NUEVA YORK – Una mujer vestida de negro hasta los tobillos y cubierta con un velo o un chador completo camina por una calle europea o norteamericana, rodeada de otras mujeres con camisetas sin mangas, minifaldas y pantalones muy cortos. Pasa bajo inmensos carteles de anuncios en los que otras mujeres se derriten en pleno éxtasis sexual, brincan con ropa interior o simplemente se estiran lánguidamente, casi completamente desnudas. ¿Acaso podría esa imagen ser más representativa de la incomodidad que Occidente siente ante las costumbres sociales del islam y viceversa?
Con frecuencia se riñen batallas ideológicas con cuerpos de mujeres como emblemas y la islamofobia occidental no es una excepción. Cuando Francia prohibió los velos en las escuelas, utilizó el jiyab como substituto de los valores occidentales en general, incluida la condición apropiada de la mujer. Cuando los americanos estaban preparándose para la invasión de Afganistán, se demonizó a los talibanes por prohibir los cosméticos y los tintes para el pelo a las mujeres; cuando se derrocó a los talibanes, los autores occidentales observaron con frecuencia que las mujeres se habían quitado el velo.
Pero, ¿no estaremos en Occidente malinterpretando radicalmente las costumbres sexuales musulmanas, en particular el significado de que muchas mujeres musulmanas vayan cubiertas con un velo o vestidas con un chador ? ¿Y no estaremos ciegos ante nuestros marcadores de la opresión y del control de las mujeres?
Occidente interpreta el velo como represión de las mujeres y supresión de su sexualidad, pero, cuando viajé a países musulmanes y me invitaron a participar en debates sólo entre mujeres en hogares musulmanes, me di cuenta de que las actitudes musulmanas sobre la apariencia y la sexualidad de las mujeres no tenían sus raíces en la represión, sino en un fuerte contraste entre la vida pública y la privada o lo que se debe a Dios y lo que se debe al marido. No es que el islam reprima la sexualidad, sino que encarna un sentido muy desarrollado de su apropiada canalización: hacia el matrimonio, los lazos que mantienen la vida familiar y el apego que protege un hogar.
Fuera de las paredes de las casas musulmanas típicas que visité en Marruecos, Jordania y Egipto, todo era recato y decoro, pero dentro las mujeres estaban tan interesadas en el atractivo, la seducción y el placer como las mujeres de cualquier parte del mundo.
En casa y en el marco de una intimidad marital, abundaban las prendas de Victoria’s Secret, de la moda elegante y las lociones para el cuidado de la piel. Los vídeos de bodas que me enseñaron, con la sensual danza que la novia aprende como parte de lo que hace de ella una esposa maravillosa y que exhibe, orgullosa, para su novio, indicaban que la sensualidad no era ajena a las mujeres musulmanas, sino que el placer y la sexualidad, masculinos y femeninos, no se deben exhibir promiscua y tal vez destructivamente para que todo el mundo los vea.
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De hecho, muchas de las mujeres musulmanas con las que hablé en modo alguno se sentían sojuzgadas por el chador o el velo. Al contrario, se sentían liberadas de las mirada occidental que sentían como molesta, cosificadora y vilmente sexualizadora. Muchas mujeres decían algo así: “Cuando llevo ropa occidental, los hombres me miran descaradamente, me cosifican o estoy siempre comprándome con los niveles de las modelos de revistas, que son difíciles de alcanzar y más aún cuando vas teniendo más edad, por no hablar de lo agotador que puede ser estar en exhibición todo el tiempo. Cuando llevo el velo o el chador , las personas se relacionan conmigo como un individuo, no un objeto: me siento respetada”. Puede que esas palabras no representen un conjunto de imágenes feministas occidentales tradicionales, pero se trata de un conjunto de sentimientos claramente feminista occidental.
Lo experimenté yo misma. En Marruecos me puse un shalwar kameez y un velo para dar un paseo por el bazar. Sí, probablemente parte de la cordialidad que recibí se debiera a la novedad de ver a una occidental así vestida, pero, al recorrer el mercado con la curva de mis pechos cubierta y la forma de mis piernas oculta y sin que mi pelo flotara en torno a mí, tuve una nueva sensación de calma y serenidad. Sí, me sentí en cierto sentido, libre.
Además, las mujeres musulmanas no están solas. La tradición cristiana occidental representa toda la sexualidad, incluso la de los casados, como pecaminosa. El islam y el judaísmo nunca tuvieron esa clase de división mente-cuerpo. De modo que en esas dos culturas la sexualidad canalizada en el matrimonio y la vida familiar está considerada una gran bendición, aprobada por Dios.
Eso puede explicar por qué las mujeres musulmanas y ortodoxas no solo describen una sensación de liberación gracias a su ropa recatada y su pelo cubierto, sino que, además, expresan niveles de goce sensual en su vida conyugal mucho mayores de lo que es común en Occidente. Cuando se mantiene en privado la sexualidad y orientada de formas que son sagradas y cuando el marido no está todo el día viendo a su esposa (o a otras mujeres) medio desnuda, se puede sentir una gran fuerza e intensidad cuando el velo o el chador desparecen en la santidad del hogar.
Entre jóvenes sanos de Occidente, que se crían con pornografía e imágenes sexuales en todas las esquinas, la reducción de la libido es una epidemia en aumento, por lo que resulta fácil imaginar la gran fuerza que la sexualidad puede seguir entrañando en una cultura más recatada y vale la pena entender las experiencias positivas que las mujeres –y los hombres– pueden tener en culturas en las que la sexualidad está canalizada de forma más conservadora.
No pretendo desestimar a las muchas mujeres del mundo musulmán que consideran el velo un medio de control de las mujeres. La libertad de elección es fundamental, pero los occidentales deben reconocer que, cuando una mujer en Francia o en Gran Bretaña opta por el velo, no necesariamente se trata de una señal de su represión y –lo que es más importante– cuando se opta por la minifalda y la camiseta sin mangas en una cultura occidental en la que las mujeres no son tan libres para envejecer, ser respetadas como madres, trabajadoras o seres espirituales y no interesarse por Madison Avenue, vale la pena pensar en una forma más matizada sobre lo que la libertad femenina significa de verdad.
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By banning TikTok, US authorities have sent American users of the app flocking to Chinese platforms with even fewer safeguards on data security or algorithmic manipulation. Though these, too, might be banned, others will replace them, leading America to construct, one prohibition at a time, its own "Great Firewall."
thinks the US government's ban on the app has left it in an untenable position.
While some observers doubt that US President-elect Donald Trump poses a grave threat to US democracy, others are bracing themselves for the destruction of the country’s constitutional order. With Trump’s inauguration just around the corner, we asked PS commentators how vulnerable US institutions really are.
NUEVA YORK – Una mujer vestida de negro hasta los tobillos y cubierta con un velo o un chador completo camina por una calle europea o norteamericana, rodeada de otras mujeres con camisetas sin mangas, minifaldas y pantalones muy cortos. Pasa bajo inmensos carteles de anuncios en los que otras mujeres se derriten en pleno éxtasis sexual, brincan con ropa interior o simplemente se estiran lánguidamente, casi completamente desnudas. ¿Acaso podría esa imagen ser más representativa de la incomodidad que Occidente siente ante las costumbres sociales del islam y viceversa?
Con frecuencia se riñen batallas ideológicas con cuerpos de mujeres como emblemas y la islamofobia occidental no es una excepción. Cuando Francia prohibió los velos en las escuelas, utilizó el jiyab como substituto de los valores occidentales en general, incluida la condición apropiada de la mujer. Cuando los americanos estaban preparándose para la invasión de Afganistán, se demonizó a los talibanes por prohibir los cosméticos y los tintes para el pelo a las mujeres; cuando se derrocó a los talibanes, los autores occidentales observaron con frecuencia que las mujeres se habían quitado el velo.
Pero, ¿no estaremos en Occidente malinterpretando radicalmente las costumbres sexuales musulmanas, en particular el significado de que muchas mujeres musulmanas vayan cubiertas con un velo o vestidas con un chador ? ¿Y no estaremos ciegos ante nuestros marcadores de la opresión y del control de las mujeres?
Occidente interpreta el velo como represión de las mujeres y supresión de su sexualidad, pero, cuando viajé a países musulmanes y me invitaron a participar en debates sólo entre mujeres en hogares musulmanes, me di cuenta de que las actitudes musulmanas sobre la apariencia y la sexualidad de las mujeres no tenían sus raíces en la represión, sino en un fuerte contraste entre la vida pública y la privada o lo que se debe a Dios y lo que se debe al marido. No es que el islam reprima la sexualidad, sino que encarna un sentido muy desarrollado de su apropiada canalización: hacia el matrimonio, los lazos que mantienen la vida familiar y el apego que protege un hogar.
Fuera de las paredes de las casas musulmanas típicas que visité en Marruecos, Jordania y Egipto, todo era recato y decoro, pero dentro las mujeres estaban tan interesadas en el atractivo, la seducción y el placer como las mujeres de cualquier parte del mundo.
En casa y en el marco de una intimidad marital, abundaban las prendas de Victoria’s Secret, de la moda elegante y las lociones para el cuidado de la piel. Los vídeos de bodas que me enseñaron, con la sensual danza que la novia aprende como parte de lo que hace de ella una esposa maravillosa y que exhibe, orgullosa, para su novio, indicaban que la sensualidad no era ajena a las mujeres musulmanas, sino que el placer y la sexualidad, masculinos y femeninos, no se deben exhibir promiscua y tal vez destructivamente para que todo el mundo los vea.
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De hecho, muchas de las mujeres musulmanas con las que hablé en modo alguno se sentían sojuzgadas por el chador o el velo. Al contrario, se sentían liberadas de las mirada occidental que sentían como molesta, cosificadora y vilmente sexualizadora. Muchas mujeres decían algo así: “Cuando llevo ropa occidental, los hombres me miran descaradamente, me cosifican o estoy siempre comprándome con los niveles de las modelos de revistas, que son difíciles de alcanzar y más aún cuando vas teniendo más edad, por no hablar de lo agotador que puede ser estar en exhibición todo el tiempo. Cuando llevo el velo o el chador , las personas se relacionan conmigo como un individuo, no un objeto: me siento respetada”. Puede que esas palabras no representen un conjunto de imágenes feministas occidentales tradicionales, pero se trata de un conjunto de sentimientos claramente feminista occidental.
Lo experimenté yo misma. En Marruecos me puse un shalwar kameez y un velo para dar un paseo por el bazar. Sí, probablemente parte de la cordialidad que recibí se debiera a la novedad de ver a una occidental así vestida, pero, al recorrer el mercado con la curva de mis pechos cubierta y la forma de mis piernas oculta y sin que mi pelo flotara en torno a mí, tuve una nueva sensación de calma y serenidad. Sí, me sentí en cierto sentido, libre.
Además, las mujeres musulmanas no están solas. La tradición cristiana occidental representa toda la sexualidad, incluso la de los casados, como pecaminosa. El islam y el judaísmo nunca tuvieron esa clase de división mente-cuerpo. De modo que en esas dos culturas la sexualidad canalizada en el matrimonio y la vida familiar está considerada una gran bendición, aprobada por Dios.
Eso puede explicar por qué las mujeres musulmanas y ortodoxas no solo describen una sensación de liberación gracias a su ropa recatada y su pelo cubierto, sino que, además, expresan niveles de goce sensual en su vida conyugal mucho mayores de lo que es común en Occidente. Cuando se mantiene en privado la sexualidad y orientada de formas que son sagradas y cuando el marido no está todo el día viendo a su esposa (o a otras mujeres) medio desnuda, se puede sentir una gran fuerza e intensidad cuando el velo o el chador desparecen en la santidad del hogar.
Entre jóvenes sanos de Occidente, que se crían con pornografía e imágenes sexuales en todas las esquinas, la reducción de la libido es una epidemia en aumento, por lo que resulta fácil imaginar la gran fuerza que la sexualidad puede seguir entrañando en una cultura más recatada y vale la pena entender las experiencias positivas que las mujeres –y los hombres– pueden tener en culturas en las que la sexualidad está canalizada de forma más conservadora.
No pretendo desestimar a las muchas mujeres del mundo musulmán que consideran el velo un medio de control de las mujeres. La libertad de elección es fundamental, pero los occidentales deben reconocer que, cuando una mujer en Francia o en Gran Bretaña opta por el velo, no necesariamente se trata de una señal de su represión y –lo que es más importante– cuando se opta por la minifalda y la camiseta sin mangas en una cultura occidental en la que las mujeres no son tan libres para envejecer, ser respetadas como madres, trabajadoras o seres espirituales y no interesarse por Madison Avenue, vale la pena pensar en una forma más matizada sobre lo que la libertad femenina significa de verdad.