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Reconstruir el centro político

SINGAPUR – Aunque las protestas masivas que tuvieron lugar en muchas ciudades del mundo en 2019 se formaron espontáneamente, no surgieron de la nada. La confianza en que los gobiernos o los mercados pueden ofrecer a la gente una oportunidad justa en la vida se ha debilitado en muchos países. A esto se suma que la unión entre la gente ha dado paso a una sensación de «nosotros contra ellos».

Esas tensiones se manifiestan de diversas formas, según donde uno mire, pero reflejan realidades subyacentes. La movilidad social es obstinadamente reducida en muchos países, el crecimiento económico se ha desacelerado, los jóvenes ven menos perspectivas de buenos empleos y posibilidades de comprar una vivienda, y las brechas en la riqueza se han ampliado. La globalización y las nuevas tecnologías han contribuido a estas tendencias, pero constituyen el núcleo del problema. Los pocos países que han evitado el estancamiento de los salarios y el vaciamiento de la clase media –Suecia y Singapur, por ejemplo– han estado en realidad más expuestos a estas fuerzas que la mayoría. Lo que cuenta es la respuesta a través de las políticas, y si los gobiernos, empresas y sindicatos asumen la responsabilidad de ocuparse de las dificultades.

El problema es que la pérdida de confianza y solidaridad está fragmentando la política y socavando la capacidad de las instituciones democráticas para lograr una respuesta eficaz. Eso, a su vez, debilita la capacidad de los países para cooperar y garantizar el crecimiento mundial, evitar crisis y garantizar un mundo sostenible.

La tarea, entonces, es reconstruir la confianza en el centro amplio de la política. Para esto el requisito más fundamental es una ambición social más audaz. Necesitamos una inversión más comprometida y sostenida en las bases sociales de una prosperidad extendida si queremos recobrar el optimismo en el futuro. Estas bases están muy deterioradas en gran parte del primer mundo, y son terriblemente inadecuadas en la mayoría de los países en desarrollo. Tenemos que dar a la gente más posibilidades temprano en la vida, y segundas y terceras oportunidades más adelante, para que el destino de ninguna persona quede definido por su punto de partida. Y, a través de nuestra política, en nuestras escuelas, vecindarios y empleos, debemos desarrollar un sentido de afinidad entre la gente de distintos sectores sociales y etnias, fundamental para reducir el atractivo de la derecha populista.

Es mucho más fácil fomentar la movilidad social relativa cuando hay movilidad absoluta, cuando todos progresan. Debemos garantizar que esta escalera mecánica continúe funcionando. Cuando la escalera desacelera o se detiene, quienes están en el medio suelen ponerse ansiosos, no sólo por quienes se alejan más arriba, también por quienes pueden alcanzarlos desde abajo. Revertir la prolongada tendencia de bajo crecimiento de la productividad y recuperar el dinamismo económico es, entonces, un primer paso necesario.

Pero gobernar desde el centro también debe implicar intervenir arriba, para compensar las fuentes de la desigualdad. Debemos cerrar las brechas en salud materna y desarrollo de la temprana infancia para evitar desventajas que duran toda la vida. Debemos mejorar las habilidades de los trabajadores y asignarles nuevas tareas mientras tienen empleo, en vez de esperar a que sean desplazados por las nuevas tecnologías que ahorran mano de obra. Además, tenemos que compensar el problema de los vecindarios cada vez más marginados, que han producido crecientes distancias sociales entre la gente y dado forma a aspiraciones diferentes. Nada de esto es fácil, pero es mucho más difícil ocuparse de los problemas mayores que se forman hacia abajo.

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Estas tareas no se pueden dejar en manos del mercado, que en sí mismo tiende a amplificar las desventajas y ventajas iniciales: debido al apareamiento selectivo, a que los padres con mejor educación invierten más tiempo y recursos en sus niños, a prácticas de contratación basadas en el pedigrí educativo o social, etc. Es simplista oponerse a las intervenciones hacia arriba aduciendo que constituyen «ingeniería social». El Estado, y todos nosotros conjuntamente, debemos mitigar la «ingeniería social» del mercado, reducir la desigualdad en las oportunidades, y evitar que una clase marginada y otros legados se enquisten demasiado como para poder solucionarlos de manera democráticamente aceptable.

El contrato social del nuevo centro debe engendrar tanto solidaridad colectiva como responsabilidad personal, trascendiendo la narrativa tradicional de la derecha y la izquierda. La derecha tiende a atribuir los resultados de la vida al grado de responsabilidad que asume la gente por sí misma. Pero no ha habido un aumento de la irresponsabilidad personal que pueda explicar la persistencia de la baja productividad y del crecimiento de los salarios, la pérdida de empleos en el centro, o las crecientes disparidades regionales en tantos países.

De igual modo, el foco de la izquierda sobre la redistribución como respuesta la desigualdad se basa en una visión demasiado estrecha del papel del Estado y de nuestras responsabilidades colectivas para con los demás. Esta mirada ha perdido su atractivo incluso dentro de las principales socialdemocracias. La izquierda tradicional, de lo contrario, hubiera tenido resultados mucho mejores que los que logró después de la crisis financiera mundial de 2008, considerando las grandes dificultades impuestas a las familias trabajadoras comunes.

En vez de percibir la solidaridad colectiva y la responsabilidad personal como alternativas, debemos buscar la manera de que se refuercen entre sí. El Estado y sus colaboradores en la sociedad deben ampliar las oportunidades y proporcionar el apoyo que menudo necesita la gente para aprovecharlas y lograr su propio éxito en la educación, el empleo y contribuir ellos mismos a la comunidad. Este pacto de responsabilidad personal y colectiva es lo que lleva al éxito de las estrategias de elevación social. La sociedad nunca se cansa de apoyar a quienes tratan de ayudarse a sí mismos.

Cuando están bien diseñados, los sistemas fiscales progresivos —impuestos y transferencias equitativos para los pobres y la clase media— pueden favorecer tanto el crecimiento como la inclusión. También son fundamentales para apoyar sistemas democráticos abiertos, basados en los mercados.

Pero la progresividad del nuevo centro debe enfatizar mucho más las estrategias de movilidad social, la ayuda a la gente, las ciudades y las regiones para que puedan regenerarse cuando se pierden empleos e industrias enteras. Ejemplos de éxito en la forma que las redes locales de actores públicos, privados y educativos han estimulado la vuelta al crecimiento reflejan estrategias que buscan empoderar a la gente y son fundamentalmente diferentes de los esquemas redistributivos tradicionales que «indemnizan a los perdedores» y que poco han hecho por reparar la sensación de exclusión.

Parte de la solución también debe reenfocar la atención en los bienes públicos. La política fiscal en muchos países se ha apartado durante décadas de los objetivos de largo plazo, orientando el gasto hacia objetivos cortoplacistas, y a las personas en vez de a las bases sociales del bienestar. Ciertamente, los subsidios para las personas pobres y con ingresos medios son fundamentales para garantizar el acceso justo a la educación, la atención de la salud y la vivienda, al igual que las políticas para complementar los salarios bajos, como los impuestos negativos sobre la renta. Pero la inversión en bienes públicos —transporte público eficiente, escuelas públicas de calidad, investigación y desarrollo, museos y parques, infraestructura de energía renovable, etc.— son, en última instancia, fundamentales para la calidad de vida del ciudadano común, y para recuperar el optimismo sobre el futuro.

Finalmente, el nuevo centro político debe asumir la responsabilidad por construir un mundo más sostenible, y conducir las energías de los jóvenes para lograrlo. No podemos seguir posponiendo la acción colectiva a gran escala necesaria para detener la crisis climática y los cambios, ya peligrosos, en el equilibrio ecológico mundial. Demorarnos más es arriesgarnos a que las generaciones futuras en todas partes sufran consecuencias atroces.

De igual modo, no podemos seguir dejando a cargo de la próxima generación el peso de los sistemas de atención sanitaria y pensiones sin financiamiento. El nuevo centro político debe comprometerse con reformas socialmente justas, pero sostenibles. Esto requiere desarrollar en nuestras democracias la capacidad colectiva para reconocer los costos y beneficios de nuestras decisiones. Algunas sociedades están desarrollando esta capacidad, pero muchas han mostrado una creciente tendencia a prometer beneficios sin reconocer los costos que habrá que pagar hoy o mañana.

Para recuperar la confianza en el centro, será necesario forjar un consenso en favor de las orientaciones sociales y políticas básicas que describimos antes. Requerirá liderazgo, un fuerte sentido de propósito moral y agilidad en los fragmentados entornos políticos actuales. Pero cuanto más tardemos en construir este nuevo consenso, más permanente será el daño, tanto para la calidad de las democracias como para el orden multilateral, y más difícil será recuperarlos.

Traducción al español por www.Ant-Translation.com

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