Subsidios que salvan

¿Fue la reciente ola de protestas en Francia contra una enmienda que habría aumentado la libertad de los empleadores para despedir a los trabajadores jóvenes una especie de bendición disfrazada? Para calmar las protestas, el Presidente Jacques Chirac se vio obligado a retirar esta cláusula y en su lugar ha propuesto subsidios a la contratación como una manera de reducir el desempleo juvenil. En Alemania se está planteando una propuesta parecida de subsidios salariales focalizados.

Los partidarios de una mayor flexibilidad del mercado insisten en que pagar a los empleadores para que contraten a jóvenes es el enfoque equivocado. Dejad que los empleadores tengan menos limitaciones para despedir trabajadores, argumentan, y los empleadores los contratarán más fácilmente. Sin embargo, el problema de esta visión es que un mercado laboral flexible no erradicará el desempleo ni transformará a los trabajadores marginales y poco capacitados en empleados de alta productividad y buenos salarios. Si los subsidios propuestos en Francia y Alemania tienen un defecto, no es que sean innecesarios, sino que no apuntan lo suficientemente lejos.

En las economías avanzadas de Occidente, muchas personas de todos los grupos de edad carecen en la práctica de un empleo formal. En los Estados Unidos, la paga de los trabajadores menos cualificados es tan baja que, si su situación no es calamitosa, tienen dificultades emocionales para mantener un trabajo mucho tiempo, o terminan desmoralizándose o distrayéndose demasiado como para ser buenos empleados, o las leyes de sueldo mínimo hacen que sean imposibles de costear por parte de los empleadores que respetan la ley. En Europa, quedan excluidos del empleo por los contratos de trabajo y, en algunos casos, por las leyes de salario mínimo. En ambos casos, estos trabajadores pierden la oportunidad de participar y desarrollarse como personas que ofrecen la mayoría de los trabajos legítimos.

A su vez, esta situación genera altos costes sociales, relacionados con el crimen, la violencia y la dependencia. Estos males se convierten entonces en un arma de ataque populista a la libre empresa, que los países occidentales necesitan para el dinamismo económico y, por ende, para su prosperidad. De manera que quienes están incluidos en la libre empresa y se benefician de ella, pero sufren los costes sociales de la exclusión, deberían estar dispuestos a contribuir con algo para remediar tales condiciones.

El mejor remedio es un subsidio al empleo de bajos salarios que se pague a los empleadores por cada trabajador de bajo salario y tiempo completo, y se calcule según el coste del salario del empleado para la empresa. Mientras más alto sea el coste del salario, menor será el subsidio, hasta llegar a cero. Con estos subsidios salariales, las fuerzas de la competencia harían que los empleadores contrataran más trabajadores, y la baja resultante en el desempleo haría que la mayor parte del subsidio se pagara como compensaciones laborales directas o indirectas. Las personas se beneficiarían del subsidio sólo si toman un trabajo productivo, es decir, un trabajo por el que los empleadores consideren que vale la pena pagar algo.

Idealmente, los subsidios se destinarían a emplear trabajadores de todas las edades. Sin embargo, es comprensible que los planes que se debaten en la actualidad contemplen enfocarse primero en los trabajadores más jóvenes y en los de más edad.

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Algunas personas todavía piensan que los subsidios salariales son una especie de regalo de la seguridad social. Sin embargo, estos subsidios son muy diferentes de los programas de asistencia y seguridad social. Aunque estos han sido sustanciales en Europa y EE.UU., los trabajadores pobres siguen más marginados que nunca. De hecho, el gasto social ha empeorado el problema, porque reduce los incentivos laborales y, por tanto, crea una cultura de dependencia y enajenación de la economía comercial, socavando la participación en el mercado laboral, la capacidad de acceder a un empleo y la lealtad de los empleados. Lo que se necesita es un mayor nivel de empleo y mejores salarios, a través de una demanda más alta por los trabajadores menos productivos.

Algunos dejarían que el libre mercado solucionara el problema a lo largo del tiempo. Sin embargo, es poco probable que las fuerzas del mercado por si solas resuelvan los niveles sin precedentes de exclusión del mercado laboral desarrollados desde mediados de los años 70 a principios de los 90. La creencia predominante en una tendencia fiable que haga volver las cosas a un cierto grado normal de inclusión tiene poco fundamento. Es cierto que la mayoría de las recesiones se revierten, del mismo modo como todos los auges económicos llegan a su fin. No obstante, el criterio de lo que es “normal” cambia todo el tiempo.

Muchos argumentan que nunca se debe ver con buenos ojos la aplicación de subsidios de ningún tipo, en parte por que es extremadamente difícil -si no imposible- eliminarlos, incluso si ya no se necesitan. Desde este punto de vista, el pago total a un factor de producción no debería superar su productividad marginal, de modo que los resultados que se deseen deben promoverse a través de incentivos tributarios.

Sin embargo, como lo señalaran los teóricos de principios del siglo veinte, la colaboración y el intercambio dentro de la fuerza laboral diversa de una nación aumentan la productividad de todos y cada uno. La cooperación económica brinda una ganancia recíproca además de la que cada tipo de talento puede producir independientemente, observación que profundizó posteriormente el filósofo John Rawls.

Una sociedad puede dejar que el libre mercado distribuya esta ganancia, o puede intervenir para dirigirla a los menos favorecidos, de modo que algunos obtengan más que su producto marginal y otros obtengan menos. Puesto que los trabajadores menos capacitados enfrentan problemas de motivación y moral que reducen sus salarios y afectan sus competencias para la actividad laboral, tiene sentido que la ganancia mutua que se les asigna mediante esta redistribución les sea entregada a través de subsidios que promuevan un mayor empleo y capacidad de autosustento. Y, a diferencia de los incentivos tributarios, los subsidios salariales apuntan sólo al empleo de los trabajadores de bajos salarios.

Tanto Europa como EE.UU. deben hacer más para promover la inclusión de los trabajadores de bajos salarios. Una buena economía es la base no sólo del crecimiento del producto y el ingreso nacionales, sino que también asegura la capacidad de sus participantes de lograr la autosuficiencia y hacer realidad todo su potencial. Un subsidio sustancial al empleo de bajos salarios es una manera eficiente y justa de lograr este importante objetivo.

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