PRINCETON – Todos hemos visto las imágenes apocalípticas de la ciudad china de Wuhan en cuarentena. El mundo contiene el aliento por temor a la difusión del nuevo coronavirus, COVID-19, y los gobiernos toman o preparan medidas drásticas que necesariamente conllevarán el sacrificio de derechos y libertades individuales en pos del bien común.
Algunos acusan a las autoridades chinas por su falta inicial de transparencia en relación con el brote. El filósofo Slavoj Žižek señaló que la obsesión con el COVID-19 manifiesta una “paranoia racista”, habiendo muchas enfermedades infecciosas peores que cada día causan la muerte de miles de personas. Los inclinados a aceptar teorías conspirativas creen que el virus es un arma biológica contra la economía china. Pocos mencionan, menos aún confrontan, la causa subyacente de la epidemia.
Tanto la epidemia de SARS (síndrome respiratorio agudo grave) en 2003 como la actual se originaron en los «mercados húmedos» de China: mercados al aire libre en los que los clientes compran animales vivos a los que acto seguido se mata en el lugar. Hasta fines de diciembre de 2019, todas las personas afectadas por el virus habían tenido algún vínculo con el mercado Huanan de Wuhan.
En los mercados húmedos de China, se venden y faenan para el consumo humano muchos tipos diferentes de animales: lobeznos, serpientes, tortugas, cobayos, ratas, nutrias, tejones y civetas. Mercados similares existen en muchos países asiáticos, entre ellos Japón, Vietnam y las Filipinas.
En áreas tropicales y subtropicales del planeta, los mercados húmedos tienen a la venta mamíferos, aves, peces y reptiles vivos, hacinados, respirando el mismo aire y en contacto con la sangre y los excrementos de los otros animales. Como relató hace poco el periodista Jason Beaubien, de la red radiofónica pública estadounidense NPR: «Peces vivos se agitan en cubetas abiertas, salpicando agua alrededor. Las mesas de los puestos de venta están cubiertas de la sangre de los peces eviscerados y fileteados delante mismo de los clientes. Tortugas y crustáceos vivos se arrastran unos sobre otros en cajones. El hielo al derretirse va sumando al lodazal del piso. Hay agua, sangre, escamas de peces y vísceras de aves por doquier.» Mercados húmedos, vaya si lo son.
Los científicos advierten que mantener animales distintos muy cerca unos de otros y con la gente por tiempo prolongado crea un ambiente insalubre, que es el origen probable de la mutación que permitió al COVID-19 infectar a seres humanos. Más precisamente, en un entorno de esas características, un coronavirus presente desde hace mucho en algunos animales experimentó una mutación acelerada al ir pasando entre distintos huéspedes no humanos, hasta que adquirió la capacidad de ligarse a los receptores de las células humanas y se adaptó así al huésped humano.
La evidencia motivó a China a imponer, el 26 de enero, una prohibición temporal del comercio de animales salvajes. No es la primera vez que se toma una medida de esta naturaleza en respuesta a una epidemia. Después del brote de SARS, China prohibió la crianza, el transporte y la venta de civetas y otros animales salvajes, pero la prohibición se derogó seis meses después.
Hoy muchas voces se alzan para pedir el cierre permanente de los «mercados de vida silvestre». Zhou Jinfeng, jefe de la Fundación para la Conservación de la Biodiversidad y el Desarrollo Ecológico de China, pidió que se prohíba por tiempo indefinido el «tráfico ilegal de animales salvajes»; señala además que la Asamblea Popular Nacional (el parlamento chino) está analizando un proyecto de ley que ilegalizaría el comercio de especies protegidas. Pero poner el acento en las especies protegidas es un ardid que desvía la atención pública de las circunstancias horrorosas en las que los animales se ven forzados a vivir y morir en los mercados húmedos. Lo que el mundo realmente necesita es una prohibición permanente de esos mercados.
Para los animales, los mercados húmedos son el infierno en este mundo. Miles de seres sensibles, temblorosos de vida, padecen horas de sufrimiento y angustia antes de ser faenados en forma brutal. Esto es sólo una pequeña parte del sufrimiento sistemático que los seres humanos infligen a los animales en todos los países, en granjas industriales, laboratorios y en la industria del entretenimiento.
Si alguien se detiene a pensar en lo que estamos haciendo (algo infrecuente), la tendencia es a justificarlo apelando a la presunta superioridad de nuestra especie, así como los blancos apelaban a la presunta superioridad de su raza para justificar el sometimiento de otros humanos «inferiores». Pero ahora que intereses vitales de la humanidad coinciden tan claramente con los intereses de los animales no humanos, esta pequeña parte del sufrimiento que infligimos a los animales nos da la oportunidad de cambiar nuestra actitud hacia los miembros de las especies no humanas.
La prohibición de los mercados húmedos obligará a superar algunas preferencias culturales concretas y la resistencia derivada del perjuicio económico que supondría para quienes se ganan la vida con los mercados. Pero incluso negando a los animales no humanos la consideración moral que se merecen, estas inquietudes puntuales son decididamente inferiores al impacto desastroso del surgimiento cada vez más frecuente de epidemias (y acaso pandemias) globales.
Martin Williams, un escritor residente en Hong Kong que se especializa en temas de conservación y medioambiente, lo expresa muy bien: «Mientras esos mercados existan, la probabilidad de que aparezcan otras enfermedades nuevas subsistirá. Ya es hora de que China cierre esos mercados: con esa sola medida haría avances simultáneos en lo referido a los derechos de los animales y a la conservación de la naturaleza, al tiempo que reduciría el riesgo de que una enfermedad “hecha en China” perjudique a gente de todo el mundo.»
Pero nosotros iríamos más lejos. Ha ocurrido a veces a lo largo de la historia que una tragedia generara cambios importantes. Hay que prohibir los mercados en los que se venden y faenan animales vivos, no sólo en China, sino en todo el mundo.
Traducción: Esteban Flamini
PRINCETON – Todos hemos visto las imágenes apocalípticas de la ciudad china de Wuhan en cuarentena. El mundo contiene el aliento por temor a la difusión del nuevo coronavirus, COVID-19, y los gobiernos toman o preparan medidas drásticas que necesariamente conllevarán el sacrificio de derechos y libertades individuales en pos del bien común.
Algunos acusan a las autoridades chinas por su falta inicial de transparencia en relación con el brote. El filósofo Slavoj Žižek señaló que la obsesión con el COVID-19 manifiesta una “paranoia racista”, habiendo muchas enfermedades infecciosas peores que cada día causan la muerte de miles de personas. Los inclinados a aceptar teorías conspirativas creen que el virus es un arma biológica contra la economía china. Pocos mencionan, menos aún confrontan, la causa subyacente de la epidemia.
Tanto la epidemia de SARS (síndrome respiratorio agudo grave) en 2003 como la actual se originaron en los «mercados húmedos» de China: mercados al aire libre en los que los clientes compran animales vivos a los que acto seguido se mata en el lugar. Hasta fines de diciembre de 2019, todas las personas afectadas por el virus habían tenido algún vínculo con el mercado Huanan de Wuhan.
En los mercados húmedos de China, se venden y faenan para el consumo humano muchos tipos diferentes de animales: lobeznos, serpientes, tortugas, cobayos, ratas, nutrias, tejones y civetas. Mercados similares existen en muchos países asiáticos, entre ellos Japón, Vietnam y las Filipinas.
En áreas tropicales y subtropicales del planeta, los mercados húmedos tienen a la venta mamíferos, aves, peces y reptiles vivos, hacinados, respirando el mismo aire y en contacto con la sangre y los excrementos de los otros animales. Como relató hace poco el periodista Jason Beaubien, de la red radiofónica pública estadounidense NPR: «Peces vivos se agitan en cubetas abiertas, salpicando agua alrededor. Las mesas de los puestos de venta están cubiertas de la sangre de los peces eviscerados y fileteados delante mismo de los clientes. Tortugas y crustáceos vivos se arrastran unos sobre otros en cajones. El hielo al derretirse va sumando al lodazal del piso. Hay agua, sangre, escamas de peces y vísceras de aves por doquier.» Mercados húmedos, vaya si lo son.
Los científicos advierten que mantener animales distintos muy cerca unos de otros y con la gente por tiempo prolongado crea un ambiente insalubre, que es el origen probable de la mutación que permitió al COVID-19 infectar a seres humanos. Más precisamente, en un entorno de esas características, un coronavirus presente desde hace mucho en algunos animales experimentó una mutación acelerada al ir pasando entre distintos huéspedes no humanos, hasta que adquirió la capacidad de ligarse a los receptores de las células humanas y se adaptó así al huésped humano.
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La evidencia motivó a China a imponer, el 26 de enero, una prohibición temporal del comercio de animales salvajes. No es la primera vez que se toma una medida de esta naturaleza en respuesta a una epidemia. Después del brote de SARS, China prohibió la crianza, el transporte y la venta de civetas y otros animales salvajes, pero la prohibición se derogó seis meses después.
Hoy muchas voces se alzan para pedir el cierre permanente de los «mercados de vida silvestre». Zhou Jinfeng, jefe de la Fundación para la Conservación de la Biodiversidad y el Desarrollo Ecológico de China, pidió que se prohíba por tiempo indefinido el «tráfico ilegal de animales salvajes»; señala además que la Asamblea Popular Nacional (el parlamento chino) está analizando un proyecto de ley que ilegalizaría el comercio de especies protegidas. Pero poner el acento en las especies protegidas es un ardid que desvía la atención pública de las circunstancias horrorosas en las que los animales se ven forzados a vivir y morir en los mercados húmedos. Lo que el mundo realmente necesita es una prohibición permanente de esos mercados.
Para los animales, los mercados húmedos son el infierno en este mundo. Miles de seres sensibles, temblorosos de vida, padecen horas de sufrimiento y angustia antes de ser faenados en forma brutal. Esto es sólo una pequeña parte del sufrimiento sistemático que los seres humanos infligen a los animales en todos los países, en granjas industriales, laboratorios y en la industria del entretenimiento.
Si alguien se detiene a pensar en lo que estamos haciendo (algo infrecuente), la tendencia es a justificarlo apelando a la presunta superioridad de nuestra especie, así como los blancos apelaban a la presunta superioridad de su raza para justificar el sometimiento de otros humanos «inferiores». Pero ahora que intereses vitales de la humanidad coinciden tan claramente con los intereses de los animales no humanos, esta pequeña parte del sufrimiento que infligimos a los animales nos da la oportunidad de cambiar nuestra actitud hacia los miembros de las especies no humanas.
La prohibición de los mercados húmedos obligará a superar algunas preferencias culturales concretas y la resistencia derivada del perjuicio económico que supondría para quienes se ganan la vida con los mercados. Pero incluso negando a los animales no humanos la consideración moral que se merecen, estas inquietudes puntuales son decididamente inferiores al impacto desastroso del surgimiento cada vez más frecuente de epidemias (y acaso pandemias) globales.
Martin Williams, un escritor residente en Hong Kong que se especializa en temas de conservación y medioambiente, lo expresa muy bien: «Mientras esos mercados existan, la probabilidad de que aparezcan otras enfermedades nuevas subsistirá. Ya es hora de que China cierre esos mercados: con esa sola medida haría avances simultáneos en lo referido a los derechos de los animales y a la conservación de la naturaleza, al tiempo que reduciría el riesgo de que una enfermedad “hecha en China” perjudique a gente de todo el mundo.»
Pero nosotros iríamos más lejos. Ha ocurrido a veces a lo largo de la historia que una tragedia generara cambios importantes. Hay que prohibir los mercados en los que se venden y faenan animales vivos, no sólo en China, sino en todo el mundo.
Traducción: Esteban Flamini