ZÚRICH – El brote de la enfermedad de la vaca loca en el Reino Unido, que obligó a sacrificar 3,7 millones de vacas y dañó seriamente la industria ganadera de ese país, comenzó de forma insidiosa. En 1986, una vaca en el RU desarrolló una enfermedad cerebral desconocida. El año siguiente, al someter el cerebro a pruebas de laboratorio, se descubrió que estaba carcomido por infinidad de pequeñas vacuolas, que le daban una apariencia similar a la de una esponja. Por este motivo, a la enfermedad se la bautizó con el nombre científico “encefalopatía espongiforme bovina”. En pocos meses comenzaron a aparecer casos nuevos en todo el país.
Ya se conocía una enfermedad parecida que es común en el ganado ovino, llamada tembladera (en inglés, scrapie), pero nunca se había diagnosticado algo similar en vacas. Y a lo largo de todo el siglo XX, en la población aborigen de Papúa Nueva Guinea había hecho estragos una enfermedad casi idéntica e invariablemente letal llamada kuru. Tanto el kuru como la tembladera son enfermedades infecciosas.
El kuru se transmitía a través de rituales de canibalismo que fueron comunes en Papúa Nueva Guinea hasta mediados del siglo XX. En el caso de la enfermedad del ganado que afectó al RU y otros países, los animales sanos contrajeron la enfermedad al comer alimentos preparados con carne y huesos de ganado infectado. La epizootia (epidemia animal) resultante afectó a más de 280.000 vacas y en su momento culminante (1992) llegó a provocar la muerte de unas 1.000 cabezas de ganado por semana.
Las autoridades británicas se enfrentaban a una crisis sanitaria cada vez mayor y, sin contar con una adecuada explicación científica de la enfermedad y presionadas por un poderoso lobby industrial, cometieron un error fatal. Como en el caso de la tembladera nunca se había demostrado la existencia de algún vínculo con enfermedades en seres humanos, las autoridades supusieron que las vacas infectadas también eran inocuas.
Pero al hacerlo, no solamente se olvidaban de la tragedia del kuru, sino también de cientos de casos de jóvenes que habían muerto de encefalopatía espongiforme después de recibir hormonas de crecimiento extraídas de cadáveres humanos. Esta mezcla de hibris, ignorancia y obediencia a intereses comerciales llegó al máximo de peligrosidad cuando en 1990 el ministro de agricultura del RU, John Gummer, presentó en televisión a su hija comiéndose una hamburguesa y declaró que la carne vacuna británica era segura.
Pero la carne vacuna británica no era segura. A fines de 1995, a dos jóvenes se les diagnosticó la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una enfermedad rara que por lo general se manifiesta en pacientes ancianos. El examen post mórtem de sus cerebros reveló la presencia de depósitos de priones, los agentes infecciosos que causan la tembladera, el kuru y la enfermedad de la vaca loca, aunque no eran los mismos que causan la forma clásica de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Desde entonces, esta nueva “variante” de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob se cobró aproximadamente unas 300 vidas.
Conforme la tragedia se desarrollaba, los científicos fueron aprendiendo más sobre la enfermedad. Los priones parecen contrariar todos los supuestos habituales: son capaces de sobrevivir la cocción a presión, la irradiación e incluso la incineración a 340 °C durante cuatro horas (tratamientos rutinarios y confiables que se emplean para desactivar todos los virus y bacterias conocidos).
Otra característica de los priones es que no tienen genes propios. El gen priónico procede del individuo infectado, en cuyo organismo reside en estado inocuo hasta que los priones infecciosos secuestran la maquinaria genética del cuerpo y la reprograman para convertirla en un obediente mecanismo de replicación priónica. Desde que comenzó el brote de la enfermedad, se han descubierto propiedades similares en muchas otras enfermedades comunes (entre ellas, el Alzheimer y el Parkinson).
Todavía no se ha encontrado una cura, pero se han hecho algunos avances, particularmente en relación con un problema que parecía insoluble: la detección temprana de los priones. Los métodos sensitivos para detección de patógenos, por ejemplo los que se usan para detectar el VIH, generalmente dependen de la presencia de ácidos nucleicos (ADN o ARN), algo de lo cual los priones están desprovistos. Pero recientemente se han desarrollado métodos eficaces para amplificar la proteína priónica, lo que tal vez permita detectar el patógeno antes de que pueda dañar a su portador.
También hay esperanzas de desarrollar una vacuna eficaz. Las vacunas funcionan mediante la introducción en el organismo de una versión inocua de un patógeno; esto hace que el sistema inmunitario produzca anticuerpos, capaces de neutralizar al patógeno “silvestre” si más tarde ingresa al organismo. Hace una década, en mi laboratorio demostramos que los anticuerpos antipriónicos pueden demorar significativamente (y en algunos casos prevenir) la infección en ratones que han sido expuestos a priones.
Pero mientras tanto se han encontrado algunos problemas. El organismo del portador produce una versión propia de la proteína priónica, y crear anticuerpos de alta calidad contra uno de los componentes propios del cuerpo entraña dificultades. Por eso, en vez de intentar inducir la respuesta inmunitaria en el organismo del portador, los investigadores deben desarrollar anticuerpos antipriónicos “prefabricados” que se puedan administrar directamente a los pacientes.
Esta solución tal vez funcione en el caso de otras enfermedades relacionadas, como el Alzheimer, pero no está exenta de inconvenientes. Uno de ellos es que no es fácil guiar los anticuerpos desde el sitio de inyección hasta el cerebro. Además, en las pruebas con animales se han detectado efectos secundarios graves, lo que tal vez obligue a descartar por completo el uso de este tipo de anticuerpos en seres humanos.
Otra posibilidad es eliminar el gen priónico del ganado en pie y de ese modo erradicar la enfermedad priónica directamente en los portadores. Hace dos décadas, el científico suizo Charles Weissmann realizó una serie de experimentos con ratones y demostró que es posible. Hay una tecnología reciente basada en las denominadas nucleasas “dedos de zinc” que permite eliminar cualquier gen del ADN de un animal.
De hecho, ya se han creado ovejas y vacas sin priones, que no pueden convertirse en portadoras de priones infecciosos. Aunque la calidad de su carne todavía no se ha evaluado, estos animales podrían servir como fuente segura de agentes biológicos (por ejemplo, anticuerpos terapéuticos y factores de crecimiento) para el uso médico en seres humanos.
Traducción: Esteban Flamini
ZÚRICH – El brote de la enfermedad de la vaca loca en el Reino Unido, que obligó a sacrificar 3,7 millones de vacas y dañó seriamente la industria ganadera de ese país, comenzó de forma insidiosa. En 1986, una vaca en el RU desarrolló una enfermedad cerebral desconocida. El año siguiente, al someter el cerebro a pruebas de laboratorio, se descubrió que estaba carcomido por infinidad de pequeñas vacuolas, que le daban una apariencia similar a la de una esponja. Por este motivo, a la enfermedad se la bautizó con el nombre científico “encefalopatía espongiforme bovina”. En pocos meses comenzaron a aparecer casos nuevos en todo el país.
Ya se conocía una enfermedad parecida que es común en el ganado ovino, llamada tembladera (en inglés, scrapie), pero nunca se había diagnosticado algo similar en vacas. Y a lo largo de todo el siglo XX, en la población aborigen de Papúa Nueva Guinea había hecho estragos una enfermedad casi idéntica e invariablemente letal llamada kuru. Tanto el kuru como la tembladera son enfermedades infecciosas.
El kuru se transmitía a través de rituales de canibalismo que fueron comunes en Papúa Nueva Guinea hasta mediados del siglo XX. En el caso de la enfermedad del ganado que afectó al RU y otros países, los animales sanos contrajeron la enfermedad al comer alimentos preparados con carne y huesos de ganado infectado. La epizootia (epidemia animal) resultante afectó a más de 280.000 vacas y en su momento culminante (1992) llegó a provocar la muerte de unas 1.000 cabezas de ganado por semana.
Las autoridades británicas se enfrentaban a una crisis sanitaria cada vez mayor y, sin contar con una adecuada explicación científica de la enfermedad y presionadas por un poderoso lobby industrial, cometieron un error fatal. Como en el caso de la tembladera nunca se había demostrado la existencia de algún vínculo con enfermedades en seres humanos, las autoridades supusieron que las vacas infectadas también eran inocuas.
Pero al hacerlo, no solamente se olvidaban de la tragedia del kuru, sino también de cientos de casos de jóvenes que habían muerto de encefalopatía espongiforme después de recibir hormonas de crecimiento extraídas de cadáveres humanos. Esta mezcla de hibris, ignorancia y obediencia a intereses comerciales llegó al máximo de peligrosidad cuando en 1990 el ministro de agricultura del RU, John Gummer, presentó en televisión a su hija comiéndose una hamburguesa y declaró que la carne vacuna británica era segura.
Pero la carne vacuna británica no era segura. A fines de 1995, a dos jóvenes se les diagnosticó la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una enfermedad rara que por lo general se manifiesta en pacientes ancianos. El examen post mórtem de sus cerebros reveló la presencia de depósitos de priones, los agentes infecciosos que causan la tembladera, el kuru y la enfermedad de la vaca loca, aunque no eran los mismos que causan la forma clásica de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Desde entonces, esta nueva “variante” de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob se cobró aproximadamente unas 300 vidas.
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Conforme la tragedia se desarrollaba, los científicos fueron aprendiendo más sobre la enfermedad. Los priones parecen contrariar todos los supuestos habituales: son capaces de sobrevivir la cocción a presión, la irradiación e incluso la incineración a 340 °C durante cuatro horas (tratamientos rutinarios y confiables que se emplean para desactivar todos los virus y bacterias conocidos).
Otra característica de los priones es que no tienen genes propios. El gen priónico procede del individuo infectado, en cuyo organismo reside en estado inocuo hasta que los priones infecciosos secuestran la maquinaria genética del cuerpo y la reprograman para convertirla en un obediente mecanismo de replicación priónica. Desde que comenzó el brote de la enfermedad, se han descubierto propiedades similares en muchas otras enfermedades comunes (entre ellas, el Alzheimer y el Parkinson).
Todavía no se ha encontrado una cura, pero se han hecho algunos avances, particularmente en relación con un problema que parecía insoluble: la detección temprana de los priones. Los métodos sensitivos para detección de patógenos, por ejemplo los que se usan para detectar el VIH, generalmente dependen de la presencia de ácidos nucleicos (ADN o ARN), algo de lo cual los priones están desprovistos. Pero recientemente se han desarrollado métodos eficaces para amplificar la proteína priónica, lo que tal vez permita detectar el patógeno antes de que pueda dañar a su portador.
También hay esperanzas de desarrollar una vacuna eficaz. Las vacunas funcionan mediante la introducción en el organismo de una versión inocua de un patógeno; esto hace que el sistema inmunitario produzca anticuerpos, capaces de neutralizar al patógeno “silvestre” si más tarde ingresa al organismo. Hace una década, en mi laboratorio demostramos que los anticuerpos antipriónicos pueden demorar significativamente (y en algunos casos prevenir) la infección en ratones que han sido expuestos a priones.
Pero mientras tanto se han encontrado algunos problemas. El organismo del portador produce una versión propia de la proteína priónica, y crear anticuerpos de alta calidad contra uno de los componentes propios del cuerpo entraña dificultades. Por eso, en vez de intentar inducir la respuesta inmunitaria en el organismo del portador, los investigadores deben desarrollar anticuerpos antipriónicos “prefabricados” que se puedan administrar directamente a los pacientes.
Esta solución tal vez funcione en el caso de otras enfermedades relacionadas, como el Alzheimer, pero no está exenta de inconvenientes. Uno de ellos es que no es fácil guiar los anticuerpos desde el sitio de inyección hasta el cerebro. Además, en las pruebas con animales se han detectado efectos secundarios graves, lo que tal vez obligue a descartar por completo el uso de este tipo de anticuerpos en seres humanos.
Otra posibilidad es eliminar el gen priónico del ganado en pie y de ese modo erradicar la enfermedad priónica directamente en los portadores. Hace dos décadas, el científico suizo Charles Weissmann realizó una serie de experimentos con ratones y demostró que es posible. Hay una tecnología reciente basada en las denominadas nucleasas “dedos de zinc” que permite eliminar cualquier gen del ADN de un animal.
De hecho, ya se han creado ovejas y vacas sin priones, que no pueden convertirse en portadoras de priones infecciosos. Aunque la calidad de su carne todavía no se ha evaluado, estos animales podrían servir como fuente segura de agentes biológicos (por ejemplo, anticuerpos terapéuticos y factores de crecimiento) para el uso médico en seres humanos.
Traducción: Esteban Flamini