BERLÍN – En cierta ocasión, Medeleine Albright, la ex Secretaria de Estado de los EE.UU, calificó a este país de “nación indispensable.” La actual evolución de los acontecimientos en todo el mundo está demostrando que tenía razón, pero la prueba ha sido casi enteramente negativa. Actualmente, la importancia de los Estados Unidos ha llegado a ser patente por la falta de dirección de los EE.UU. en una crisis tras otra y que donde resulta más evidente de forma inmediata es en Siria.
En realidad, está formándose un mundo postamericano ante nuestros ojos, caracterizado, en lugar de por un nuevo orden internacional, por la ambigüedad política, la inestabilidad e incluso el caos. Es lamentable y podría resultar tan peligroso, que incluso antiamericanos intransigentes acaban añorando el pasado siglo americano y el papel de los EE.UU. como fuerza mundial de orden.
Tanto subjetiva como objetivamente, los EE.UU. ya no están dispuestos a desempeñar ese papel o no pueden hacerlo. Ha habido muchas causas: un decenio de guerra en el Oriente Medio, en sentido amplio, con su enorme costo en “sangre y recursos”; la crisis económica y financiera; una deuda pública cuantiosa; una reorientación hacia los problemas internos; y una nueva atención preferente a los asuntos del Pacífico; a todo ello se suma un relativo declinar de los EE.UU. en vista del ascenso de China y del de otros países grandes.
Estoy relativamente seguro de que los EE.UU. gestionarán con éxito su reorientación y realineamiento, pero, aun así, el peso y el alcance relativos de su poder declinará en el nuevo mundo del siglo XXI, mientras aumenta la fuerza de otros, que recuperan terreno. Desde luego, no se pondrá en tela de juicio el papel mundial de los EE.UU. China estará muy ocupada abordando sus contradicciones internas durante mucho tiempo aún. Tampoco es probable que la India o Rusia planteen un desafío grave. Y el alboroto de voces contradictorias de Europa parece excluirla de la pretensión de ocupar el lugar de los EE.UU.
Pero, si bien ninguna de esas potencias representa una substituta seria del papel mundial de los EE.UU., este país no podrá seguir actuando unilateralmente, como lo hizo al final de la Guerra Fría, y quedará debilitado en gran medida. Ese cambio ha resultado particularmente evidente en Oriente Medio y en la región de Asia y el Pacífico.
En Oriente Medio, el orden regional creado por las potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña, tras la primera guerra mundial, se mantuvo a lo largo de la Guerra Fría y la breve época de dominio unilateral de los EE.UU que siguió; sin embargo, las convulsiones de los últimos años podrían perfectamente provocar ese final. Se están poniendo en entredicho las fronteras coloniales y resulta difícil pronosticar lo que será de Siria, el Líbano, el Iraq y Jordania. Las posibilidades de desintegración y reconstitución regionales, proceso que podría desencadenar una violencia indecible, son mayores que nunca.
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Además, si bien no hay ningún hegemón regional para substituir a los Estados Unidos, hay numerosos aspirantes a desempeñar ese papel, pero ninguno –los más destacados son el Irán, Turquía y Arabia Saudí– es lo suficientemente fuerte para decidir los asuntos a su favor. En vista de la falta de una nueva fuerza de orden en la región en un futuro predecible y de la disposición para actuar del antiguo, el peligro de una confrontación violenta y muy larga está aumentando.
Aun cuando los Estados Unidos volvieran a aplicar la intervención militar en esa región, su poder ya no sería suficiente para imponer su voluntad. De hecho, precisamente porque los EE.UU., después de más de un decenio de guerra, lo entienden perfectamente es por lo que cualquier gobierno americano se lo pensará dos veces antes de volver a intervenir militarmente en esa región.
La situación parece diferente en Asia, donde los EE.UU. no sólo siguen presentes, sino que, además, han aumentado sus compromisos. En el Asia oriental y meridional, todas las potencias nucleares (China, Rusia, la India, el Pakistán y Corea del Norte) o próximas a pasar a ser potencias nucleares (el Japón y Corea del Sur) están enredadas en rivalidades estratégicas peligrosas. A ello se suma la dosis periódica de irracionalidad norcoreana.
Si bien la presencia de los EE.UU. en esa región ha impedido hasta ahora que sus numerosos conflictos y rivalidades se intensifiquen, están multiplicándose las fuentes de incertidumbre. ¿Será China lo bastante prudente para procurar la reconciliación y las colaboraciones con sus vecinos, grandes y pequeños, en lugar de aspirar al dominio regional? ¿Qué será de la península de Corea? ¿Y qué repercusiones tendrá el giro nacionalista del Japón –y su arriesgada política económica– en la región? ¿Podrán la India y China frenar el deterioro de las relaciones bilaterales? ¿Se cierne el fracaso estatal sobre el Pakistán?
Imagínese esa situación sin la fuerza política y militar de los Estados Unidos. La región será dramáticamente más peligrosa. Al mismo tiempo, dados los limitados recursos de los EE.UU., su nuevo papel requerirá una consideración más cuidadosa de los intereses nacionales a la hora de determinar las prioridades. Está claro que la región de Asia y el Pacífico tiene prelación en los cálculos de los EE.UU.
Así, pues, ese nuevo papel americano, más centrado y limitado, plantea la siguiente pregunta a los socios europeos de los EE.UU: ¿pueden permitirse el lujo de carecer de defensa sin la ayuda de los EE.UU?
Desde luego, la garantía por parte de los Estados Unidos de la seguridad de sus aliados en la OTAN no desaparecerá, pero resultará mucho más difícil de cumplir plenamente. Y, si un mundo postamericano entraña un mayor riesgo de caos y sus consecuencias que esperanza de un nuevo orden estable, riesgo que afecta a Europa en particular, tal vez ésta debería invertir su rumbo, con su clara determinación de desmantelarse.
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Since Plato’s Republic 2,300 years ago, philosophers have understood the process by which demagogues come to power in free and fair elections, only to overthrow democracy and establish tyrannical rule. The process is straightforward, and we have now just watched it play out.
observes that philosophers since Plato have understood how tyrants come to power in free elections.
Despite being a criminal, a charlatan, and an aspiring dictator, Donald Trump has won not only the Electoral College, but also the popular vote – a feat he did not achieve in 2016 or 2020. A nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians are to blame.
points the finger at a nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians.
BERLÍN – En cierta ocasión, Medeleine Albright, la ex Secretaria de Estado de los EE.UU, calificó a este país de “nación indispensable.” La actual evolución de los acontecimientos en todo el mundo está demostrando que tenía razón, pero la prueba ha sido casi enteramente negativa. Actualmente, la importancia de los Estados Unidos ha llegado a ser patente por la falta de dirección de los EE.UU. en una crisis tras otra y que donde resulta más evidente de forma inmediata es en Siria.
En realidad, está formándose un mundo postamericano ante nuestros ojos, caracterizado, en lugar de por un nuevo orden internacional, por la ambigüedad política, la inestabilidad e incluso el caos. Es lamentable y podría resultar tan peligroso, que incluso antiamericanos intransigentes acaban añorando el pasado siglo americano y el papel de los EE.UU. como fuerza mundial de orden.
Tanto subjetiva como objetivamente, los EE.UU. ya no están dispuestos a desempeñar ese papel o no pueden hacerlo. Ha habido muchas causas: un decenio de guerra en el Oriente Medio, en sentido amplio, con su enorme costo en “sangre y recursos”; la crisis económica y financiera; una deuda pública cuantiosa; una reorientación hacia los problemas internos; y una nueva atención preferente a los asuntos del Pacífico; a todo ello se suma un relativo declinar de los EE.UU. en vista del ascenso de China y del de otros países grandes.
Estoy relativamente seguro de que los EE.UU. gestionarán con éxito su reorientación y realineamiento, pero, aun así, el peso y el alcance relativos de su poder declinará en el nuevo mundo del siglo XXI, mientras aumenta la fuerza de otros, que recuperan terreno. Desde luego, no se pondrá en tela de juicio el papel mundial de los EE.UU. China estará muy ocupada abordando sus contradicciones internas durante mucho tiempo aún. Tampoco es probable que la India o Rusia planteen un desafío grave. Y el alboroto de voces contradictorias de Europa parece excluirla de la pretensión de ocupar el lugar de los EE.UU.
Pero, si bien ninguna de esas potencias representa una substituta seria del papel mundial de los EE.UU., este país no podrá seguir actuando unilateralmente, como lo hizo al final de la Guerra Fría, y quedará debilitado en gran medida. Ese cambio ha resultado particularmente evidente en Oriente Medio y en la región de Asia y el Pacífico.
En Oriente Medio, el orden regional creado por las potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña, tras la primera guerra mundial, se mantuvo a lo largo de la Guerra Fría y la breve época de dominio unilateral de los EE.UU que siguió; sin embargo, las convulsiones de los últimos años podrían perfectamente provocar ese final. Se están poniendo en entredicho las fronteras coloniales y resulta difícil pronosticar lo que será de Siria, el Líbano, el Iraq y Jordania. Las posibilidades de desintegración y reconstitución regionales, proceso que podría desencadenar una violencia indecible, son mayores que nunca.
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Además, si bien no hay ningún hegemón regional para substituir a los Estados Unidos, hay numerosos aspirantes a desempeñar ese papel, pero ninguno –los más destacados son el Irán, Turquía y Arabia Saudí– es lo suficientemente fuerte para decidir los asuntos a su favor. En vista de la falta de una nueva fuerza de orden en la región en un futuro predecible y de la disposición para actuar del antiguo, el peligro de una confrontación violenta y muy larga está aumentando.
Aun cuando los Estados Unidos volvieran a aplicar la intervención militar en esa región, su poder ya no sería suficiente para imponer su voluntad. De hecho, precisamente porque los EE.UU., después de más de un decenio de guerra, lo entienden perfectamente es por lo que cualquier gobierno americano se lo pensará dos veces antes de volver a intervenir militarmente en esa región.
La situación parece diferente en Asia, donde los EE.UU. no sólo siguen presentes, sino que, además, han aumentado sus compromisos. En el Asia oriental y meridional, todas las potencias nucleares (China, Rusia, la India, el Pakistán y Corea del Norte) o próximas a pasar a ser potencias nucleares (el Japón y Corea del Sur) están enredadas en rivalidades estratégicas peligrosas. A ello se suma la dosis periódica de irracionalidad norcoreana.
Si bien la presencia de los EE.UU. en esa región ha impedido hasta ahora que sus numerosos conflictos y rivalidades se intensifiquen, están multiplicándose las fuentes de incertidumbre. ¿Será China lo bastante prudente para procurar la reconciliación y las colaboraciones con sus vecinos, grandes y pequeños, en lugar de aspirar al dominio regional? ¿Qué será de la península de Corea? ¿Y qué repercusiones tendrá el giro nacionalista del Japón –y su arriesgada política económica– en la región? ¿Podrán la India y China frenar el deterioro de las relaciones bilaterales? ¿Se cierne el fracaso estatal sobre el Pakistán?
Imagínese esa situación sin la fuerza política y militar de los Estados Unidos. La región será dramáticamente más peligrosa. Al mismo tiempo, dados los limitados recursos de los EE.UU., su nuevo papel requerirá una consideración más cuidadosa de los intereses nacionales a la hora de determinar las prioridades. Está claro que la región de Asia y el Pacífico tiene prelación en los cálculos de los EE.UU.
Así, pues, ese nuevo papel americano, más centrado y limitado, plantea la siguiente pregunta a los socios europeos de los EE.UU: ¿pueden permitirse el lujo de carecer de defensa sin la ayuda de los EE.UU?
Desde luego, la garantía por parte de los Estados Unidos de la seguridad de sus aliados en la OTAN no desaparecerá, pero resultará mucho más difícil de cumplir plenamente. Y, si un mundo postamericano entraña un mayor riesgo de caos y sus consecuencias que esperanza de un nuevo orden estable, riesgo que afecta a Europa en particular, tal vez ésta debería invertir su rumbo, con su clara determinación de desmantelarse.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.