La crisis de Zimbabwe ha incitado un inquietante sentimiento de déja vu . La razón es clara: ya no está de moda, por fortuna, vituperar los males del colonialismo cuando se asigna la culpa de cada infortunio nacional. Las estatuas imperiales son derribadas, las ciudades y las calles renombradas, los vestigios del dominio externo abandonados o adaptados. Con la sola excepción de Zimbabwe, ningún político líder de ningún país postimperial ha hecho en años recientes un discurso notable atacando al colonialismo. Ese gran depósito de retórica política parece haber sido enterrado en todo el mundo en desarrollo.
La crisis de Zimbabwe ha incitado un inquietante sentimiento de déja vu . La razón es clara: ya no está de moda, por fortuna, vituperar los males del colonialismo cuando se asigna la culpa de cada infortunio nacional. Las estatuas imperiales son derribadas, las ciudades y las calles renombradas, los vestigios del dominio externo abandonados o adaptados. Con la sola excepción de Zimbabwe, ningún político líder de ningún país postimperial ha hecho en años recientes un discurso notable atacando al colonialismo. Ese gran depósito de retórica política parece haber sido enterrado en todo el mundo en desarrollo.