CAMBRIDGE – En California, se está multando a los consumidores residenciales que malgastan agua: la idea es reducir el consumo en un 20%, en el marco de la lucha contra una grave sequía. El problema es que el de tipo residencial representa menos del 15% del consumo total: el resto se destina principalmente a la agricultura. Incluso si se lograran las metas a las que se apunta, no representarán menos del 3% de la demanda total: una gota en un balde casi vacío.
Mientras tanto, 30.000 trabajadores en China intentan cambiar las condiciones climáticas sembrando nubes desde aviones o bombardeando el aire con proyectiles antiaéreos, con la esperanza de provocar algo de lluvia. No hay pruebas estadísticas de que este tipo de manipulación climática funcione, pero los sembradores de nubes también están a tiempo completo en Estados Unidos, especialmente en el oeste.
Estas inútiles medidas son lo que yo llamaría “placebos políticos”: intentos de los gobiernos de demostrar a su ciudadanía que están haciendo algo (¡lo que sea!) por aliviar la escasez de agua. Puede que los placebos tengan sentido en el ámbito médico, pero acaban haciendo más mal que bien si distraen los esfuerzos por curar la enfermedad. Aplicar medidas parecidas a las de California es como decir a los policías que hagan sonar sus sirenas siempre que conduzca para que la gente tenga la impresión de que se está combatiendo el crimen. A medida que el cambio climático provoque sequías más prolongadas y graves, la falta de agua resultante exigirá soluciones nuevas y a veces difíciles de tomar, que vayan más al grano que estos fútiles intentos de aplacar a la gente.
Los retos son enormes. En muchos sitios el agua subterránea se considera propiedad del dueño de la tierra donde se extrae, incluso si el pozo hace uso de un acuífero que se extiende por miles de kilómetros cuadrados. Como resultado, no hay gran incentivo para conservarla. Mientras tanto, la extracción generalizada reduce el nivel de todo el acuífero, lo que puede dar lugar a la entrada de agua salada. Y, debido a que hay muchos derechos de propiedad de por medio, solo los políticos más valientes se atrever a enfrentar el asunto.
En algunas áreas de California y Texas, parte del agua llega a los consumidores prácticamente gratis, gracias a una red de represas, embalses y acueductos construidos hace décadas. Por ejemplo, la Presa Hoover, que dio origen a Lago Mead, el mayor embalse de EE.UU., se construyó en 1936 durante la Gran Depresión como parte del “New Deal”. Incluso si el gobierno federal hubiera tenido la intención de recuperar su inversión vendiendo agua del Lago Mead, hace mucho que se han amortizado los costes de construcción de la represa.
A diferencia de otras materias primas, muy a menudo el precio del agua depende de una decisión política y se encuentra sujeta a la influencia de grupos que presionan para recibir subsidios. Por ejemplo, la mayor parte del agua que se usa en Texas y California se vende por debajo de su coste, lo que hace que se suela malgastar. El coste de un acre-pie (1232,75 metros cúbicos) de agua en Dallas o Austin es al menos $150. Sin embargo, los cultivadores de arroz en Texas pagan apenas $10, y cada año consumen el equivalente a una inundación de 1,5 metros, cantidad que ni siquiera es necesaria para cultivar arroz: la mayoría se usa para ahogar maleza.
El gobierno federal estadounidense debe intervenir en el sector hídrico. Mientras persistan estas distorsiones, será más difícil que puedan competir las nuevas tecnologías que vayan surgiendo. Si se racionalizara el sector, otros inversionistas podrían entrra en el mercado. Los agricultores de Texas y California deben dejar de cultivar arroz, que podría importarse de países donde el agua es abundante, como Vietnam, y se los debería estimular a pasar a otras plantas, como el sésamo, mediante planes en que el gobierno asuma el coste de reemplazar la maquinaria necesaria para su cultivo y cosecha. Si se adoptan tecnologías como la irrigación por goteo, el uso actual del agua parecerá, en comparación, primitivo y anticuado.
El sector hídrico debería seguir el ejemplo de la industria eléctrica, en que los cambios efectuados a las normas federales en la segunda mitad del siglo veinte permitieron que productores independientes hicieran uso de las líneas de transmisión existentes. Así se pudo reducir los precios y mejorar el servicio de manera importante, y otros países se sintieron motivados a adoptar el modelo estadounidense. Es el momento de cerrar el grifo del agua subsidiada y encontrar un remedio de verdad para las zonas donde sea persistente su escasez.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
CAMBRIDGE – En California, se está multando a los consumidores residenciales que malgastan agua: la idea es reducir el consumo en un 20%, en el marco de la lucha contra una grave sequía. El problema es que el de tipo residencial representa menos del 15% del consumo total: el resto se destina principalmente a la agricultura. Incluso si se lograran las metas a las que se apunta, no representarán menos del 3% de la demanda total: una gota en un balde casi vacío.
Mientras tanto, 30.000 trabajadores en China intentan cambiar las condiciones climáticas sembrando nubes desde aviones o bombardeando el aire con proyectiles antiaéreos, con la esperanza de provocar algo de lluvia. No hay pruebas estadísticas de que este tipo de manipulación climática funcione, pero los sembradores de nubes también están a tiempo completo en Estados Unidos, especialmente en el oeste.
Estas inútiles medidas son lo que yo llamaría “placebos políticos”: intentos de los gobiernos de demostrar a su ciudadanía que están haciendo algo (¡lo que sea!) por aliviar la escasez de agua. Puede que los placebos tengan sentido en el ámbito médico, pero acaban haciendo más mal que bien si distraen los esfuerzos por curar la enfermedad. Aplicar medidas parecidas a las de California es como decir a los policías que hagan sonar sus sirenas siempre que conduzca para que la gente tenga la impresión de que se está combatiendo el crimen. A medida que el cambio climático provoque sequías más prolongadas y graves, la falta de agua resultante exigirá soluciones nuevas y a veces difíciles de tomar, que vayan más al grano que estos fútiles intentos de aplacar a la gente.
Los retos son enormes. En muchos sitios el agua subterránea se considera propiedad del dueño de la tierra donde se extrae, incluso si el pozo hace uso de un acuífero que se extiende por miles de kilómetros cuadrados. Como resultado, no hay gran incentivo para conservarla. Mientras tanto, la extracción generalizada reduce el nivel de todo el acuífero, lo que puede dar lugar a la entrada de agua salada. Y, debido a que hay muchos derechos de propiedad de por medio, solo los políticos más valientes se atrever a enfrentar el asunto.
En algunas áreas de California y Texas, parte del agua llega a los consumidores prácticamente gratis, gracias a una red de represas, embalses y acueductos construidos hace décadas. Por ejemplo, la Presa Hoover, que dio origen a Lago Mead, el mayor embalse de EE.UU., se construyó en 1936 durante la Gran Depresión como parte del “New Deal”. Incluso si el gobierno federal hubiera tenido la intención de recuperar su inversión vendiendo agua del Lago Mead, hace mucho que se han amortizado los costes de construcción de la represa.
A diferencia de otras materias primas, muy a menudo el precio del agua depende de una decisión política y se encuentra sujeta a la influencia de grupos que presionan para recibir subsidios. Por ejemplo, la mayor parte del agua que se usa en Texas y California se vende por debajo de su coste, lo que hace que se suela malgastar. El coste de un acre-pie (1232,75 metros cúbicos) de agua en Dallas o Austin es al menos $150. Sin embargo, los cultivadores de arroz en Texas pagan apenas $10, y cada año consumen el equivalente a una inundación de 1,5 metros, cantidad que ni siquiera es necesaria para cultivar arroz: la mayoría se usa para ahogar maleza.
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El gobierno federal estadounidense debe intervenir en el sector hídrico. Mientras persistan estas distorsiones, será más difícil que puedan competir las nuevas tecnologías que vayan surgiendo. Si se racionalizara el sector, otros inversionistas podrían entrra en el mercado. Los agricultores de Texas y California deben dejar de cultivar arroz, que podría importarse de países donde el agua es abundante, como Vietnam, y se los debería estimular a pasar a otras plantas, como el sésamo, mediante planes en que el gobierno asuma el coste de reemplazar la maquinaria necesaria para su cultivo y cosecha. Si se adoptan tecnologías como la irrigación por goteo, el uso actual del agua parecerá, en comparación, primitivo y anticuado.
El sector hídrico debería seguir el ejemplo de la industria eléctrica, en que los cambios efectuados a las normas federales en la segunda mitad del siglo veinte permitieron que productores independientes hicieran uso de las líneas de transmisión existentes. Así se pudo reducir los precios y mejorar el servicio de manera importante, y otros países se sintieron motivados a adoptar el modelo estadounidense. Es el momento de cerrar el grifo del agua subsidiada y encontrar un remedio de verdad para las zonas donde sea persistente su escasez.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen