LONDRES – El trabajo de quienes dan la alarma de tsunami es ingrato. Si se produce un terremoto en Australia, o la erupción de un volcán subterráneo cerca de Java, las estaciones navales de Japón, Vietnam, Filipinas, Nueva Zelandia, e incluso las más lejanas, en Perú y Chile, entran en estado de alerta y avisan a los residentes de las zonas costeras que puede venir una gran ola. Cuando aciertan, quienes dan la alarma salvan miles de vidas; cuando se equivocan, tratan de ignorar el desprecio al que son condenados, sabiendo que la próxima vez puede que sí llegue la ola grande.
LONDRES – El trabajo de quienes dan la alarma de tsunami es ingrato. Si se produce un terremoto en Australia, o la erupción de un volcán subterráneo cerca de Java, las estaciones navales de Japón, Vietnam, Filipinas, Nueva Zelandia, e incluso las más lejanas, en Perú y Chile, entran en estado de alerta y avisan a los residentes de las zonas costeras que puede venir una gran ola. Cuando aciertan, quienes dan la alarma salvan miles de vidas; cuando se equivocan, tratan de ignorar el desprecio al que son condenados, sabiendo que la próxima vez puede que sí llegue la ola grande.