La paradoja de la búsqueda actual de la independencia energética es que perseguirla, en realidad, aumenta la inseguridad energética. Por más que los políticos que instan por la independencia energética puedan preferir que las cosas fueran diferentes, el mercado eligió el petróleo como fuente de energía principal. De modo que los gobiernos no deberían ignorar ni los intereses válidos de los exportadores de petróleo, de quienes dependen los consumidores en sus países, ni la reacción de los exportadores a la retórica de la independencia energética o a las medidas tomadas para alcanzarla. Los políticos aislacionistas tal vez no se preocupen por otros países, pero deberían recapacitar si no quieren perjudicar a los propios.
Las mayores amenazas a la seguridad energética del mundo no son los ataques terroristas o los embargos de los países productores de petróleo –episodios a corto plazo que se pueden resolver de manera rápida y efectiva a través de diversas medidas, entre ellas el resguardo de las reservas petroleras estratégicas, los incrementos en la producción y la desviación de las remesas de petróleo-. La principal amenaza a la sustentabilidad a largo plazo de los suministros de energía es, más bien, el desajuste entre la inversión en capacidad adicional e infraestructura energética por un lado y el crecimiento de la demanda de energía por otro.
Los principales exportadores de petróleo podrían responder de diferentes maneras a la postura política en materia de energía, que en su mayoría exacerbarían en lugar de mejorar la situación energética global. Uno de los escenarios más factibles en respuesta a los pedidos de los gobiernos y los políticos en todo el mundo de reducir o incluso eliminar la dependencia del petróleo es una relativa merma en la inversión en capacidad de producción adicional en los países productores de petróleo.
Una crisis energética en este caso es casi un hecho si quienes presionan por la independencia energética no proponen una alternativa viable de manera oportuna. Por supuesto, es prácticamente seguro que estos esfuerzos no lograrán sustituir al petróleo en un lapso razonable, ya que no están impulsados por el mercado y requieren de fuertes subsidios.
En verdad, confrontados por la retórica hostil de los líderes políticos, los productores de petróleo tienen un fuerte incentivo para aumentar la producción de manera de bajar los precios del petróleo a niveles que socavan la viabilidad económica de fuentes de energía alternativas –una política intervencionista lógica para contrarrestar las políticas intervencionistas anti-petróleo de los países consumidores-. Después de todo, un colapso de los precios del petróleo sería una sentencia de muerte para varias tecnologías energéticas nuevas y, no incidentalmente, aumentaría la demanda de petróleo.
Aún si los países productores de petróleo no generan intencionalmente un colapso del precio del petróleo, podrían acelerar la producción todo lo posible en el corto plazo, mientras el petróleo todavía tuviera algún valor. Pero los precios más bajos del petróleo, sumados a las expectativas de una caída en la demanda, a la vez presionarían a los países productores de petróleo para reducir las inversiones planificadas en capacidad de producción o incluso cancelar proyectos importantes, como sucedió en el pasado, lo cual derivaría en una caída de los suministros de petróleo. En consecuencia, si las tecnologías energéticas alternativas no estuvieran implementadas para el momento en que empezara a caer la producción petrolera, la escasez global se volvería inevitable, mientras que corregir el déficit de inversión llevaría años, incluso frente a precios del petróleo en suba.
A pesar de estas posibilidades, supongamos que los planes de independencia energética tienen éxito, y que varios países europeos, Estados Unidos, Japón, China e India se volvieran autosuficientes. Llegado el caso, los principales exportadores de petróleo podrían decidir utilizar su petróleo menos costoso fronteras adentro como combustible barato para un sector industrial expandido. En lugar de exportar petróleo directamente, podrían exportar su energía incorporada en metales, sustancias químicas y productos manufacturados a precios con los que los productores en los países consumidores de petróleo, especialmente Europa y Estados Unidos, no podrían competir, dada su dependencia de fuentes energéticas alternativas más costosas.
La independencia energética, por ende, podría destruir industrias enteras, especialmente la de los petroquímicos, el aluminio y el acero. De hecho, la energía barata en los países productores de petróleo podría resultar en que sus nuevas industrias fueran capaces de competir con las de China, India y el sur de Asia. El resultado neto sería una pérdida de empleos y economías debilitadas. Los países podrían terminar siendo independientes en materia de energía, pero pasarían a depender del acero o de los petroquímicos.
¿Qué es lo que sucedería después? ¿Los políticos, con su perpetua fascinación por la “independencia”, intentarían eliminar la dependencia de un producto a la vez? Dicho de otro modo, ¿la causa de la “independencia energética” intentaría revertir la globalización?
El petróleo es un recurso finito. Sólo opciones energéticas de largo plazo, orientadas hacia el mercado, económicamente viables y sustentables pueden asegurar el crecimiento económico tanto en los países productores como consumidores. Las políticas aislacionistas, por el contrario, siempre conducen a la escasez y el descontento. No importa cuánto se busque la independencia energética, nunca representará más que una fantasía inalcanzable –y potencialmente peligrosa.
La paradoja de la búsqueda actual de la independencia energética es que perseguirla, en realidad, aumenta la inseguridad energética. Por más que los políticos que instan por la independencia energética puedan preferir que las cosas fueran diferentes, el mercado eligió el petróleo como fuente de energía principal. De modo que los gobiernos no deberían ignorar ni los intereses válidos de los exportadores de petróleo, de quienes dependen los consumidores en sus países, ni la reacción de los exportadores a la retórica de la independencia energética o a las medidas tomadas para alcanzarla. Los políticos aislacionistas tal vez no se preocupen por otros países, pero deberían recapacitar si no quieren perjudicar a los propios.
Las mayores amenazas a la seguridad energética del mundo no son los ataques terroristas o los embargos de los países productores de petróleo –episodios a corto plazo que se pueden resolver de manera rápida y efectiva a través de diversas medidas, entre ellas el resguardo de las reservas petroleras estratégicas, los incrementos en la producción y la desviación de las remesas de petróleo-. La principal amenaza a la sustentabilidad a largo plazo de los suministros de energía es, más bien, el desajuste entre la inversión en capacidad adicional e infraestructura energética por un lado y el crecimiento de la demanda de energía por otro.
Los principales exportadores de petróleo podrían responder de diferentes maneras a la postura política en materia de energía, que en su mayoría exacerbarían en lugar de mejorar la situación energética global. Uno de los escenarios más factibles en respuesta a los pedidos de los gobiernos y los políticos en todo el mundo de reducir o incluso eliminar la dependencia del petróleo es una relativa merma en la inversión en capacidad de producción adicional en los países productores de petróleo.
Una crisis energética en este caso es casi un hecho si quienes presionan por la independencia energética no proponen una alternativa viable de manera oportuna. Por supuesto, es prácticamente seguro que estos esfuerzos no lograrán sustituir al petróleo en un lapso razonable, ya que no están impulsados por el mercado y requieren de fuertes subsidios.
En verdad, confrontados por la retórica hostil de los líderes políticos, los productores de petróleo tienen un fuerte incentivo para aumentar la producción de manera de bajar los precios del petróleo a niveles que socavan la viabilidad económica de fuentes de energía alternativas –una política intervencionista lógica para contrarrestar las políticas intervencionistas anti-petróleo de los países consumidores-. Después de todo, un colapso de los precios del petróleo sería una sentencia de muerte para varias tecnologías energéticas nuevas y, no incidentalmente, aumentaría la demanda de petróleo.
Aún si los países productores de petróleo no generan intencionalmente un colapso del precio del petróleo, podrían acelerar la producción todo lo posible en el corto plazo, mientras el petróleo todavía tuviera algún valor. Pero los precios más bajos del petróleo, sumados a las expectativas de una caída en la demanda, a la vez presionarían a los países productores de petróleo para reducir las inversiones planificadas en capacidad de producción o incluso cancelar proyectos importantes, como sucedió en el pasado, lo cual derivaría en una caída de los suministros de petróleo. En consecuencia, si las tecnologías energéticas alternativas no estuvieran implementadas para el momento en que empezara a caer la producción petrolera, la escasez global se volvería inevitable, mientras que corregir el déficit de inversión llevaría años, incluso frente a precios del petróleo en suba.
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A pesar de estas posibilidades, supongamos que los planes de independencia energética tienen éxito, y que varios países europeos, Estados Unidos, Japón, China e India se volvieran autosuficientes. Llegado el caso, los principales exportadores de petróleo podrían decidir utilizar su petróleo menos costoso fronteras adentro como combustible barato para un sector industrial expandido. En lugar de exportar petróleo directamente, podrían exportar su energía incorporada en metales, sustancias químicas y productos manufacturados a precios con los que los productores en los países consumidores de petróleo, especialmente Europa y Estados Unidos, no podrían competir, dada su dependencia de fuentes energéticas alternativas más costosas.
La independencia energética, por ende, podría destruir industrias enteras, especialmente la de los petroquímicos, el aluminio y el acero. De hecho, la energía barata en los países productores de petróleo podría resultar en que sus nuevas industrias fueran capaces de competir con las de China, India y el sur de Asia. El resultado neto sería una pérdida de empleos y economías debilitadas. Los países podrían terminar siendo independientes en materia de energía, pero pasarían a depender del acero o de los petroquímicos.
¿Qué es lo que sucedería después? ¿Los políticos, con su perpetua fascinación por la “independencia”, intentarían eliminar la dependencia de un producto a la vez? Dicho de otro modo, ¿la causa de la “independencia energética” intentaría revertir la globalización?
El petróleo es un recurso finito. Sólo opciones energéticas de largo plazo, orientadas hacia el mercado, económicamente viables y sustentables pueden asegurar el crecimiento económico tanto en los países productores como consumidores. Las políticas aislacionistas, por el contrario, siempre conducen a la escasez y el descontento. No importa cuánto se busque la independencia energética, nunca representará más que una fantasía inalcanzable –y potencialmente peligrosa.