A vueltas de nuevo con la maldición de los recursos

Existe un fenómeno curioso que los economistas denominan la maldición de los recursos , porque los países dotados de gran cantidad de recursos naturales obtienen peores resultados por término medio que otros peor dotados. Y, sin embargo, algunos países con abundantes recursos naturales tienen mejores resultados que otros y algunos los han tenido buenos. ¿Por qué resulta tan desigual la maldición de los recursos?

Hace treinta años, Indonesia y Nigeria -países, los dos, dependientes del petróleo- tenían ingresos por habitante comparables. En la actualidad, los de Indonesia representan el cuádruplo de los de Nigeria. De hecho, los ingresos por habitante (en dólares de hacia 1995) de este último país han disminuido.

Una comparación similar es aplicable a Sierra Leona y Botswana. Esos dos países son ricos en diamantes. Sin embargo, Botswana tuvo un crecimiento económico anual de 8,7 por ciento por término medio en los treinta últimos años, mientras que Sierra Leona se sumió en una guerra civil. Entretanto, los fracasos en materia de desarrollo en el Oriente Medio rico en petróleo son legión.

Los economistas han propuesto tres razones para explicar el pésimo rendimiento de algunos países ricos en recursos naturales:

· Primero, la perspectiva de las riquezas hace que las medidas oficiales vayan encaminadas a obtener un trozo mayor de la tarta, en lugar de crear una tarta mayor. El resultado de esa codicia es con frecuencia la guerra. En otras ocasiones, el resultado es simplemente un comportamiento de los funcionarios encaminado a obtener ingresos, ayudados e instigados por terceros ajenos a la administración del Estado. Resulta más barato sobornar a un gobierno para que facilite recursos a precios inferiores a los del mercado que invertir y desarrollar una industria, por lo que no es de extrañar que algunas empresas sucumban a esa tentación.

  • Segundo, los precios de los recursos naturales son inestables y resulta difícil gestionar esa inestabilidad. Los prestadores facilitan dinero cuando hay bonanza, pero quieren recuperar su dinero, cuando los precios de la energía, pongamos por caso, se desploman. (Como dice el antiguo adagio, a los bancos sólo les gusta prestar a quienes no necesitan dinero.) Así, la actividad económica resulta aún más inestable que los precios de los productos básicos y gran parte de las ganancias conseguidas en un momento de auge se acaban perdiendo en el descalabro posterior.
  • Tercero, el petróleo y otros recursos naturales, pese a ser tal vez una fuente de riqueza, no crean puestos de trabajo por sí mismos y, lamentablemente, con frecuencia desplazan a otros sectores económicos. Por ejemplo, una afluencia de dinero procedente del petróleo provoca a menudo una apreciación de las divisas... fenómeno conocido como la enfermedad holandesa.

Los Países Bajos, tras su descubrimiento del gas y del petróleo del mar del Norte, se vieron asolados por un aumento del desempleo y la discapacidad de la mano de obra (muchos de los que no podían conseguir un puesto de trabajo advirtieron que los subsidios por incapacidad eran más generosos que los correspondientes al desempleo). Cuando los tipos de interés se ponen por las nubes a consecuencia de los auges debidos a los recursos, los países no pueden exportar productos agropecuarios o manufacturados y los productores nacionales no pueden competir con una avalancha de importaciones.

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De modo que con frecuencia unas riquezas naturales abundantes crean países ricos con poblaciones pobres. Dos terceras partes de la población de Venezuela, que cuenta con los mayores yacimientos de petróleo de América Latina, viven en la pobreza. No es de extrañar que estén exigiendo que el pequeño grupo de quienes se benefician de la riqueza del país la reparta.

Por fortuna, al tomar conciencia de esos problemas, hemos aprendido mucho sobre lo que se puede hacer para resolverlos. Los procesos democráticos, consensuados y transparentes -como los habidos en Botswana- son más idóneos para lograr que los frutos de la riqueza de un país se gasten bien y equitativamente.

También sabemos que los fondos de estabilización -que sirven para guardar parte de las sumas obtenidas cuando los precios están altos- pueden contribuir a reducir la inestabilidad económica asociada con los precios de los recursos naturales. Además, esas fluctuaciones resultan intensificadas por préstamos obtenidos en los años buenos, por lo que los países deben oponer resistencia a los prestadores extranjeros, que intentan convencerlos de las virtudes de esas corrientes de capital.

Sin embargo, la enfermedad holandesa es una de las consecuencias más insolubles de la riqueza de petróleo y de recursos naturales, al menos para los países pobres. En principio, es fácil evitar la apreciación de las divisas: mantener las divisas extranjeras obtenidas, pongamos por caso, por las exportaciones de petróleo fuera del país, invertir los fondos en los Estados Unidos o en Europa e introducirlos en el país gradualmente. Pero en la mayoría de los países en desarrollo se considera que esa política sirve para utilizar la riqueza de la nación a fin de ayudar a la economía de otros países.

Algunos países, en particular Nigeria, están intentando aprovechar esas enseñanzas en la practica. Nigeria ha propuesto la creación de fondos de estabilización y, en el futuro, venderá sus recursos naturales mediante procesos de licitación competitiva y transparente. Lo más importante es que los nigerianos están adoptando medidas para velar por que se inviertan los frutos de la riqueza con la que están dotados para que, a medida que se reduzcan los recursos naturales, aumente su riqueza real: el capital fijo y el capital humano.

Los gobiernos occidentales pueden ayudar a la aplicación de esas reformas de sentido común. Las cuentas bancarias secretas no sólo sostienen al terrorismo, sino que, además, facilitan la corrupción que socava el desarrollo económico. Asimismo, si sólo los pagos totalmente documentados fueran fiscalmente deducibles, se estimularía la transparencia. Las ventas en gran escala de armas por parte de los gobiernos occidentales a los países en desarrollo alimentan los conflictos violentos y sus efectos. Se les debe poner fin.

Los recursos naturales abundantes pueden y deben ser una bendición, no una maldición. Sabemos lo que se debe hacer. Lo que falta es voluntad política para hacerlo.

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