chinese migrant worker Lucas Schifres/Getty Images

El daño colateral de la guerra fría sino-norteamericana

CLAREMONT, CALIFORNIA – Cada vez más la escalada de la contienda comercial entre Estados Unidos y China es vista como la campaña de inicio de una nueva guerra fría. Pero este choque de titanes, en caso de seguir escalando, le costará caro a ambas partes, al punto que incluso el ganador (más probablemente, Estados Unidos) quizás encuentre su victoria pírrica. 

Sin embargo, el que pagaría el precio más alto es el resto del mundo. En verdad, a pesar de la baja probabilidad de un choque militar directo entre Estados Unidos y China, una nueva guerra fría sin duda produciría un daño colateral de tan amplio alcance y tan severo que el propio futuro de la humanidad podría verse en peligro.

Las tensiones bilaterales ya están contribuyendo a un desacople económico que está resonando en toda la economía global. Si el fin de la Guerra Fría en 1991 dio origen a la era dorada de la integración económica global, el comienzo de la nueva guerra fría entre las dos economías más grandes del mundo sin duda producirá división y fragmentación.

Es fácil imaginar un mundo dividido en dos bloques comerciales, cada uno de ellos centrado en una superpotencia. El comercio entre los bloques podría continuar, o incluso florecer, pero habría pocos vínculos entre ambos, o tal vez ninguno.

El sistema financiero global también se desharía. La administración del presidente Donald Trump ha demostrado lo fácil que es para Estados Unidos lastimar a sus enemigos (como Irán) utilizando las sanciones para negarles acceso al sistema de pagos internacionales denominado en dólares. Frente a esto, los adversarios estratégicos de Estados Unidos, China y Rusia –e inclusive su aliado, la Unión Europea-, están intentando establecer sistemas de pagos alternativos para protegerse en el futuro.

Esta fragmentación económica, junto con las tensiones geopolíticas más profundas que trae aparejada una guerra fría, devastaría el paisaje tecnológico del mundo. Las restricciones a las transferencias de tecnología y asociaciones, que se suelen justificar por los temores en torno a la seguridad nacional, darían lugar a estándares opuestos e incompatibles. Internet se dividiría en dominios contrapuestos. La innovación se vería afectada, lo que resultaría en costos más elevados, una adopción más lenta y productos inferiores.

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Pero la primera área que se vería perjudicada por una fragmentación profunda serían las cadenas de suministro globales. Para no resultar afectadas por los aranceles estadounidenses, las empresas que fabrican o ensamblan productos destinados a Estados Unidos en China se verían obligadas a trasladar sus plantas de producción a otros países, más probablemente en el sur de Asia y en el sudeste asiático. 

En el corto plazo, semejante ola de traslados –China se ubica en el centro de las cadenas de fabricación globales- sería inmensamente disruptiva. Las cadenas de suministro fragmentadas que surgieran serían mucho menos eficientes, ya que ningún país puede igualar a China en términos de infraestructura, base industrial o tamaño y capacidad de la fuerza laboral.

Sin embargo, si Estados Unidos y China en verdad decidieran entrar en una guerra fría prolongada, las consecuencias económicas –por más calamitosas que fueran- se verían empequeñecidas frente a otra consecuencia: la falta de una acción lo suficientemente fuerte como para combatir el cambio climático.

Como están dadas las cosas, China produce más de 9.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono por año, lo que la convierte en el mayor emisor del mundo. Estados Unidos ocupa un segundo lugar distante, con unos 5.000 millones de toneladas métricas emitidas cada año. Si estos dos países, que juntos son responsables del 38% de las emisiones globales de CO2 al año, no pueden encontrar un terreno común en materia de acción climática, está prácticamente garantizado que la humanidad perderá su última oportunidad de impedir un calentamiento global catastrófico.

Una guerra fría sino-norteamericana haría que un desenlace de este tipo fuera mucho más factible. Estados Unidos insistiría en que China recorte drásticamente sus emisiones, porque es el contaminador número uno del mundo en términos absolutos. China respondería diciendo que Estados Unidos tiene una mayor responsabilidad en el cambio climático, tanto en términos acumulativos como per capita. En medio de una competencia geopolítica, ninguno de los dos países estaría dispuesto a ceder. Las negociaciones climáticas internacionales, de por sí monumentalmente difíciles, terminarían en un punto muerto. Aun si otros países pudieran ponerse de acuerdo sobre las medidas, el impacto sería insuficiente si no se sumaran Estados Unidos y China.

La única esperanza que tendría la humanidad residiría en la innovación tecnológica. Sin embargo, esta innovación –incluido el rápido progreso de la energía renovable en los últimos diez años- ha dependido crucialmente del flujo relativamente libre de tecnologías entre fronteras, para no mencionar la capacidad única de China para escalar la producción y reducir los costos rápidamente.

En medio de la fragmentación económica alimentada por la guerra fría –especialmente las restricciones antes mencionadas sobre comercio y transferencias de tecnología-, los progresos tan necesarios serían mucho más difíciles de lograr. Con eso, una solución tecnológica para el cambio climático, que ya es una apuesta arriesgada, efectivamente se convertiría en una quimera. Y la mayor amenaza existencial que enfrenta la humanidad se haría realidad.

No es demasiado tarde para que Estados Unidos y China cambien el curso. El problema es que, al decidir si lo hacen o no, es probable que Trump y su contraparte chino, Xi Jinping, se concentren principalmente, si no exclusivamente, en los intereses nacionales y los cálculos políticos personales. Esta es una visión cortoplacista. Antes de que estos dos líderes condenen irreversiblemente a sus países a pasar las próximas décadas atrapados en un conflicto devastador y evitable, deberían considerar cuidadosamente lo que esto implicaría no sólo para Estados Unidos y China, sino para el mundo en su totalidad.

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