Las próximas pruebas del crecimiento de China

BEIJING – Los últimos datos oficiales muestran de manera convincente que la economía china ha tocado fondo, y hoy la mayoría de las expectativas apuntan a que el crecimiento del PIB anual se acerque a un 7,8% en 2012. Un resultado que no debería sorprender.

Para limitar el creciente aumento de los precios de la vivienda y prevenir los efectos inflacionarios de las fuertemente expansionistas políticas monetaria y fiscal adoptadas durante la crisis financiera global, las autoridades monetarias de China comenzaron a restringir las condiciones financieras en enero de 2010.

El endurecimiento de las políticas monetarias, las medidas administrativas adoptadas por distintos gobiernos municipales para poner freno a la carrera en el mercado inmobiliario, y el menguante efecto del paquete de estímulo de ¥4 billones ($642,3 mil millones) han sido todos factores de una desaceleración gradual de la economía. Si bien la inflación debería haber bajado a principios de 2011, el aumento de los precios de los alimentos y los productos básicos frustró estas expectativas. El crecimiento anual del índice de precios al consumidor alcanzó un pico de 6,5% en julio de 2011.

Finalmente las fuertes medidas de ajuste de la liquidez acabaron por mitigar las presiones inflacionarias, pero también significaron un obstáculo al crecimiento económico, que ha ido descendiendo de manera continua tras haber alcanzado un máximo del 12,8% en el primer trimestre de 2010. Para el último trimestre de 2011, el crecimiento anual había bajado al 8,9%, generando una ola de sentimiento a la baja acerca de la economía china entre los expertos extranjeros.

En contraste, la mayor parte de los economistas chinos eran menos pesimistas y esperaban que el crecimiento se estabilizara en cerca de un 8% en 2012. No obstante, hasta hace poco el desempeño económico ha sido desilusionante, por tres factores. El impacto económico de la desaceleración en las inversiones inmobiliarias fue mayor al esperado, así como la crisis de la deuda europea. Y, si bien el Banco Popular de China (PBOC) redujo la proporción de reservas en noviembre de 2011 y se crearon algunas medidas de estímulo fiscal, el gobierno se abstuvo en gran parte de adoptar más políticas de expansión de la economía para estimular el crecimiento.

En el último trimestre de 2012 finalmente se hizo realidad la largamente esperada reactivación del crecimiento. Por mi parte, nunca dudé que ocurriría. Después de todo, el crecimiento potencial de China sigue siendo cerca de un 8%. Más aún, su posición fiscal se mantiene sobre bases firmes: incluso tras considerar todo tipo de pasivos contingentes (como préstamos a los gobiernos locales, préstamos para proyectos de gran envergadura y la morosidad de los bancos comerciales en caso de un colapso del mercado de la vivienda), la relación de la deuda pública al PIB de China sigue estando por debajo del 60%. Finalmente, el PBOC cuenta con un amplio margen de maniobra para reducir la proporción de reservas y establecer tasas de interés referenciales, que respectivamente todavía se encuentran en el 20% y el 6% (para préstamos a un año), sin grandes temores a agudizar la inflación.

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Los verdaderos retos que China enfrenta son de mediano y largo plazo. De hecho, la actual reactivación económica no es un logro que merezca grandes celebraciones, especialmente si ocurre a expensas de mayores reformas y ajustes estructurales.

En primer lugar, a medida que China envejece con rapidez, la desaparición de su ventaja demográfica reducirá de modo importante el potencial de crecimiento. Más aún, mientras el resto de los factores se mantiene, el alza extremadamente rápida de la inversión en activos fijos ha socavado la eficiencia del capital y las inversiones chinas, reduciendo más todavía el potencial de crecimiento del producto. Y, a medida que la economía china se acerca al punto de plena modernización tecnológica, se agotará la ventaja que le da el haber llegado tardíamente a este ámbito; su incapacidad de innovar y crear puede convertirse en un lastre para seguir creciendo. Si bien la participación activa en las redes de producción globales le ha significado importantes beneficios, puede haberla recluido a las escalas más bajas de la cadena de valor, reduciendo su espacio de desarrollo futuro.

En el horizonte asoman también otras limitaciones. La rápida expansión económica implica que el potencial de crecimiento se verá cada vez más restringido por los potenciales problemas de suministro de energía y otras materias primas. Y, al mismo tiempo, las exigencias del público en temas de protección ambiental y otros derechos básicos inevitablemente elevarán los costes de producción. De manera similar, es posible que el ambiente externo se vuelva menos favorable a medida que el largo proceso de desapalancamiento global impida la recuperación de China en mercados extranjeros de importancia clave.

Finalmente, a pesar del estatus de China como uno de los mayores acreedores netos del mundo, por años ha estado teniendo un déficit en su balanza de inversiones. Si persiste este patrón, bien puede ocurrir que la balanza de pagos limite su crecimiento futuro.

Sin embargo, en comparación con estas vulnerabilidades económicas, el destino de las reformas políticas en China será mucho más importante para la prosperidad del país en el largo plazo. Se espera que todo vaya bien, pero no estaría de más prever situaciones de crisis hipotéticas para que el país pueda evitar que se hagan realidad.

Una situación así se podría resumir de este modo: gracias a más de 30 años de vertiginoso crecimiento económico con poca atención a la igualdad y la justicia social, China se ha convertido en una sociedad estratificada. No es difícil imaginar a cada grupo social exigiendo una mayor parte del ingreso nacional, lo que por definición genera inflación.

De hecho, puesto que el régimen político se ha vuelto cada vez más indulgente, el populismo puede llegar a ser irresistible, al tiempo que el tamaño de la burocracia estatal sigue aumentando. Si se dan en China tasas de crecimiento menores, se deteriorará su posición fiscal (gradualmente al principio y luego con rapidez), finalmente llevando la proporción de deuda pública a PIB a un nivel insostenible. Para empeorar las cosas, cuando el país necesite utilizar sus ahorros (acumulados a lo largo de dos generaciones y denominados en bonos del Tesoro de EE.UU.) para aliviar sus problemas fiscales, puede encontrarse con que el valor de sus reservas en moneda extranjera ya se haya evaporado.

El indicador fundamental para evaluar el dinamismo económico de China es su posición fiscal. Únicamente cuando esta empeore con rapidez, su economía sufrirá un aterrizaje forzoso.

Los cinco próximos años son claves para el futuro de China; puede que su ventana de oportunidad para llevar a cabo un difícil proceso de reformas y ajustes no dure más que eso.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/Ug6EyVAes