En los próximos días, los Estados Unidos adoptarán una importante decisión que puede cambiar la reputación de este país en el mundo: la de si aprobar o no una subvención de 537 millones de dólares con la que convertir la ciudad de Nueva York en la primera megaurbe medioambientalmente sostenible del siglo XXI.
Los funcionarios del Departamento de Transporte de Estados Unidos deben tener en cuenta que su decisión de financiar el visionario proyecto del alcalde Michael Bloomberg, llamado PlaNYC, determinará la calidad del aire que más de 10 millones de neoyorquinos respiran diariamente y la cantidad de emisiones de dióxido de carbono que la ciudad lanza a la atmósfera.
La ciudad de Nueva York produce ya más emisiones de CO2 que toda Noruega. Más importante aún es que los funcionarios deben ser conscientes de que sus actuaciones determinarán la reacción de los Estados Unidos ante la amenaza mundial de una urbanización sin precedentes y el cambio climático inducido por las emisiones de carbono.
Este año, por primera vez en la historia humana, más personas vivirán en zonas urbanas que en comunidades rurales. En los Estados Unidos, la población urbana ha aumentado de 97 millones en 1950 a 222 millones en 2000. Hoy, casi el 80 por ciento de los estadounidenses viven en zonas urbanas. Semejante urbanización sin precedentes y sin planificación hace estragos en el medio ambiente al aumentar las emisiones de carbono, ya que una mayor densidad de población tiene como consecuencia una mayor utilización de los automóviles y de la energía.
En el PlaNYC se fomenta la utilización de los sistemas de transporte público al desincentivar intensamente la utilización del automóvil. Las tasas cobradas a los usuarios de los automóviles durante las horas punta en ciertas partes de la ciudad propuestas en el plan para luchar contra la congestión reducirían el tráfico y aportarían ingresos que servirían para mejorar el transporte público.
El plan del alcalde Bloomberg llega en el momento oportuno para una ciudad agobiada por el empeoramiento del tráfico y los problemas de la contaminación. Los vehículos causan casi una quinta parte de las emisiones de CO2 de la ciudad de Nueva York. La congestión del tráfico, en particular, no sólo es medioambientalmente perjudicial, sino que, además, impone costos considerables en tiempo y recursos a los conductores. Los estadounidenses pierden unos 3.700 millones de horas y unos 2.300 millones de galones de combustible sentados en sus coches durante los atascos de tráfico, lo que representa un costo anual de unos 200.000 millones de dólares. Por culpa de la congestión, los neoyorquinos padecen los trayectos diarios más largos de los EE.UU. y sus hijos tienen la tasa más alta de hospitalizaciones por asma.
El PlaNYC impondría tasas para luchar contra la congestión al 4,6 por ciento de los residentes de la ciudad de Nueva York que se trasladan a su trabajo en automóvil, mientras que sus beneficios recaerían sobre todos. Los neoyorquinos disfrutarían de un aire más limpio, unos trayectos diarios menores por término medio y un mejor transporte público. Ni la economía en general ni el sector minorista en particular se verían afectados negativamente. De hecho, los prestadores de servicios y los repartidores de Manhattan, entre otros, se beneficiarían de una menor duración de los trayectos y menores retrasos.
Sin embargo, pese a sus muchas ventajas, las tasas para luchar contra la congestión inspiran cierto escepticismo. Por fortuna, podemos aprender de otras ciudades, como, por ejemplo, Estocolmo, Singapur y Londres, que las han aplicado con éxito. En todas esas ciudades, las emisiones de CO2 disminuyeron en gran medida y Singapur experimentó una reducción inmediata del 45 por ciento del tráfico.
Esas ciudades se han beneficiado también de un transporte público más eficiente. En Londres, los viajes en autobús aumentaros el 46 por ciento. Según un informe independiente, casi el 60 por ciento de las empresas de Londres consideraron positivas o neutrales las repercusiones del programa en la economía.
Los países dependientes del automóvil como los Estados Unidos necesitan soluciones ingeniosas para garantizar un desarrollo medioambientalmente sostenible. Por tener una de las mayores poblaciones urbanas y las emisiones de CO2 más altas por habitante, los EE.UU. tienen el deber –y los medios para ello– de tomar la delantera del mundo en esa batalla.
Si los EE.UU. no actúan pronto, sus ciudades se quedarán rezagadas no sólo tras las capitales europeas, sino también tras ciudades de países en desarrollo, como, por ejemplo, Bogotá (Colombia) y Curitiba (Brasil), que ya están aplicando soluciones innovadoras y medioambientalmente inocuas. La ciudad de Nueva York ha estado siempre a la cabeza del mundo en materia de finanzas, artes y muchos otros sectores. Es una candidata ideal para la formulación de un proyecto con vistas a una urbanización más limpia y eficiente en los EE.UU. y en el mundo.
En los próximos días, los Estados Unidos adoptarán una importante decisión que puede cambiar la reputación de este país en el mundo: la de si aprobar o no una subvención de 537 millones de dólares con la que convertir la ciudad de Nueva York en la primera megaurbe medioambientalmente sostenible del siglo XXI.
Los funcionarios del Departamento de Transporte de Estados Unidos deben tener en cuenta que su decisión de financiar el visionario proyecto del alcalde Michael Bloomberg, llamado PlaNYC, determinará la calidad del aire que más de 10 millones de neoyorquinos respiran diariamente y la cantidad de emisiones de dióxido de carbono que la ciudad lanza a la atmósfera.
La ciudad de Nueva York produce ya más emisiones de CO2 que toda Noruega. Más importante aún es que los funcionarios deben ser conscientes de que sus actuaciones determinarán la reacción de los Estados Unidos ante la amenaza mundial de una urbanización sin precedentes y el cambio climático inducido por las emisiones de carbono.
Este año, por primera vez en la historia humana, más personas vivirán en zonas urbanas que en comunidades rurales. En los Estados Unidos, la población urbana ha aumentado de 97 millones en 1950 a 222 millones en 2000. Hoy, casi el 80 por ciento de los estadounidenses viven en zonas urbanas. Semejante urbanización sin precedentes y sin planificación hace estragos en el medio ambiente al aumentar las emisiones de carbono, ya que una mayor densidad de población tiene como consecuencia una mayor utilización de los automóviles y de la energía.
En el PlaNYC se fomenta la utilización de los sistemas de transporte público al desincentivar intensamente la utilización del automóvil. Las tasas cobradas a los usuarios de los automóviles durante las horas punta en ciertas partes de la ciudad propuestas en el plan para luchar contra la congestión reducirían el tráfico y aportarían ingresos que servirían para mejorar el transporte público.
El plan del alcalde Bloomberg llega en el momento oportuno para una ciudad agobiada por el empeoramiento del tráfico y los problemas de la contaminación. Los vehículos causan casi una quinta parte de las emisiones de CO2 de la ciudad de Nueva York. La congestión del tráfico, en particular, no sólo es medioambientalmente perjudicial, sino que, además, impone costos considerables en tiempo y recursos a los conductores. Los estadounidenses pierden unos 3.700 millones de horas y unos 2.300 millones de galones de combustible sentados en sus coches durante los atascos de tráfico, lo que representa un costo anual de unos 200.000 millones de dólares. Por culpa de la congestión, los neoyorquinos padecen los trayectos diarios más largos de los EE.UU. y sus hijos tienen la tasa más alta de hospitalizaciones por asma.
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El PlaNYC impondría tasas para luchar contra la congestión al 4,6 por ciento de los residentes de la ciudad de Nueva York que se trasladan a su trabajo en automóvil, mientras que sus beneficios recaerían sobre todos. Los neoyorquinos disfrutarían de un aire más limpio, unos trayectos diarios menores por término medio y un mejor transporte público. Ni la economía en general ni el sector minorista en particular se verían afectados negativamente. De hecho, los prestadores de servicios y los repartidores de Manhattan, entre otros, se beneficiarían de una menor duración de los trayectos y menores retrasos.
Sin embargo, pese a sus muchas ventajas, las tasas para luchar contra la congestión inspiran cierto escepticismo. Por fortuna, podemos aprender de otras ciudades, como, por ejemplo, Estocolmo, Singapur y Londres, que las han aplicado con éxito. En todas esas ciudades, las emisiones de CO2 disminuyeron en gran medida y Singapur experimentó una reducción inmediata del 45 por ciento del tráfico.
Esas ciudades se han beneficiado también de un transporte público más eficiente. En Londres, los viajes en autobús aumentaros el 46 por ciento. Según un informe independiente, casi el 60 por ciento de las empresas de Londres consideraron positivas o neutrales las repercusiones del programa en la economía.
Los países dependientes del automóvil como los Estados Unidos necesitan soluciones ingeniosas para garantizar un desarrollo medioambientalmente sostenible. Por tener una de las mayores poblaciones urbanas y las emisiones de CO2 más altas por habitante, los EE.UU. tienen el deber –y los medios para ello– de tomar la delantera del mundo en esa batalla.
Si los EE.UU. no actúan pronto, sus ciudades se quedarán rezagadas no sólo tras las capitales europeas, sino también tras ciudades de países en desarrollo, como, por ejemplo, Bogotá (Colombia) y Curitiba (Brasil), que ya están aplicando soluciones innovadoras y medioambientalmente inocuas. La ciudad de Nueva York ha estado siempre a la cabeza del mundo en materia de finanzas, artes y muchos otros sectores. Es una candidata ideal para la formulación de un proyecto con vistas a una urbanización más limpia y eficiente en los EE.UU. y en el mundo.