El gran escape de los bancos

STANFORD – Este año ha terminado siendo otro año repleto de fútiles esfuerzos por manejar el descomunal control que tienen los bancos y los banqueros sobre la economía mundial. El sistema financiero mundial permanece distorsionado y en peligro.

Desde la década de 1980, el “valor para los accionistas” se ha convertido, de manera creciente, en el punto central de la gestión empresarial. Los administradores y miembros del consejo directivo a menudo reciben remuneraciones que se basan en participaciones accionarias, lo que les otorga derechos patrimoniales y, a su vez, crea un poderoso incentivo para maximizar el valor de mercado de las acciones de sus empresas.

Sin embargo, las medidas adoptadas a nombre del valor para los accionistas benefician, con frecuencia, únicamente a aquellos cuya riqueza está íntimamente ligada a las ganancias de la empresa, y de hecho tales medidas pueden ser perjudiciales para muchos accionistas. A pesar de sus aseveraciones relativas a que ellos buscan alcanzar valor para los accionistas, las medidas adoptadas por los altos directivos, en especial, reflejan con frecuencia únicamente sus propios intereses, en lugar de reflejar los intereses de los accionistas, y son estos accionistas quienes, por lo general, tienen en su poder la gran mayoría de las acciones.

Se puede ver esta discrepancia de manera clara en el sector bancario. Antes del año 2007, los bancos disfrutaban de una rentabilidad alta y de una subida vertiginosa en los precios de sus acciones. Sin embargo, el endeudamiento excesivo y las pérdidas sufridas sobre las inversiones de riesgo que habían realizado fueron los factores que desencadenaron la crisis financiera mundial y condujeron al fracaso, o cerca del fracaso, a muchas instituciones financieras importantes.

Los bancos con endeudamientos sustanciales y amenazadores redujeron los préstamos, y, a pesar de la masiva intervención de los gobiernos y de los bancos centrales, la crisis derribó a la economía mundial. Como resultado, desde el año 2008, los accionistas han sostenido pérdidas importantes sobre sus inversiones en bancos. La crisis – junto con la prolongada recesión económica que vino tras ella – hizo que los accionistas cuyas inversiones se encontraban diversificadas sufran también pérdidas relacionadas a dichas inversiones.

Asimismo, muchos accionistas de bancos han sufrido por las distorsiones en los préstamos, ya sea directamente o a través de sus empresas o empleadores. Algunos, incluso, han perdido sus puestos de trabajo. Y, junto con otros contribuyentes tributarios, ellos se hicieron cargo de algunos de los costos de los planes de rescate.

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Y, sin embargo, a pesar de las grandes pérdidas sufridas sobre sus carteras accionarias en el período 2007-2008, los principales banqueros alcanzaron resultados significativamente superiores a los alcanzados por la mayoría de sus accionistas en el periodo 2000-2008. Incluso los ejecutivos de los fracasados bancos de inversión Bear Stearns y Lehman Brothers se fueron de dichos bancos llevándose cientos de millones de dólares en indemnizaciones, mientras que los accionistas de dichas empresas, quienes recibieron algunos dividendos a lo largo del camino, alcanzaron resultados muy inferiores – sin que ni siquiera se consideren en dichos resultados las otras pérdidas que sufrieron debido a la crisis.

Con la finalidad de proteger sus intereses propios, los banqueros han cabildeado y ejercido presión de manera despiadada contra la aprobación de las normas que les obligan a depender menos de los préstamos que obtienen y más de las ganancias retenidas o de las nuevas participaciones accionarias para que ellos, a su vez, financien los préstamos que otorgan y las inversiones que realizan. Los banqueros argumentan que tienen necesidad de ofrecer una alta rentabilidad a sus accionistas, indicando de manera implícita que las normas más estrictas socavan los intereses de dichos accionistas.

No obstante, que los bancos sean más seguros y estén menos endeudados hace que tengan una mayor capacidad para continuar otorgando préstamos sin sentir presión o sin tener la necesidad de recibir apoyo. Como resultado, dichos bancos tienen una menor propensión a desestabilizar el sistema financiero mundial o a infligir daños a la mayoría de los accionistas y al público en general.

Los banqueros también afirman que los mayores requerimientos de capital propio restringirían y obstaculizarían el crecimiento económico. Pero sus argumentos son deficientes y engañosos. Por ejemplo, utilizan el índice de rentabilidad sobre el patrimonio neto como su principal medida de rentabilidad, pero descuidan distinguir entre este mencionado índice y el valor para los accionistas. De hecho, en esta búsqueda de mayor rentabilidad que se realiza desde una sola perspectiva, los banqueros pudiesen exponer a los accionistas a riesgos excesivos sin compensarlos por ello de manera adecuada. Y los bancos no reconocen el papel que desempeñan las garantías y subsidios del gobierno en cuanto a posibilitar que se otorguen muchos más créditos y que dichos créditos sean más atractivos.

De forma contraria a las afirmaciones de los banqueros, aumentar considerablemente los requerimientos de capital propio, y consecuentemente salvaguardar la estabilidad del sistema financiero, es una acción que se implementa a fin de resguardar los intereses del público en general –incluidos entre ellos los intereses de la mayoría de los accionistas. En cambio, la preservación del statu quo, o la aplicación de una normativa inadecuada, permitiría que los banqueros continúen beneficiándose a costa de los demás.

Los pequeños accionistas no pueden influir en las decisiones de los bancos, especialmente en asuntos relacionados a riesgos complejos. Y, las juntas directivas de los bancos que son las entidades que ejercen en última instancia el control, no están obligadas por ley a considerar el impacto más amplio que tienen sus acciones sobre otros. Al contrario, es su perspectiva estrecha – que tiende a coincidir con las preferencias de los ejecutivos, aún a costa de otros accionistas – la que define la manera en la que formulan sus decisiones.

Incluso desde el estrecho punto de vista de los bancos, los mayores requerimientos de capital propio costarían menos que otras normas que se proponen. Y dichos requisitos podrían reducir la probabilidad de que los bancos fuertes sean convocados a financiar la liquidación de las instituciones fallidas. (Por supuesto, estas consideraciones son menos importantes si los banqueros esperan tener éxito en el bloqueo de todas las normas destinadas a reducir los riesgos excesivos, y esperan ser rescatados en caso de que ocurra una crisis).

En la situación actual, los banqueros siguen beneficiándose plenamente de las ventajas de sus inversiones, mientras que comparten las desventajas de las mismas con los acreedores y los contribuyentes tributarios – y en ocasiones con los accionistas. Si bien se ha logrado algún progreso en la mejora de las normas y en el cumplimiento de las mismas, los grupos de presión y cabildeo del sector han tenido mucho éxito en retrasar las reformas esenciales que son necesarias para garantizar la estabilidad financiera mundial. 

Según se informa, Jamie Dimon, presidente ejecutivo de JPMorgan Chase, dijo a su hija que “una crisis financiera ocurre cada cinco a siete años”. El mes pasado, este banco pagó $ 1,1 mil millones en dividendos, reduciendo su capacidad para absorber futuras pérdidas sobre sus inversiones. Si los formuladores de políticas y de normas no fortalecen sus esfuerzos para lograr reformas, los contribuyentes tributarios y los accionistas – y no así los banqueros como Dimon – serán quienes sufran, una vez más, las consecuencias de la próxima crisis.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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