GINEBRA – Cuando 2014 se acerca a su fin, los valores consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos están amenazados. En todo el mundo, la libertad personal, los derechos humanos y la democracia están en peligro... incluso en países que han hecho suyos los ideales democráticos. La comunidad internacional está profundamente dividida y han quedado bloqueados los avances sobre multitud de problemas mundiales, desde las crisis en Siria, el Iraq y Ucrania hasta el cambio climático y el comercio internacional.
Tres factores –todos los cuales persistirán probablemente en 2015– están impulsando esas tendencias intranquilizadoras.
En primer lugar, la mundialización puede haber aportado muchos beneficios, pero también ha socavado la capacidad de las sociedades para determinar sus propios destinos. Muchos problemas modernos –incluidos la evasión fiscal, la delincuencia organizada, la inseguridad cibernética, el terrorismo, el cambio climático, la migración internacional y las corrientes financieras, lícitas e ilícitas– tienen una cosa en común: los instrumentos tradicionales de un Estado soberano se han vuelto insuficientes para combatirlo.
En segundo lugar, las soluciones militares fracasadas en el Agfanistán y el Iraq han desempeñado un papel importante en el socavamiento de la unidad de la comunidad internacional y la erosión de la confianza en la intervención en general, precisamente cuando las potencias establecidas recortan los presupuestos y las potencias en ascenso eluden la necesidad de asumir nuevas responsabilidades. En 2014, ciertos dirigentes de mi África nativa y de otros lugares impugnaron la objetividad y la eficacia del Tribunal Penal Internacional, cuya creación fue un importante hito en la lucha para acabar con la impunidad de los dirigentes nacionales.
Por último, no hemos modernizado la estructura institucional del sistema internacional. Las instituciones más importantes –el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional– siguen dominadas por los vencedores americanos y europeos de la segunda guerra mundial, países que representan una minoría cada vez más pequeña de la población mundial y un porcentaje en disminución de su producción económica. La negativa a reflejar el cambiante equilibrio del poder mundial debido al ascenso de China, del Brasil, de Sudáfrica y otros países socava la eficacia y la legitimidad del sistema internacional actual, en particular para quienes se sienten privados del reconocimiento debido.
Y, sin embargo, sean cuales fueren los defectos del sistema internacional, es importante recordar que nunca en la historia humana tan pocas personas (como proporción de la población mundial) han muerto a consecuencia de conflictos armados. Puede que no aparezca en los titulares, pero el sistema internacional, con sus normas e instituciones, permite a los Estados resolver la mayoría de sus controversias pacíficamente, la mayoría de las veces.
Para bien o para mal, la lucha contra epidemias como la del ébola o para prevenir las consecuencias más perjudiciales del cambio climático requiere solidaridad y cooperación. Replegarse en el unilateralismo, el ultranacionalismo o la política identitaria no producirá otra cosa que un peligroso mundo enconado, fragmentado y de estrechas miras.
Con la vista puesta en 2015 y más allá, el mundo necesita urgentemente dirigentes valientes que tengan amplitud de miras con vistas al futuro. En un mundo que está sometido a vaivenes, adherirse a un sistema justo de normas que respeten la soberanía nacional y los derechos individuales redundará en beneficio de todos. Los jefes de las potencias históricas del mundo deben reconocer que cumplir con las normas y permitir que los Estados en ascenso contribuyan a su formulación redundará también en su provecho. Como he sostenido con frecuencia, se debe ampliar el Consejo de Seguridad y se debe conceder a los países en desarrollo mayores derechos de votación en las instituciones de Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial.
A cambio, las potencias más recientes del mundo deben comenzar a asumir una mayor responsabilidad respecto del orden mundial, del que depende su éxito. No pueden seguir quedándose al margen y denunciar las injusticias del pasado, sino que deben unirse a sus pares en la construcción del futuro.
Con frecuencia oímos hablar de los defectos de las NN.UU., que constituyen el centro del sistema internacional. Demasiadas raras veces reconocemos sus logros y éxitos, que han sido muchos. En lugar de retirarse de un sistema que ha rendido resultados excepcionales, debemos aprovechar la actual crisis de la comunidad internacional como oportunidad histórica para remodelar el orden existente a fin de afrontar mejor nuestros problemas modernos.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
GINEBRA – Cuando 2014 se acerca a su fin, los valores consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos están amenazados. En todo el mundo, la libertad personal, los derechos humanos y la democracia están en peligro... incluso en países que han hecho suyos los ideales democráticos. La comunidad internacional está profundamente dividida y han quedado bloqueados los avances sobre multitud de problemas mundiales, desde las crisis en Siria, el Iraq y Ucrania hasta el cambio climático y el comercio internacional.
Tres factores –todos los cuales persistirán probablemente en 2015– están impulsando esas tendencias intranquilizadoras.
En primer lugar, la mundialización puede haber aportado muchos beneficios, pero también ha socavado la capacidad de las sociedades para determinar sus propios destinos. Muchos problemas modernos –incluidos la evasión fiscal, la delincuencia organizada, la inseguridad cibernética, el terrorismo, el cambio climático, la migración internacional y las corrientes financieras, lícitas e ilícitas– tienen una cosa en común: los instrumentos tradicionales de un Estado soberano se han vuelto insuficientes para combatirlo.
En segundo lugar, las soluciones militares fracasadas en el Agfanistán y el Iraq han desempeñado un papel importante en el socavamiento de la unidad de la comunidad internacional y la erosión de la confianza en la intervención en general, precisamente cuando las potencias establecidas recortan los presupuestos y las potencias en ascenso eluden la necesidad de asumir nuevas responsabilidades. En 2014, ciertos dirigentes de mi África nativa y de otros lugares impugnaron la objetividad y la eficacia del Tribunal Penal Internacional, cuya creación fue un importante hito en la lucha para acabar con la impunidad de los dirigentes nacionales.
Por último, no hemos modernizado la estructura institucional del sistema internacional. Las instituciones más importantes –el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional– siguen dominadas por los vencedores americanos y europeos de la segunda guerra mundial, países que representan una minoría cada vez más pequeña de la población mundial y un porcentaje en disminución de su producción económica. La negativa a reflejar el cambiante equilibrio del poder mundial debido al ascenso de China, del Brasil, de Sudáfrica y otros países socava la eficacia y la legitimidad del sistema internacional actual, en particular para quienes se sienten privados del reconocimiento debido.
Y, sin embargo, sean cuales fueren los defectos del sistema internacional, es importante recordar que nunca en la historia humana tan pocas personas (como proporción de la población mundial) han muerto a consecuencia de conflictos armados. Puede que no aparezca en los titulares, pero el sistema internacional, con sus normas e instituciones, permite a los Estados resolver la mayoría de sus controversias pacíficamente, la mayoría de las veces.
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Para bien o para mal, la lucha contra epidemias como la del ébola o para prevenir las consecuencias más perjudiciales del cambio climático requiere solidaridad y cooperación. Replegarse en el unilateralismo, el ultranacionalismo o la política identitaria no producirá otra cosa que un peligroso mundo enconado, fragmentado y de estrechas miras.
Con la vista puesta en 2015 y más allá, el mundo necesita urgentemente dirigentes valientes que tengan amplitud de miras con vistas al futuro. En un mundo que está sometido a vaivenes, adherirse a un sistema justo de normas que respeten la soberanía nacional y los derechos individuales redundará en beneficio de todos. Los jefes de las potencias históricas del mundo deben reconocer que cumplir con las normas y permitir que los Estados en ascenso contribuyan a su formulación redundará también en su provecho. Como he sostenido con frecuencia, se debe ampliar el Consejo de Seguridad y se debe conceder a los países en desarrollo mayores derechos de votación en las instituciones de Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial.
A cambio, las potencias más recientes del mundo deben comenzar a asumir una mayor responsabilidad respecto del orden mundial, del que depende su éxito. No pueden seguir quedándose al margen y denunciar las injusticias del pasado, sino que deben unirse a sus pares en la construcción del futuro.
Con frecuencia oímos hablar de los defectos de las NN.UU., que constituyen el centro del sistema internacional. Demasiadas raras veces reconocemos sus logros y éxitos, que han sido muchos. En lugar de retirarse de un sistema que ha rendido resultados excepcionales, debemos aprovechar la actual crisis de la comunidad internacional como oportunidad histórica para remodelar el orden existente a fin de afrontar mejor nuestros problemas modernos.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.