Los Ricos Deberían Cumplir con su Palabra

Por primera vez en la historia del Ser humano, el mundo se encuentra a una sorprendente distancia de terminar con la pobreza global. ¿Una afirmación ridícula? Quizá. Después de todo, los pobres parecen estar en todas partes y el número está creciendo debido a la recesión global, al crecimiento demográfico y a la mala administración económica desde Argentina hasta Zimbabwe. Aún así, me apego a mi afirmación. Si el mundo -sobre todo Estados Unidos y otros países ricos- redirigieran una pequeña cantidad de su gasto militar a satisfacer las necesidades de las personas más pobres del mundo, nuestra generación podría liberar a la humanidad del grillete de la pobreza.

No estoy hablando de la pobreza relativa, el hecho casi inevitable de que algunos miembros de la sociedad están en peores condiciones que otros, aunque en alguna medida esto es distinto de sociedad a sociedad. Estoy hablando de la pobreza que retuerce las tripas, que amenaza la vida, la de vivir con menos de $1 diario. Por primera vez, el mundo está facultado para eliminar esas condiciones extremas.

¿Por qué? Los países más ricos del mundo han continuado su ascenso económico durante generaciones, impulsados por el florecimiento de la ciencia y la tecnología. A pesar de que los países pobres parecen estarse quedando más atrás que nunca, la verdad es más alentadora. Amplias secciones del llamado mundo en desarrollo, especialmente en Asia, se han alejado increíblemente de la pobreza absoluta.

China representa el más sorprendente éxito, con cientos de millones de personas disfrutando mejores estándares de vida durante los últimos veinte años, incluyendo mejor salud, nutrición y salubridad. India alcanzó notables éxitos más recientemente, aunque todavía queda mucho por lograr.

Los más pobres entre los pobres de la África del subsahara y de áreas remotas de América Latina y Oriente Medio, no han tenido tal éxito. Por lo menos mil millones de personas, quizá casi dos veces esa cantidad, viven en paupérrimas condiciones de hambruna, de enfermedad y de empobrecimiento. En muchos de estos países, los últimos veinte años han marcado una época de regresión, no de progreso.

Las enfermedades han barrido África, con la pandemia del SIDA y el resurgimiento de la malaria y la tuberculosis. El hambre aflige a cientos de millones, pues los patrones meteorológicos mundiales parecen volverse más erráticos, con inundaciones y sequías más peligrosas asociadas tal vez con cambios climáticos de largo plazo. Millones mueren cada año de pobreza, vidas que podrían salvarse si los pobres tuvieran acceso a un mejor servicio de salud, mejor nutrición y otras necesidades esenciales.

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La pobreza extrema de las mil millones de personas que están en el fondo es abasalladora, moralmente intolerable y peligrosa, un campo de cultivo de enfermedades, terrorismo y violencia. Pero siendo que los países ricos son más ricos que nunca y que gran parte del mundo en desarrollo ya escapó de los horrores de la pobreza extrema, la balanza se ha inclinado en favor de terminar con la pobreza global.

Los países ricos podrían hacer que los más pobres entre los pobres escaparan de la miseria brindando sólo una pequeña fracción de su ingreso nacional anual o, sin duda, de su gasto militar, para superar las crisis de hambre, educación y enfermedad. Esa ayuda, combinada con el crecimiento económico en base al mercado, podría poner fin a la pobreza extrema.

Algo importante es que los países ricos se comprometieron a trabajar con los más pobres para lograr esos objetivos. Pero como sucede con muchas promesas, hasta ahora EU y otros países donantes no han cumplido sus promesas. En la Cumbre del Milenio de la ONU, realizada en septiembre de 2000, los líderes del mundo se comprometieron solemnemente a combatir la pobreza global. Publicaron una declaración llamando a entrar en acción ahora, de forma que la pobreza extrema fuera dramáticamente reducida para el año 2015. Incluso se comprometieron a mobilizar asistencia financiera.

En la amplia Declaración del Milenio hay una serie de objetivos específicos para la reducción de la pobreza, las enfermedades, el hambre, el analfabetismo y la degradación ambiental. Proveen compromisos explícitos y detallados. Por ejemplo, los países ricos y pobres en conjunto se comprometieron a reducir las tasas de mortalidad infantil en dos tercios para el 2015, en comparación con los niveles existentes desde 1990. Tristemente, para docenas de países alrededor del mundo, ese objetivo no se está alcanzando, porque se invierte demasiado poco dinero en la salud.

Muchos estudios, incluyendo los que yo realicé para la Organización Mundial de la Salud, muestran que por una modesta cantidad de dinero a nivel mundial, quizá unos $50 o $100 mil millones extra al año en ayuda proveniente de los países ricos, se podrían alcanzar las Metas de Desarrollo del Milenio. Eso puede parecer mucho dinero, pero no en comparación de los $25 billones de ingresos anuales de los países ricos, o los cerca de $500 mil millones gastados cada año en sus cuerpos militares.

Gran parte del mundo mira a EU y a otros países ricos con resentimiento, sintiendo que no mantienen sus compromisos para ayudar a países menos afortunados. El mundo rico puede redimirse, sin duda promover sus intereses de paz global y prosperidad, provando que las Metas de Desarrollo del Milenio no son palabras vacías. La prueba clave para esos compromisos vendrá el mes entrante con la Conferencia de la ONU para el Financiamiento del Desarrollo que tendrá lugar en Monterrey, México. La conferencia se enfocará en el asunto central: ¿dónde está el dinero para luchar contra la pobreza y las enfermedades? ¿Convertirán los ricos las promesas en acciones?

En Monterrey, los países ricos pueden mostrarle al resto de la humanidad, especialmente a los más pobres entre los pobres, que recibieron el mensaje. Esperemos, por nuestro futuro común, que los líderes del mundo lo hagan bien esta vez.

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