es un resultado de la colaboración entre nosotros y, además de eso, entre nosotros y nuestras máquinas. En este sentido, el papel de artistas, inversores e innovadores en la revolución de la IA es el mismo: combinar la apertura hacia el futuro con la apreciación informada del pasado.
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As US President Joe Biden seeks a mandate to restore the postwar international order, Donald Trump, his likely opponent, does not care if it burns to the ground. The future of American democracy and global leadership, as well as the fate of Ukraine and countless other US allies, hangs in the balance.
worries that America’s internal divisions will weaken global stability in the runup to the November election.
LOS ÁNGELES/LUCERNA – Aunque vivimos en una era definida por la influencia desproporcionada de la humanidad sobre el planeta, nosotros mismos también atravesamos profundos cambios. Las máquinas están empezando a hacer cada vez más tareas que antes eran exclusivas de la labor humana (incluso muchas que dependen de la creatividad). La inteligencia artificial ya no es una posibilidad teórica lejana: está aquí, y llegó para quedarse.
Puestos a analizar su potencial, es tentador reproducir el tecnooptimismo de los noventa, cuando Deep Blue de IBM le ganó al campeón mundial de ajedrez y generó al hacerlo una ola de interés interdisciplinario respecto de las formas de usar y comercializar la IA en otros ámbitos. Pero también puede ser tentador adoptar la mirada opuesta e insistir en que la IA se tornará una amenaza inaceptable para los medios de vida de la mayoría de la gente, e incluso tal vez para la existencia de la humanidad misma.
Ninguna de las dos reacciones es nueva: muchas veces han acompañado la aparición de grandes innovaciones. Ambas también cometen un error similar, al tratar el avance tecnológico como algo separado de nosotros. Hoy los optimistas están entusiasmados por lo que la IA puede hacer para nosotros, mientras que los pesimistas se preocupan por lo que puede hacernos a nosotros. Pero lo que deberíamos preguntarnos es qué puede hacer la IA con nosotros.
Es una pregunta que se aplica por igual a las bellas artes y a las finanzas, a pesar de las evidentes diferencias entre estos dos ámbitos de actividad eminentemente humana. Para entender mejor el «arte de los nuevos medios», hay que pensarlo como un diálogo entre la experimentación y la tradición. El anhelo humano de novedades y la tradición son interdependientes: sólo mediante la apreciación de lo que hubo antes de una obra de arte podemos comprender lo que la hace nueva. Ninguna creación artística es totalmente independiente de la herencia cultural, así como la luz no se puede entender en ausencia de la oscuridad.
Esta duplicidad también se aplica a las finanzas. Para triunfar en ellas hay que saber reconocer las innovaciones genuinas, lo que a su vez demanda comprender lo que se ha hecho antes.
Esta interrelación entre el pasado y el presente también sirve para describir a la IA generativa. Al basarse en un vasto acervo de expresiones humanas previas (datos), la IA puede lograr una aplicabilidad casi universal y facilitar la innovación en un sinfín de áreas de la cultura y de la industria.
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El uso artístico de la IA puede prefigurar el papel de la tecnología en la sociedad más en general. Los modernos modelos algorítmicos se tienen que entrenar con vastos cúmulos de datos que en su mayor parte son creaciones humanas para el consumo humano, y esto los convierte en herramientas sumamente poderosas en ámbitos como la investigación y el desarrollo. Los productos de la IA tienen sentido y son comprensibles porque su materia prima (trátese de cientos de horas de música clásica u otros datos de naturaleza más cuantitativa) es humana. Sólo manteniendo esta conexión simbiótica entre nosotros y nuestras cambiantes tecnologías podremos garantizar que el desarrollo de la IA resulte benéfico.
Digamos las cosas como son: el aprendizaje automático puede aportar profundos beneficios. Aunque hoy nos resulte novedosa y extraña, la IA puede ser una herramienta sumamente poderosa al servicio de nuestros fines, desde optimizar la eficiencia en el uso de la tecnología hasta actuar como auxiliar en la creación de obras de arte para el disfrute de toda la humanidad. La utilidad de la IA (incluso como instrumento de creación de sentido) dependerá de la respuesta de los seres humanos a sus productos. Es evidente que tendrá un papel creciente en nuestro cada vez más digitalizado mundo. Lo que necesitamos es una estrategia de coexistencia que respete, valorice y optimice ambas partes, el ser humano y la máquina.
En tal sentido, vemos Dvořák Dreams como una prueba de concepto. Firmemente enraizado en expresiones de la imaginación y materiales humanos, el proyecto usó la IA para recuperar, sintetizar y extender el legado de un pionero cultural del pasado. La presentación que de ello resultó no fue una mera «alucinación» generada por una máquina, sino más bien una muestra de coevolución. Guiada por la intervención humana, una inteligencia «artificial» convirtió una producción cultural del pasado en una realidad para nosotros en el presente. Revivió la historia, y al mismo tiempo la creó de nuevo. Para hallar valor, hay que unir la tradición con la novedad: sin ambas cosas, el producto final no nos conmoverá.
Dvořák Dreams nos obligó a dejar de lado el debate sobre humanos contra humanos y humanos contra máquinas. El resultado fue beneficioso para el desarrollo de la tecnología y para el progreso del arte contemporáneo, y ahora estamos pidiendo una revolución, no de la tecnología, sino de las actitudes de la humanidad hacia ella. No hay duda de que la IA es extraordinariamente poderosa, pero no es en modo alguno la primera tecnología que haya modificado la condición humana.
No hace falta ser ni fanáticos de la tecnología ni críticos irreductibles. El progreso humano es un resultado de la colaboración entre nosotros y, además de eso, entre nosotros y nuestras máquinas. En este sentido, el papel de artistas, inversores e innovadores en la revolución de la IA es el mismo: combinar la apertura hacia el futuro con la apreciación informada del pasado.