ESTAMBUL – Comencé mi carrera política en 1991, el año de la primera Guerra del Golfo y la Conferencia de Paz para Oriente Medio en Madrid. Los líderes de la época era muy conscientes de los complejos vínculos entre el problema palestino y otros desafíos en Oriente Medio; desafortunadamente, esos vínculos aún existen.
Desde esa época, he presenciado muchas iniciativas, planes y proyectos para resolver diversos conflictos en esa área. De más está decir que mi país, Turquía, ha estado siempre a la vanguardia de los esfuerzos de la comunidad internacional para garantizar la paz, la estabilidad y la cooperación en la región (contribuí en algunos de ellos como miembro del parlamento, primer ministro, ministro de Relaciones Exteriores y, finalmente, como presidente).
Desafortunadamente, a pesar de un inmenso despliegue de energía y recursos durante un cuarto de siglo, esos esfuerzos no han producido los resultados deseados. Los modestos avances fueron saboteados o resultaron insuficientes, aun cuando miles de personas inocentes, tanto en Oriente Medio como en otras partes, han sido víctimas de la violencia, el odio y la venganza. La masacre de civiles (incluidos muchos niños) en Gaza el verano pasado, la barbarie del EIIL, el asesinato de rabinos en una sinagoga de Jerusalén y del ataque terrorista del mes pasado en Ottawa transmiten una simple verdad: la violencia es contagiosa.
En 1991, Saddam Hussein era la única amenaza regional; hoy las amenazas se ha multiplicado y su efecto es acumulativo. En 1991, los Estados Unidos y la Unión Soviética patrocinaron conjuntamente la Conferencia de paz de Madrid; hoy, EE. UU. y Rusia apenas se hablan.
Pero, si bien los actores regionales e internacionales se sienten profundamente frustrados por la mayor profundización de los problemas en Oriente Medio, un mayor pesimismo no hará más que empeorar las cosas. Tratemos entonces de extraer algunas lecciones de ciertas señales y tendencias positivas dispersas en los últimos meses.
Para comenzar, la eliminación de Siria del arsenal de armas químicas del régimen de Assad muestra que los esfuerzos conjuntos pueden producir resultados positivos. De igual modo, al aceptar extender las negociaciones internacionales sobre el programa nuclear iraní, las partes involucradas han mantenido con vida la promesa de un acuerdo final, que sería una gran victoria para la diplomacia multilateral.
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Las negociaciones nucleares exitosas con Irán (en las cuales he participado durante diversas etapas, como ministro de Relaciones Exteriores y presidente) tendrían importantes consecuencias estratégicas, políticas y económicas para Oriente Medio y el mundo. Una solución podría motivar a Irán a facilitar la resolución de otros problemas regionales. Además, otras potencias en la región que cuentan con un arsenal nuclear (o se sospecha que lo tienen) no tendrán excusa para oponerse al desarme.
El establecimiento de un gobierno iraquí más inclusivo –posibilitado por el sentido común y los esfuerzos coordinados de actores dentro y fuera del país– también es una señal positiva, al igual que los pasos para la resolución de desacuerdos entre el Gobierno Regional de Kurdistán (GRK) y las autoridades centrales en Bagdad. La renuncia del GRK a insistir en mantener un referendo sobre la independencia es un buen augurio de estabilidad para Irak y la región.
Lo mismo puede decirse de la coalición formada contra el EIIL. Pero, si bien los beneficios militares son ahora visibles, el poder «duro» por sí mismo no será suficiente para vencer al grupo. En última instancia, la solución reside en construir pacientemente un marco político inclusivo que logre el apoyo de la gente y los líderes locales, quienes desesperados y temerosos han caído en la trampa de la causa extremista.
Si bien el uso del poder duro contra el EIIL puede no haber seguido su curso, no se deben repetir los errores en Afganistán, Irak, Libia y Siria: hay que considerar sin demora estrategias para la salida militar y la transición política. Además, como el EIIL es un fenómeno que cristaliza todas las patologías políticas, ideológicas, económicas y sociales de la región, las soluciones posibles tendrán que ser audaces e integrales.
De igual modo, la decisión de algunos gobiernos, partidos y parlamentos europeos para reconocer al estado palestino es un avance bienvenido. Esta tendencia refleja la desilusión con el actual punto muerto diplomático, responsabilidad directa de Israel, no de los palestinos. La esperanza es que esta tendencia aliente los esfuerzos de las partes en Israel y Palestina que desean una solución justa. Es en beneficio de todos que el gobierno israelí muestre moderación respecto del asentamiento israelí en Cisjordania, la situación de Jerusalén y sus sitios sagrados.
Finalmente, aunque la Primavera Árabe ha sido sofocada por doquier (con la única excepción de Túnez), las expectativas, los anhelos y las preocupaciones de la gente de la región continúan siendo vigentes y válidas. Las demandas que definieron a la Primavera Árabe –de democracia, buen gobierno, derechos humanos, transparencia, igualdad de género y justicia social– continuarán dando forma a la agenda regional.
La pregunta es cómo consolidar esos beneficios y abonar el progreso. Una iniciativa potencialmente constructiva sería el establecimiento de un sistema de seguridad similar a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Esta visión, que existe desde la década de 1980, debe mantenerse con vida a pesar de –o precisamente, a causa de– las condiciones desfavorables para su creación. Debido a que un mecanismo de ese tipo requeriría una dimensión de sólida cooperación económica que incluyera cuestiones energéticas e hídricas, fomentaría el pensamiento estratégico de largo plazo y brindaría un punto de apoyo a los esfuerzos multilaterales para solucionar los problemas a medida que se presenten.
De momento, la agitación que envuelve a Oriente Medio es algo nunca antes visto, por eso necesitamos ser optimistas más que nunca. Solo basándonos en las visiones y los avances positivos se pueden recuperar y garantizar la paz y la estabilidad regionales. La alternativa tal vez sea tan nefasta que ni siquiera un pesimista podría imaginarla.
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ESTAMBUL – Comencé mi carrera política en 1991, el año de la primera Guerra del Golfo y la Conferencia de Paz para Oriente Medio en Madrid. Los líderes de la época era muy conscientes de los complejos vínculos entre el problema palestino y otros desafíos en Oriente Medio; desafortunadamente, esos vínculos aún existen.
Desde esa época, he presenciado muchas iniciativas, planes y proyectos para resolver diversos conflictos en esa área. De más está decir que mi país, Turquía, ha estado siempre a la vanguardia de los esfuerzos de la comunidad internacional para garantizar la paz, la estabilidad y la cooperación en la región (contribuí en algunos de ellos como miembro del parlamento, primer ministro, ministro de Relaciones Exteriores y, finalmente, como presidente).
Desafortunadamente, a pesar de un inmenso despliegue de energía y recursos durante un cuarto de siglo, esos esfuerzos no han producido los resultados deseados. Los modestos avances fueron saboteados o resultaron insuficientes, aun cuando miles de personas inocentes, tanto en Oriente Medio como en otras partes, han sido víctimas de la violencia, el odio y la venganza. La masacre de civiles (incluidos muchos niños) en Gaza el verano pasado, la barbarie del EIIL, el asesinato de rabinos en una sinagoga de Jerusalén y del ataque terrorista del mes pasado en Ottawa transmiten una simple verdad: la violencia es contagiosa.
En 1991, Saddam Hussein era la única amenaza regional; hoy las amenazas se ha multiplicado y su efecto es acumulativo. En 1991, los Estados Unidos y la Unión Soviética patrocinaron conjuntamente la Conferencia de paz de Madrid; hoy, EE. UU. y Rusia apenas se hablan.
Pero, si bien los actores regionales e internacionales se sienten profundamente frustrados por la mayor profundización de los problemas en Oriente Medio, un mayor pesimismo no hará más que empeorar las cosas. Tratemos entonces de extraer algunas lecciones de ciertas señales y tendencias positivas dispersas en los últimos meses.
Para comenzar, la eliminación de Siria del arsenal de armas químicas del régimen de Assad muestra que los esfuerzos conjuntos pueden producir resultados positivos. De igual modo, al aceptar extender las negociaciones internacionales sobre el programa nuclear iraní, las partes involucradas han mantenido con vida la promesa de un acuerdo final, que sería una gran victoria para la diplomacia multilateral.
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Las negociaciones nucleares exitosas con Irán (en las cuales he participado durante diversas etapas, como ministro de Relaciones Exteriores y presidente) tendrían importantes consecuencias estratégicas, políticas y económicas para Oriente Medio y el mundo. Una solución podría motivar a Irán a facilitar la resolución de otros problemas regionales. Además, otras potencias en la región que cuentan con un arsenal nuclear (o se sospecha que lo tienen) no tendrán excusa para oponerse al desarme.
El establecimiento de un gobierno iraquí más inclusivo –posibilitado por el sentido común y los esfuerzos coordinados de actores dentro y fuera del país– también es una señal positiva, al igual que los pasos para la resolución de desacuerdos entre el Gobierno Regional de Kurdistán (GRK) y las autoridades centrales en Bagdad. La renuncia del GRK a insistir en mantener un referendo sobre la independencia es un buen augurio de estabilidad para Irak y la región.
Lo mismo puede decirse de la coalición formada contra el EIIL. Pero, si bien los beneficios militares son ahora visibles, el poder «duro» por sí mismo no será suficiente para vencer al grupo. En última instancia, la solución reside en construir pacientemente un marco político inclusivo que logre el apoyo de la gente y los líderes locales, quienes desesperados y temerosos han caído en la trampa de la causa extremista.
Si bien el uso del poder duro contra el EIIL puede no haber seguido su curso, no se deben repetir los errores en Afganistán, Irak, Libia y Siria: hay que considerar sin demora estrategias para la salida militar y la transición política. Además, como el EIIL es un fenómeno que cristaliza todas las patologías políticas, ideológicas, económicas y sociales de la región, las soluciones posibles tendrán que ser audaces e integrales.
De igual modo, la decisión de algunos gobiernos, partidos y parlamentos europeos para reconocer al estado palestino es un avance bienvenido. Esta tendencia refleja la desilusión con el actual punto muerto diplomático, responsabilidad directa de Israel, no de los palestinos. La esperanza es que esta tendencia aliente los esfuerzos de las partes en Israel y Palestina que desean una solución justa. Es en beneficio de todos que el gobierno israelí muestre moderación respecto del asentamiento israelí en Cisjordania, la situación de Jerusalén y sus sitios sagrados.
Finalmente, aunque la Primavera Árabe ha sido sofocada por doquier (con la única excepción de Túnez), las expectativas, los anhelos y las preocupaciones de la gente de la región continúan siendo vigentes y válidas. Las demandas que definieron a la Primavera Árabe –de democracia, buen gobierno, derechos humanos, transparencia, igualdad de género y justicia social– continuarán dando forma a la agenda regional.
La pregunta es cómo consolidar esos beneficios y abonar el progreso. Una iniciativa potencialmente constructiva sería el establecimiento de un sistema de seguridad similar a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Esta visión, que existe desde la década de 1980, debe mantenerse con vida a pesar de –o precisamente, a causa de– las condiciones desfavorables para su creación. Debido a que un mecanismo de ese tipo requeriría una dimensión de sólida cooperación económica que incluyera cuestiones energéticas e hídricas, fomentaría el pensamiento estratégico de largo plazo y brindaría un punto de apoyo a los esfuerzos multilaterales para solucionar los problemas a medida que se presenten.
De momento, la agitación que envuelve a Oriente Medio es algo nunca antes visto, por eso necesitamos ser optimistas más que nunca. Solo basándonos en las visiones y los avances positivos se pueden recuperar y garantizar la paz y la estabilidad regionales. La alternativa tal vez sea tan nefasta que ni siquiera un pesimista podría imaginarla.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.