WASHINGTON, DC – En los últimos años, los economistas han estado repasando el alfabeto para describir la forma de la tan esperada recuperación... empezando por una optimista V, continuando con una más pesimista U y acabando con una desesperante W, pero ahora una ansiedad más profunda está empezando a acechar a la profesión: el miedo a lo que yo llamo una recuperación “en forma de L”.
Visto a la luz de los deprimentes cinco últimos años, 2013 no ha sido malo para las economías avanzadas. La zona del euro salió, técnicamente, de la recesión, la tasa de desempleo en los Estados Unidos fue inferior a la de años anteriores y el Japón empezó a moverse después de un largo letargo y el negativo golpe del terremoto y del maremoto en 2011.
Pero, si miramos debajo de la superficie, resulta evidente que seguimos asomándonos al borde del precipicio. En el tercer trimestre de este año, el PIB se contrajo, con carácter interanual, no sólo en casos muy conocidos como los de Grecia y Portugal, sino también en Italia, España, los Países Bajos y la República Checa, y en algunos países, como Francia y Suecia, el PIB creció con tasas menores que la de aumento de la población, lo que quiere decir que los ingresos por habitante disminuyeron.
Además, las condiciones del mercado laboral se deterioraron hacia el final del año. El número de desempleados en Alemania aumentó durante cuatro meses consecutivos hasta noviembre. Entre los países industrializados, los Estados Unidos son los únicos que tienen una buena ejecutoria, pero incluso en este país, aunque la tasa de desempleo ha bajado durante el año y ahora asciende al siete por ciento, el desempleo de larga duración representa un 36 por ciento, inhabitualmente alto, del desempleo total, lo que amenaza con erosionar la base de aptitudes y hacer que la recuperación resulte tanto más difícil.
Entretanto, la reactivación del Japón se ha debido a una muy necesaria inyección de liquidez, pero la mejora del Japón no durará demasiado, a no ser que el gobierno del Primer Ministro, Shinzo Abe, llegue hasta el final con su promesa de reformas estructurales más profundas.
Así las cosas, algunos comentaristas han hablado recientemente de la posibilidad de una desaceleración prolongada en los países industrializados. No es una opinión que se acoja con agrado, pues otros critican a quienes la profesan de alimentar el pesimismo, pero no se puede rechazarla sin más ni más.
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El miedo a una recuperación en forma de L es legítimo. La tecnología moderna ha permitido a los trabajadores de las economías en ascenso participar en un mercado laboral mundial; a falta de una importante innovación importante en materia de políticas, es probable que ese fenómeno represente un prolongado lastre para los países ricos y hay pocas señales de innovación.
En cambio, hay una crisis en la profesión de los economistas, que refleja la crisis de los países avanzados. Gracias al cambio tecnológico y a la incesante mundialización, en los 50 últimos años el carácter de enteras economías ha cambiado espectacularmente sin que ese fenómeno haya ido acompañado de cambios en el pensamiento de las autoridades.
¿Por qué esa estasis? Una posibilidad es la de que los mismos factores que están volviendo a los empresarios excesivamente cautelosos sobre nuevas iniciativas están inclinando a las autoridades a la prudencia. Un interesante trabajo de las economistas del Banco Mundial Leora Klapper e Inessa Love muestra que una consecuencia importante de la crisis financiera ha sido la renuencia de los empresarios a crear nuevas empresas. Sus autoras muestran que, después de un aumento constante de 2004 a 2007, la creación de empresas se redujo marcadamente. En el Reino Unido, por ejemplo, el número de sociedades de responsabilidad limitada de nueva creación bajó de 450.000 en 2007 a 372.000 en 2008 y 330.000 en 2009.
Lo interesante es que, si bien esa reducción es más pronunciada en las economías avanzadas, que dependen particularmente de los mercados financieros, se aprecia en casi todos los 95 países que las autoras estudiaron. La razón no es difícil de entender. Una recesión es una época en la que tenemos tendencia a adoptar una actitud prudente, atenernos a lo conocido y renunciar a proyectos nuevos.
La misma actitud ha resultado patente entre los economistas y las autoridades. En tiempos de profunda incertidumbre la tendencia es a mantenerse en el ámbito de lo conocido y evitar el pensamiento innovador. Resulta particularmente desafortunado en la actualidad, cuando la estructura de la economía mundial está cambiando rápidamente.
Una señal reveladora de la excesiva cautela que exhiben los economistas y las autoridades ha sido su propensión a convertir la necesidad de documentación en una aversión a la creatividad analítica. Naturalmente, debemos utilizar la mejor documentación disponible para la formulación de políticas, pero hay sectores en los que no se dispone de ella. En esos territorios inexplorados, debemos basarnos en una combinación de intuición y teoría. Objetar nuevas políticas con el argumento de que no se basan en pruebas sólidas es quedarnos atrapados en el status quo.
Para comprender el error de esa crítica, imaginemos que, a partir de una teoría y algunos supuestos, recomendemos una nueva política X, aun cuando no haya pruebas sólidas sobre si funciona o no. Y ahora utilicemos Y para referirnos a la actitud de “no aplicar X”. Si no hay pruebas sobre si X funciona, resulta claro que tampoco las hay sobre si Y funciona. Así, pues, si se considera la falta de pruebas una buena razón par no aplicar X, también lo es para no hacerlo en el caso de Y, pero se trata de una contradicción, porque es imposible no aplicar ni X ni Y.
La propensión a recurrir a ese argumento incoherente refleja una proclividad en pro del status quo y una parcialidad contra la innovación en materia de políticas, pero ahora necesitamos precisamente la clase de pensamiento analítico que espoleó los grandes avances de la economía como disciplina durante los dos últimos siglos y medio... y que propició importantes avances en materia de políticas durante la Gran Depresión.
La falta de ese pensamiento creativo es la que ha abocado la profesión de los economistas a un atolladero y ha obligado a los economistas y las autoridades a tener en cuenta el miedo a “L”.
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WASHINGTON, DC – En los últimos años, los economistas han estado repasando el alfabeto para describir la forma de la tan esperada recuperación... empezando por una optimista V, continuando con una más pesimista U y acabando con una desesperante W, pero ahora una ansiedad más profunda está empezando a acechar a la profesión: el miedo a lo que yo llamo una recuperación “en forma de L”.
Visto a la luz de los deprimentes cinco últimos años, 2013 no ha sido malo para las economías avanzadas. La zona del euro salió, técnicamente, de la recesión, la tasa de desempleo en los Estados Unidos fue inferior a la de años anteriores y el Japón empezó a moverse después de un largo letargo y el negativo golpe del terremoto y del maremoto en 2011.
Pero, si miramos debajo de la superficie, resulta evidente que seguimos asomándonos al borde del precipicio. En el tercer trimestre de este año, el PIB se contrajo, con carácter interanual, no sólo en casos muy conocidos como los de Grecia y Portugal, sino también en Italia, España, los Países Bajos y la República Checa, y en algunos países, como Francia y Suecia, el PIB creció con tasas menores que la de aumento de la población, lo que quiere decir que los ingresos por habitante disminuyeron.
Además, las condiciones del mercado laboral se deterioraron hacia el final del año. El número de desempleados en Alemania aumentó durante cuatro meses consecutivos hasta noviembre. Entre los países industrializados, los Estados Unidos son los únicos que tienen una buena ejecutoria, pero incluso en este país, aunque la tasa de desempleo ha bajado durante el año y ahora asciende al siete por ciento, el desempleo de larga duración representa un 36 por ciento, inhabitualmente alto, del desempleo total, lo que amenaza con erosionar la base de aptitudes y hacer que la recuperación resulte tanto más difícil.
Entretanto, la reactivación del Japón se ha debido a una muy necesaria inyección de liquidez, pero la mejora del Japón no durará demasiado, a no ser que el gobierno del Primer Ministro, Shinzo Abe, llegue hasta el final con su promesa de reformas estructurales más profundas.
Así las cosas, algunos comentaristas han hablado recientemente de la posibilidad de una desaceleración prolongada en los países industrializados. No es una opinión que se acoja con agrado, pues otros critican a quienes la profesan de alimentar el pesimismo, pero no se puede rechazarla sin más ni más.
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El miedo a una recuperación en forma de L es legítimo. La tecnología moderna ha permitido a los trabajadores de las economías en ascenso participar en un mercado laboral mundial; a falta de una importante innovación importante en materia de políticas, es probable que ese fenómeno represente un prolongado lastre para los países ricos y hay pocas señales de innovación.
En cambio, hay una crisis en la profesión de los economistas, que refleja la crisis de los países avanzados. Gracias al cambio tecnológico y a la incesante mundialización, en los 50 últimos años el carácter de enteras economías ha cambiado espectacularmente sin que ese fenómeno haya ido acompañado de cambios en el pensamiento de las autoridades.
¿Por qué esa estasis? Una posibilidad es la de que los mismos factores que están volviendo a los empresarios excesivamente cautelosos sobre nuevas iniciativas están inclinando a las autoridades a la prudencia. Un interesante trabajo de las economistas del Banco Mundial Leora Klapper e Inessa Love muestra que una consecuencia importante de la crisis financiera ha sido la renuencia de los empresarios a crear nuevas empresas. Sus autoras muestran que, después de un aumento constante de 2004 a 2007, la creación de empresas se redujo marcadamente. En el Reino Unido, por ejemplo, el número de sociedades de responsabilidad limitada de nueva creación bajó de 450.000 en 2007 a 372.000 en 2008 y 330.000 en 2009.
Lo interesante es que, si bien esa reducción es más pronunciada en las economías avanzadas, que dependen particularmente de los mercados financieros, se aprecia en casi todos los 95 países que las autoras estudiaron. La razón no es difícil de entender. Una recesión es una época en la que tenemos tendencia a adoptar una actitud prudente, atenernos a lo conocido y renunciar a proyectos nuevos.
La misma actitud ha resultado patente entre los economistas y las autoridades. En tiempos de profunda incertidumbre la tendencia es a mantenerse en el ámbito de lo conocido y evitar el pensamiento innovador. Resulta particularmente desafortunado en la actualidad, cuando la estructura de la economía mundial está cambiando rápidamente.
Una señal reveladora de la excesiva cautela que exhiben los economistas y las autoridades ha sido su propensión a convertir la necesidad de documentación en una aversión a la creatividad analítica. Naturalmente, debemos utilizar la mejor documentación disponible para la formulación de políticas, pero hay sectores en los que no se dispone de ella. En esos territorios inexplorados, debemos basarnos en una combinación de intuición y teoría. Objetar nuevas políticas con el argumento de que no se basan en pruebas sólidas es quedarnos atrapados en el status quo.
Para comprender el error de esa crítica, imaginemos que, a partir de una teoría y algunos supuestos, recomendemos una nueva política X, aun cuando no haya pruebas sólidas sobre si funciona o no. Y ahora utilicemos Y para referirnos a la actitud de “no aplicar X”. Si no hay pruebas sobre si X funciona, resulta claro que tampoco las hay sobre si Y funciona. Así, pues, si se considera la falta de pruebas una buena razón par no aplicar X, también lo es para no hacerlo en el caso de Y, pero se trata de una contradicción, porque es imposible no aplicar ni X ni Y.
La propensión a recurrir a ese argumento incoherente refleja una proclividad en pro del status quo y una parcialidad contra la innovación en materia de políticas, pero ahora necesitamos precisamente la clase de pensamiento analítico que espoleó los grandes avances de la economía como disciplina durante los dos últimos siglos y medio... y que propició importantes avances en materia de políticas durante la Gran Depresión.
La falta de ese pensamiento creativo es la que ha abocado la profesión de los economistas a un atolladero y ha obligado a los economistas y las autoridades a tener en cuenta el miedo a “L”.