MADRID – Un nuevo año, y un nuevo despropósito del presidente Trump en materia de política exterior. El asesinato del general iraní Qassem Soleimani ha sido un movimiento provocativo, temerario y carente de la más mínima altura de miras. No hay ninguna duda de que Soleimani era una figura turbia: al mando de las operaciones extraterritoriales de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria iranís, el general ejerció una influencia extremadamente perniciosa en Oriente Próximo. Sin embargo, no puede pasarse por alto que Soleimani comandaba un brazo armado de carácter estatal, y que gozaba personalmente de una evidente popularidad en su país, por mucho que Trump se empeñe en fingir lo contrario.
MADRID – Un nuevo año, y un nuevo despropósito del presidente Trump en materia de política exterior. El asesinato del general iraní Qassem Soleimani ha sido un movimiento provocativo, temerario y carente de la más mínima altura de miras. No hay ninguna duda de que Soleimani era una figura turbia: al mando de las operaciones extraterritoriales de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria iranís, el general ejerció una influencia extremadamente perniciosa en Oriente Próximo. Sin embargo, no puede pasarse por alto que Soleimani comandaba un brazo armado de carácter estatal, y que gozaba personalmente de una evidente popularidad en su país, por mucho que Trump se empeñe en fingir lo contrario.