pa201c.jpg Paul Lachine

Los enfermos olvidados

LIVERPOOL – El mundo desarrollado está familiarizado con las amenazas globales de infecciones virales que producen miedo tanto en las poblaciones ricas como entre los pobres. La pandemia de SARS, la gripe aviar y la gripe porcina le han costado a la economía global unos 200.000 millones de dólares. Estas amenazas surgen frecuente e impredeciblemente como consecuencia del contacto humano con los animales. Se necesita una respuesta rápida de los gobiernos, las agencias de las Naciones Unidas, las autoridades regulatorias y la industria farmacéutica a los efectos de coordinación, vigilancia y producción de vacunas.

Pero la gente más pobre –los que viven con menos de 2 dólares por día- muchas veces no es considerada importante cuando surge una amenaza pandémica. Ellos no contribuyen significativamente a la economía global, y los sistemas de salud de sus países funcionan con una pequeña fracción de lo que las economías avanzadas dedican a la salud de sus poblaciones.

Inversamente, la visión que tienen los países desarrollados de las enfermedades del mundo en desarrollo es que sólo tres son importantes: el sida, la tuberculosis y la malaria. Esto surge del poder de los grupos de presión y el reconocimiento de que estas enfermedades podrían amenazar al mundo desarrollado. En consecuencia, estas enfermedades reciben una cantidad desproporcionada de financiamiento para investigación y control, mientras que otras enfermedades que matan, enceguecen, deforman y dejan inválidos a muchos más –los “mil millones de abajo”- amp#160;tienen un acceso limitado a la atención sanitaria.

Estas infecciones se conocen como las Enfermedades Tropicales Desatendidas (NTD por su sigla en inglés). No son muy familiares en el mundo desarrollado, y sus nombres suelen ser difíciles de pronunciar: filariasis (elefantiasis), oncocerciasis (ceguera de los ríos), esquistomiasis (billharziasis) y otras, particularmente gusanos intestinales.

Estas no son enfermedades familiares para la gente lo suficientemente afortunada como para vivir en los países más ricos del mundo, pero son nombres de todos los días para cientos de millones de personas pobres, que suelen infectarse con una o más de ellas. Son enfermedades de un proceso prolongado, que muchas veces se contraen en una edad temprana, y tanto las enfermedades como sus síntomas son progresivos.

De hecho, mientras que la miseria que causan las enfermedades parasitarias es vasta y la carga, excesiva –tanto como la tuberculosis o la malaria-, no matan de inmediato. Más bien, erosionan gradualmente las perspectivas de desarrollo de los niños.

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Y los síntomas se acumulan: se pierde gradualmente la visión, aparecen lesiones genitales en la pubertad (que a veces aumentan el riesgo de VIH) y el estado de la piel se deteriora conforme millones de gusanos microscópicos causan una picazón intolerable. La pérdida de sangre, que causa anemia, es el resultado de miles de gusanos que comen las paredes del intestino.

Otras enfermedades, como la enfermedad del sueño, transmitidas por las moscas tsé-tsé son fatales si no se las trata, al igual que la leishmaniasis, una vez que los parásitos que la causan –transmitidos por pequeñas moscas de arena- invaden el hígado y el bazo. Una vez más, la miseria causada por estas infecciones excede la carga de la tuberculosis o la malaria.

La buena noticia es que las NTD se pueden tratar, ya que existen drogas de calidad –donadas por las principales compañías farmacéuticas-. Estas donaciones de medicamentos para la ceguera de los ríos, el tracoma (otra enfermedad de la vista), la lepra, la elefantiasis, los gusanos y las billharziasis, así como la enfermedad del sueño, le dan esperanza a millones de personas.

Es más, el costo del tratamiento anual recomendado por la Organización Mundial de la Salud suele ser inferior a 0,50 dólar, y mucho menos en Asia, donde la distribución está a cargo de las comunidades o de las escuelas. El aumento en el tratamiento ha sido espectacular –más de 500 millones de personas en 51 países han sido tratadas por elefantiasis en 2007, y 60 millones en 19 países, por la ceguera de los ríos-. La enfermedad del gusano de Guinea hoy es endémica en apenas cuatro países y la lepra es un problema en sólo seis.

Estas son cifras impresionantes, y el gasto es trivial comparado con las drogas antirretrovirales para tratar el sida, que cuestan más de 200 dólares anuales y deben tomarse diariamente, no cada año. Dado que aproximadamente mil millones de personas están infectadas con NTD, comparado con 40 millones que padecen VIH, y que las drogas para tratarlas son donadas y en realidad previenen la enfermedad y frenan la transmisión, tratar las NTD es una oportunidad importante para sacar a las poblaciones de la pobreza.

El principal desafío es convencer a quienes formulan las políticas de que para reducir la pobreza hay que hacer algo más que concentrarse sólo en tres enfermedades. En realidad, las NTD son “las oportunidades más asequibles”. Si la comunidad internacional es seria cuando habla de aliviar la pobreza y lograr los objetivos de desarrollo, ocuparse de las enfermedades tan directamente asociadas con la miseria económica debería ser un objetivo fundamental.

Podemos fácilmente cumplir ese objetivo, porque tenemos los medicamentos que son efectivos, gratis (o muy baratos), que tienen costos de entrega bajos y que ofrecen beneficios adicionales. Llegó el momento de repensar nuestras inversiones y mensajes en materia de salud pública, y evaluar si estamos obteniendo el mejor valor por los dólares de los donantes, o si deberíamos hacer mucho más para tratar las enfermedades que hasta ahora, básicamente, hemos ignorado.

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