La lucha de Ucrania por el imperio de la ley

Un año después de nuestra Revolución Naranja, muchos ucranianos sienten que sus ideales han sido traicionados. La convicción de que es posible lograr un gobierno que rinda cuentas al pueblo y un mercado transparente que esté libre de especuladores que se aprovechan de información interna ya no guía la política del gobierno. En lugar de ello, los ideales por los que luchamos parecen eslóganes que invocan quienes desean proteger sus intereses creados.

Los cínicos explican esto diciendo que nuestros ideales “naranjas” nunca fueron otra cosa que las racionalizaciones de un grupo de oligarcas que luchaba por sacar a otro del poder. Dicen que, una vez que llegaron a dominar la situación, el celo de quienes prometieron reformas se convirtió en celo por conservar sus riquezas personales y las de sus amistades.

¿Cómo llegó Ucrania a este estado de cinismo? Hace un año, todos quienes nos manifestábamos en las calles de Kiev sabíamos contra qué luchábamos: un gobierno corrupto que intentó manejar a su antojo la vida, el trabajo y la propiedad estatal. A pesar de que existían derechos legales formales, no se podía confiar en ninguna corte para su aplicación cuando nuestros gobernantes veían que sus intereses estaban en peligro.

Al derribar ese régimen, creímos que esta forma de absolutismo había llegado a su fin. En lugar de ello, quienes se beneficiaron con las corruptelas del régimen insistieron en que sus derechos a las propiedades que habían robado eran inviolables. Estos capitalistas de camarilla argumentan que, si los dejan desarrollar sus bienes en paz, darán prosperidad al país. Métanse con la propiedad privada, no importa con qué medios se haya obtenido, y todos los inversionistas perderán la confianza, aducen.

Esta es la excusa más antigua para justificar los actos carentes de ética: el fin justifica los medios. Sin orígenes legítimos, el poder, sea político o económico, es arbitrario. Una economía que resulta arbitraria e ilegítima a los ojos de la mayoría del pueblo puede, por un tiempo, funcionar sobre la falsa confianza de las utilidades fáciles. Sin embargo, la corrupción es inevitable porque el imperio de la ley, que es el garante último del mercado, depende del consentimiento de todos sus participantes, y de que crean en su justicia básica.

En el corazón del proceso de privatización de Ucrania hubo una radical falta de apego a la ley. De manera que no nos debemos dejar engañar por el hecho de que quienes obtuvieron poder económico mediante el saqueo de los recursos del estado ahora empleen abogados, invoquen las panaceas del libre mercado y afirmen seguir la letra de la ley, pues existe una cosa llamada legalidad ilegal. Ocurre cuando los gobiernos niegan que al hacer o interpretar leyes estén obligados por el espíritu de la ley.

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En este respecto, los oligarcas y sus títeres políticos que insisten en lo sagrado de su derecho a la propiedad robada hacen la misma inaceptable afirmación que el régimen que derribamos: que tienen un derecho inabrogable al ejercicio del poder. Niegan el principio de que hay una ley que es superior a presidentes, magnates, mayorías o turbamultas. Si su afirmación se acepta, entonces los cínicos tienen razón: nuestra revolución era apenas sobre si una clase u otra, una persona u otra, obtendría el poder para manejarlo a su voluntad.

Apoyar la afirmación del poder arbitrario es la herejía cardinal de quienes dicen que deberíamos certificar la propiedad robada al estado como habida según todas las de la ley. Llamo a esto una herejía porque niega la supremacía de la igualdad bajo la ley y proclama la supremacía de hombres individuales. Esto es ajeno a todos y cada uno de los conceptos de libertad. Es el legalismo de los bárbaros y la filosofía nihilista de todos quienes reaccionan contra el arribo de la libertad política y económica a Ucrania.

Los primitivos legales no están solos al sostener esta postura. Muchos economistas también creen que se debe reconocer la propiedad de los bienes robados. Comparan la transición desde el comunismo con el estado de naturaleza descrito por John Locke. De modo que imaginan que los derechos de propiedad adquiridos a través del favoritismo, el nepotismo y los tratos tras cortinas de algún modo surgen de un reino lockeano de la libertad. Cuando mi gobierno puso en duda este supuesto, ellos gritaron a los cuatro vientos que eso era una interferencia del estado sobre derechos de propiedad legítimos.

Hay otro grupo que ha sucumbido a este engaño. Algunos de los que hace un año mostraron un gran espíritu público llegaron a sentir, una vez en el gobierno, que no podían defender la supremacía de la ley sin afectar el crecimiento económico. Puesto que las pesadas tareas del gobierno pueden empañar hasta los principios más perdurables, algunas personas inspiradas por los mejores motivos ahora se encuentran a si mismas en el mismo lado que sus criminales adversarios. Creo que han perdido el camino y tomado una senda que sólo lleva de regreso a la supremacía del poder arbitrario.

De hecho, el rechazo a que los hombres puedan ser arbitrarios es la ley superior por la cual debemos regirnos. Sin esta convicción, la letra de la ley no es sino una máscara para el capricho burocrático y la voluntad autoritaria. Pues cuando el pueblo no cree que su gobierno adhiere a este superior espíritu de la ley, ninguna constitución vale el papel en que está escrita y ninguna transacción comercial es segura.

Para mantener un orden constitucional y un sistema de libre mercado viable, se necesita una desafección intuitiva hacia la arbitrariedad, sensibilidad ante sus manifestaciones y una resistencia espontánea.

Por eso mi gobierno trató de recuperar la propiedad estatal robada. Al hacerlo, y después al ofertarla de manera transparente, los ucranianos vieron que una acción arbitraria podía enmendarse, que el imperio de la ley se aplicaba tanto al poderoso como al débil.

De hecho, esto ocurrió con la única recuperación de propiedad que mi gobierno pudo llevar a cabo, el gigante siderúrgico Kryvorizhstal, que el cuñado de nuestro ex presidente obtuviera en una venta arreglada a precio de bagatela. Cuando se vendió nuevamente, Ucrania recibió más de cinco veces la cantidad de dinero que había sido pagada en ese trato amañado. Ucrania debe seguir este camino, si es que nuestro pueblo ha de confiar en la ley y sus instituciones.

La lección de la venta abierta de Kryvorizhstal es clara: si un presidente no puede actuar a su antojo, de manera arbitraria, por prerrogativas personales, nadie puede hacerlo. Ni los ministros, ni el parlamento, ni las mayorías, ni los individuos, ni las multitudes. Sólo adhiriendo a esta ley superior Ucrania podrá desarrollar la conciencia de la ley que una verdadera libertad exige.

Al identificar la ley con sus derechos concedidos, los oligarcas que (¡por ahora!) han sacado de su recto camino los ideales de la Revolución Naranja trataron de blindar sus propios intereses contra cualquier desafío. Sin embargo, el hecho de que los hombres perviertan una verdad no es razón para abandonarla. Si, como Marx nos enseñara, la creencia en una ley superior es una combinación de sentimentalismo, superstición y racionalizaciones inconscientes, entonces el estado de las cosas que dio origen a la Revolución Naranja es en realidad la única condición en que podemos vivir. Tendremos que renunciar a la esperanza de vivir en libertad en una sociedad y un mercado ordenados, y resignarnos a esa guerra interminable de todos contra todos de la que hablaba Hobbes.

De hecho, las políticas que hoy se nos quiere ofrecer parecen estar en contradicción con los ideales de nuestra Revolución Naranja. Se nos pide escoger entre solidaridad social y crecimiento económico. Para escapar de la necesidad, se nos pide que apoyemos la ilegalidad. Para promover la verdad, se nos dice que los viejos crímenes (incluso la decapitación de un periodista y el envenenamiento de nuestro presidente) no se deben examinar en detalle.

Estas disyuntivas son tan falsas como intolerables. Y, sin embargo, son las opciones que nos ofrecen nuestros influyentes dogmatizadores. No obstante, verlas como las únicas alternativas de Ucrania es confundir cansancio con sabiduría, y estar desalentado en lugar de comprender. No puede ser así, ya que la cruzada por la ley tiene una energía irresistible. Ninguna obstrucción humana puede soportarla por demasiado tiempo. Aunque de vez en cuando debamos retroceder un paso, como ha sucedido recientemente, sólo obedeciendo a esta ley superior será posible para Ucrania lograr libertad y prosperidad para todos. Que no quepan dudas: lo lograremos.

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