ATLANTA – Cada vez que a Washington llega un nuevo presidente de los Estados Unidos, trae consigo un puñado de asesores y asistentes cuyos vínculos personales, construidos con los años y fraguados en las campañas electorales, les abren un lugar privilegiado en la administración. Desde la “hermandad irlandesa” que llevó a John F. Kennedy al cargo hasta el “muro de Berlín” que controlaba el acceso a Richard Nixon, es común que amigos cercanos y confidentes pesen más que las figuras más altas del gobierno. Pero ningún presidente estadounidense en la historia había traído a la Casa Blanca un círculo íntimo dominado por su propia familia, hasta que llegó Donald Trump.
ATLANTA – Cada vez que a Washington llega un nuevo presidente de los Estados Unidos, trae consigo un puñado de asesores y asistentes cuyos vínculos personales, construidos con los años y fraguados en las campañas electorales, les abren un lugar privilegiado en la administración. Desde la “hermandad irlandesa” que llevó a John F. Kennedy al cargo hasta el “muro de Berlín” que controlaba el acceso a Richard Nixon, es común que amigos cercanos y confidentes pesen más que las figuras más altas del gobierno. Pero ningún presidente estadounidense en la historia había traído a la Casa Blanca un círculo íntimo dominado por su propia familia, hasta que llegó Donald Trump.