Si tenemos suerte nuestros nietos recordarán la guerra global antidrogas de finales del siglo XX e inicios del XXI como una bizarra manía a la que sólo las generaciones pasadas podían sucumbir.
Los problemas que el mundo tiene con las drogas son mucho más severos hoy en día que hace un siglo. No es que el uso de drogas se haya incrementado increíblemente, después de todo, en aquél entonces se consumían inmensas cantidades de alcohol, opio y otras drogas. El problema real es que las políticas de control de drogas de la actualidad hacen más daño que bien; en efecto, quizá causan más daño en general que el abuso de drogas.
Como la prohibición del alcohol en Estados Unidos durante la década de 1920 e inicios de la de 1930, la prohibición global de las drogas no ha sido capaz de reducir el abuso al ritmo que genera extraordinarios niveles de criminalidad, violencia, corrupción y enfermedad. En 1998, la ONU estimó el valor total del comercio ilegal de drogas en $400 mil millones, o 7% del comercio global. Los críticos dicen que es sólo la mitad de eso, pero sigue siendo una suma notable.
Colombia hoy en día está mucho peor que Chicago con Al Capone. También lo están otros países latinoamericanos, caribeños y asiáticos. La prohibición de drogas impone efectivamente un impuesto al comercio global de drogas ilegales que los gobiernos hacen valer y que colectan aquellos dispuestos a violar las leyes. No hay otras leyes que generen tal corrupción o tal violencia; y no hay otro conjunto de leyes que contribuya tanto a la propagación del VIH/SIDA, la hepatitis y otras enfermedades.
La guerra contra las drogas persiste en parte debido a dos mitos. El primero asume que los seres humanos están mejor "libres de drogas" y que todas las sociedades deberían buscar estar libres de drogas. Pero son pocas las sociedades libres de drogas que han existido, si es que hubo alguna.
El segundo mito presume que la prohibición reduce el daño asociado con las drogas. Los mercados globales de productos de cannabis, opio y coca son básicamente similares a otros mercados globales de productos, pero las políticas de control global de drogas operan asumiendo que los mercados de drogas tienen más en común con la viruela y otras enfermedades infecciosas para las que no hay demanda.
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Los gobiernos pueden actuar de forma unilateral y multilateral para regular los mercados de productos, pero es una equivocación considerar que la prohibición es la forma de regulación máxima o última. La prohibición representa de hecho la abdicación de la regulación. Cualquier cosa que no sea suprimida no está efectivamente regulada, excepto por las organizaciones criminales.
Alrededor del mundo, las sentencias por violaciones de leyes antidrogas representan la mayor parte de los cerca de 8 millones de personas encarceladas en las prisiones y penitenciarías locales. En 1980, 50,000 personas fueron encarceladas en Estados Unidos por violar las leyes contra las drogas. Hoy día el total se acerca a medio millón, con unos cuantos cientos de miles más encerrados por ofensas relacionadas con la prohibición. El total representa casi 10% de los presos de todo el mundo.
En el mundo en desarrollo, los campesinos pobres involucrados en la producción de opio, coca y cannabis son arrestados, a veces golpeados y con frecuencia extorcionados por los agentes gubernamentales que aplican las leyes antidrogas. En Bolivia y en Perú, la coca estaba integrada a la sociedad. Lo mismo era verdad del opio en Asia. Las prohibiciones impuestas por Estados Unidos y por otros gobiernos diezmaron tradiciones que a menudo "domesticaban" a esas drogas para reducir el daño que ocasionaban. De igual manera, fomentaron la transición a drogas refinadas como la heroína y la cocaína. Las agencias estadounidenses de inteligencia y de protección de la ley proveen información rutinariamente a otros gobiernos a sabiendas de que no será utilizada sólo para arrestar a quienes identifican, sino para torturarlos también.
Todas estas consecuencias de la lucha antidrogas pueden ser definidas como abusos de los derechos humanos, pero el punto central de los derechos humanos es distinto: la noción de que la gente no debería ser castigada por lo que inserta en su cuerpo, ingiere o inhala. Ese derecho de soberanía sobre la mente y el cuerpo propios, el cual incorpora también el derecho a no ser forzado a tomar drogas en contra de la voluntad propia, representa en algunos aspectos el más fundamental de todos los derechos.
A los usuarios de heroína se les niega el medicamento más efectivo disponible contra su adicción, es decir, la metadona. A la gente que no quiere o no es capaz de dejar de inyectarse drogas se le niega el acceso a jeringas estériles, lo que tiene consecuencias devastadoras. Millones de personas que fuman mariguana o consumen drogas psicoactivas son más dañados por las acciones del Estado que por el uso de drogas.
Hay más y más voces llamando a un análisis y una revisión sistemática de las convenciones internacionales antidrogas que sostienen a las actuales políticas fallidas. Algunos enfatizan en los fundamentos anticientíficos y de otra manera ilegítimos a partir de los cuales se incluye a la cannabis y a la coca en las convenciones. Otros señalan las contradicciones entre las convenciones antidrogas y las convenciones internacionales de derechos humanos. Otros anotan que las convenciones antidrogas exacerban los problemas que pretenden solucionar.
Hace falta un nuevo régimen global de control de drogas. Se debe rechazar la necia retórica de crear un "mundo sin drogas" y reconocer que el verdadero reto es aprender a vivir con las drogas de manera que ocasionen el menor de los daños. Una estrategia efectiva debe establecer objetivos y criterios reales para evaluar el éxito o el fracaso, y esos criterios deben enfocarse en reducir la muerte, las enfermedades, el crimen y el sufrimiento asociados tanto con el uso de drogas como con las políticas de manejo de drogas. También debe adoptar el principio de que las personas no deberían ser castigadas por lo que insertan en su cuerpo, ingieren o inhalan, sino sólo por los daños que ocasionan a otros. Esos son los elementos clave de un régimen de control de drogas más ético y efectivo que el que obsesiona al mundo actual.
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The Norwegian finance ministry recently revealed just how much the country has benefited from Russia's invasion of Ukraine, estimating its windfall natural-gas revenues for 2022-23 to be around $111 billion. Yet rather than transferring these gains to those on the front line, the government is hoarding them.
argue that the country should give its windfall gains from gas exports to those on the front lines.
At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
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Si tenemos suerte nuestros nietos recordarán la guerra global antidrogas de finales del siglo XX e inicios del XXI como una bizarra manía a la que sólo las generaciones pasadas podían sucumbir.
Los problemas que el mundo tiene con las drogas son mucho más severos hoy en día que hace un siglo. No es que el uso de drogas se haya incrementado increíblemente, después de todo, en aquél entonces se consumían inmensas cantidades de alcohol, opio y otras drogas. El problema real es que las políticas de control de drogas de la actualidad hacen más daño que bien; en efecto, quizá causan más daño en general que el abuso de drogas.
Como la prohibición del alcohol en Estados Unidos durante la década de 1920 e inicios de la de 1930, la prohibición global de las drogas no ha sido capaz de reducir el abuso al ritmo que genera extraordinarios niveles de criminalidad, violencia, corrupción y enfermedad. En 1998, la ONU estimó el valor total del comercio ilegal de drogas en $400 mil millones, o 7% del comercio global. Los críticos dicen que es sólo la mitad de eso, pero sigue siendo una suma notable.
Colombia hoy en día está mucho peor que Chicago con Al Capone. También lo están otros países latinoamericanos, caribeños y asiáticos. La prohibición de drogas impone efectivamente un impuesto al comercio global de drogas ilegales que los gobiernos hacen valer y que colectan aquellos dispuestos a violar las leyes. No hay otras leyes que generen tal corrupción o tal violencia; y no hay otro conjunto de leyes que contribuya tanto a la propagación del VIH/SIDA, la hepatitis y otras enfermedades.
La guerra contra las drogas persiste en parte debido a dos mitos. El primero asume que los seres humanos están mejor "libres de drogas" y que todas las sociedades deberían buscar estar libres de drogas. Pero son pocas las sociedades libres de drogas que han existido, si es que hubo alguna.
El segundo mito presume que la prohibición reduce el daño asociado con las drogas. Los mercados globales de productos de cannabis, opio y coca son básicamente similares a otros mercados globales de productos, pero las políticas de control global de drogas operan asumiendo que los mercados de drogas tienen más en común con la viruela y otras enfermedades infecciosas para las que no hay demanda.
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Los gobiernos pueden actuar de forma unilateral y multilateral para regular los mercados de productos, pero es una equivocación considerar que la prohibición es la forma de regulación máxima o última. La prohibición representa de hecho la abdicación de la regulación. Cualquier cosa que no sea suprimida no está efectivamente regulada, excepto por las organizaciones criminales.
Alrededor del mundo, las sentencias por violaciones de leyes antidrogas representan la mayor parte de los cerca de 8 millones de personas encarceladas en las prisiones y penitenciarías locales. En 1980, 50,000 personas fueron encarceladas en Estados Unidos por violar las leyes contra las drogas. Hoy día el total se acerca a medio millón, con unos cuantos cientos de miles más encerrados por ofensas relacionadas con la prohibición. El total representa casi 10% de los presos de todo el mundo.
En el mundo en desarrollo, los campesinos pobres involucrados en la producción de opio, coca y cannabis son arrestados, a veces golpeados y con frecuencia extorcionados por los agentes gubernamentales que aplican las leyes antidrogas. En Bolivia y en Perú, la coca estaba integrada a la sociedad. Lo mismo era verdad del opio en Asia. Las prohibiciones impuestas por Estados Unidos y por otros gobiernos diezmaron tradiciones que a menudo "domesticaban" a esas drogas para reducir el daño que ocasionaban. De igual manera, fomentaron la transición a drogas refinadas como la heroína y la cocaína. Las agencias estadounidenses de inteligencia y de protección de la ley proveen información rutinariamente a otros gobiernos a sabiendas de que no será utilizada sólo para arrestar a quienes identifican, sino para torturarlos también.
Todas estas consecuencias de la lucha antidrogas pueden ser definidas como abusos de los derechos humanos, pero el punto central de los derechos humanos es distinto: la noción de que la gente no debería ser castigada por lo que inserta en su cuerpo, ingiere o inhala. Ese derecho de soberanía sobre la mente y el cuerpo propios, el cual incorpora también el derecho a no ser forzado a tomar drogas en contra de la voluntad propia, representa en algunos aspectos el más fundamental de todos los derechos.
A los usuarios de heroína se les niega el medicamento más efectivo disponible contra su adicción, es decir, la metadona. A la gente que no quiere o no es capaz de dejar de inyectarse drogas se le niega el acceso a jeringas estériles, lo que tiene consecuencias devastadoras. Millones de personas que fuman mariguana o consumen drogas psicoactivas son más dañados por las acciones del Estado que por el uso de drogas.
Hay más y más voces llamando a un análisis y una revisión sistemática de las convenciones internacionales antidrogas que sostienen a las actuales políticas fallidas. Algunos enfatizan en los fundamentos anticientíficos y de otra manera ilegítimos a partir de los cuales se incluye a la cannabis y a la coca en las convenciones. Otros señalan las contradicciones entre las convenciones antidrogas y las convenciones internacionales de derechos humanos. Otros anotan que las convenciones antidrogas exacerban los problemas que pretenden solucionar.
Hace falta un nuevo régimen global de control de drogas. Se debe rechazar la necia retórica de crear un "mundo sin drogas" y reconocer que el verdadero reto es aprender a vivir con las drogas de manera que ocasionen el menor de los daños. Una estrategia efectiva debe establecer objetivos y criterios reales para evaluar el éxito o el fracaso, y esos criterios deben enfocarse en reducir la muerte, las enfermedades, el crimen y el sufrimiento asociados tanto con el uso de drogas como con las políticas de manejo de drogas. También debe adoptar el principio de que las personas no deberían ser castigadas por lo que insertan en su cuerpo, ingieren o inhalan, sino sólo por los daños que ocasionan a otros. Esos son los elementos clave de un régimen de control de drogas más ético y efectivo que el que obsesiona al mundo actual.