NAIROBI – Movimientos sociales como #MeToo y #TimesUp han comenzado a inspirar en todo el mundo importantes diálogos sobre viejas prácticas inequitativas que enfrentan las mujeres en cada aspecto de la vida. Discusiones que, en algunos casos, llevaron a cambios medibles en el trato que reciben las mujeres en el trabajo, el hogar y otros ámbitos de la sociedad.
Por desgracia, hasta ahora la atención se concentró sobre todo en las mujeres de Occidente o residentes de áreas urbanas. Las mujeres rurales, y en particular las agricultoras pobres de África subsahariana, todavía no han visto los beneficios del reciente interés en la igualdad de género. Pero para poder cerrar alguna vez la brecha de género en África, hay que incluir en el diálogo mundial los obstáculos particulares que enfrentan las mujeres africanas.
Pero es posible que el mayor obstáculo a la igualdad de género en África subsahariana sea el dinero; básicamente, las mujeres tienen menos que los hombres. Según el Banco Mundial, en la región tiene cuenta bancaria el 37% de las mujeres, contra el 48% de los hombres. Y aunque los porcentajes son bajos para ambos sexos, lo preocupante es que la diferencia se amplió en los últimos años, mientras a escala global la financiación total al alcance de los pobres creció en forma sostenida.
Hoy las mujeres dominan la agricultura africana (que es la industria más importante del continente). Pero esto no se trasladó a un mayor control de las finanzas. Una medida de esta deficiencia es el uso del crédito: en África Oriental (donde trabaja la organización a la que pertenezco), las mujeres piden prestado para actividades agrícolas un 13% menos de dinero que los hombres. El analfabetismo, límites a la posesión de la tierra y restricciones a la autonomía y la movilidad conspiran para reducir el acceso de las mujeres rurales a financiación agrícola.
Estas barreras han tenido un efecto drástico en el progreso social y económico. Para empezar, la falta de capital dificulta a las mujeres comprar semillas y fertilizantes de calidad, o incluso acceder a tierras cultivables, lo que a su vez reduce la productividad agrícola. Los rendimientos de las cosechas en la región están muy por debajo de los promedios mundiales, lo que se debe en parte a que las mujeres no pueden invertir suficiente dinero en sus emprendimientos.
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La desigualdad de género también es costosa en el nivel macro. El PNUD calcula que la falta de integración de las mujeres a las economías nacionales cuesta en total a los países de África subsahariana una pérdida de productividad combinada de 95 000 millones de dólares cada año. Cuando las mujeres que viven en la pobreza no pueden trabajar o contribuir a la sociedad, el crecimiento se estanca.
En cambio, cuando las agricultoras tienen acceso a financiación, los beneficios se extienden mucho más allá de los campos de cultivo. Está demostrado que el empoderamiento financiero aumenta la participación de las mujeres en la toma de decisiones comunitaria. Además, la inclusión financiera de las mujeres ayuda a combatir la marginación social y mejora el bienestar de las familias; cuando las madres tienen cierto control de las finanzas del hogar, es menos probable que sus hijos mueran de desnutrición y más probable que crezcan sanos y fuertes.
En vista de estos beneficios, la pregunta no es si hay que ampliar el acceso de las campesinas africanas a capital para sus emprendimientos agrícolas, sino cómo proveérselo. Una solución es idear programas de crédito que consideren las disparidades en materia de educación y movilidad; tener en cuenta la discriminación social es esencial para que adolescentes y mujeres aprovechen al máximo la financiación disponible. Otra opción es ampliar y profundizar iniciativas de mediación exitosas que ayudan a las mujeres a hablar de inclusión financiera con sus maridos.
Pero uno de los cambios más importantes sería que las instituciones financieras asuman un liderazgo comprometido. Más mujeres tendrían acceso a recursos financieros si los bancos y servicios de crédito ofrecieran productos a la medida de sus necesidades. Por ejemplo, los bancos pueden crear programas de crédito específicos para cultivos típicamente femeninos (como maní y girasol). Las instituciones financieras también pueden alentar el liderazgo femenino en las cooperativas de agricultores y dar apoyo a los mercados donde las mujeres venden cosechas.
Al ritmo actual con que avanza la inclusión financiera, al mundo le llevará más de doscientos años alcanzar la igualdad de género. Es inaceptable. El progreso hacia el empoderamiento de las mujeres no tiene por qué ser tan lento; y no lo será, si gobiernos, actores internacionales y la industria financiera hacen un esfuerzo concertado para diseñar y sostener políticas con más atención al género.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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NAIROBI – Movimientos sociales como #MeToo y #TimesUp han comenzado a inspirar en todo el mundo importantes diálogos sobre viejas prácticas inequitativas que enfrentan las mujeres en cada aspecto de la vida. Discusiones que, en algunos casos, llevaron a cambios medibles en el trato que reciben las mujeres en el trabajo, el hogar y otros ámbitos de la sociedad.
Por desgracia, hasta ahora la atención se concentró sobre todo en las mujeres de Occidente o residentes de áreas urbanas. Las mujeres rurales, y en particular las agricultoras pobres de África subsahariana, todavía no han visto los beneficios del reciente interés en la igualdad de género. Pero para poder cerrar alguna vez la brecha de género en África, hay que incluir en el diálogo mundial los obstáculos particulares que enfrentan las mujeres africanas.
África subsahariana es una de las regiones del mundo con más desigualdad de género. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “percepciones, actitudes y roles de género históricos” limitan el acceso de las mujeres a atención médica y educación, y llevan a una responsabilidad familiar desproporcionada, segregación en el trabajo y violencia sexual.
Pero es posible que el mayor obstáculo a la igualdad de género en África subsahariana sea el dinero; básicamente, las mujeres tienen menos que los hombres. Según el Banco Mundial, en la región tiene cuenta bancaria el 37% de las mujeres, contra el 48% de los hombres. Y aunque los porcentajes son bajos para ambos sexos, lo preocupante es que la diferencia se amplió en los últimos años, mientras a escala global la financiación total al alcance de los pobres creció en forma sostenida.
Hoy las mujeres dominan la agricultura africana (que es la industria más importante del continente). Pero esto no se trasladó a un mayor control de las finanzas. Una medida de esta deficiencia es el uso del crédito: en África Oriental (donde trabaja la organización a la que pertenezco), las mujeres piden prestado para actividades agrícolas un 13% menos de dinero que los hombres. El analfabetismo, límites a la posesión de la tierra y restricciones a la autonomía y la movilidad conspiran para reducir el acceso de las mujeres rurales a financiación agrícola.
Estas barreras han tenido un efecto drástico en el progreso social y económico. Para empezar, la falta de capital dificulta a las mujeres comprar semillas y fertilizantes de calidad, o incluso acceder a tierras cultivables, lo que a su vez reduce la productividad agrícola. Los rendimientos de las cosechas en la región están muy por debajo de los promedios mundiales, lo que se debe en parte a que las mujeres no pueden invertir suficiente dinero en sus emprendimientos.
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La desigualdad de género también es costosa en el nivel macro. El PNUD calcula que la falta de integración de las mujeres a las economías nacionales cuesta en total a los países de África subsahariana una pérdida de productividad combinada de 95 000 millones de dólares cada año. Cuando las mujeres que viven en la pobreza no pueden trabajar o contribuir a la sociedad, el crecimiento se estanca.
En cambio, cuando las agricultoras tienen acceso a financiación, los beneficios se extienden mucho más allá de los campos de cultivo. Está demostrado que el empoderamiento financiero aumenta la participación de las mujeres en la toma de decisiones comunitaria. Además, la inclusión financiera de las mujeres ayuda a combatir la marginación social y mejora el bienestar de las familias; cuando las madres tienen cierto control de las finanzas del hogar, es menos probable que sus hijos mueran de desnutrición y más probable que crezcan sanos y fuertes.
En vista de estos beneficios, la pregunta no es si hay que ampliar el acceso de las campesinas africanas a capital para sus emprendimientos agrícolas, sino cómo proveérselo. Una solución es idear programas de crédito que consideren las disparidades en materia de educación y movilidad; tener en cuenta la discriminación social es esencial para que adolescentes y mujeres aprovechen al máximo la financiación disponible. Otra opción es ampliar y profundizar iniciativas de mediación exitosas que ayudan a las mujeres a hablar de inclusión financiera con sus maridos.
Pero uno de los cambios más importantes sería que las instituciones financieras asuman un liderazgo comprometido. Más mujeres tendrían acceso a recursos financieros si los bancos y servicios de crédito ofrecieran productos a la medida de sus necesidades. Por ejemplo, los bancos pueden crear programas de crédito específicos para cultivos típicamente femeninos (como maní y girasol). Las instituciones financieras también pueden alentar el liderazgo femenino en las cooperativas de agricultores y dar apoyo a los mercados donde las mujeres venden cosechas.
Al ritmo actual con que avanza la inclusión financiera, al mundo le llevará más de doscientos años alcanzar la igualdad de género. Es inaceptable. El progreso hacia el empoderamiento de las mujeres no tiene por qué ser tan lento; y no lo será, si gobiernos, actores internacionales y la industria financiera hacen un esfuerzo concertado para diseñar y sostener políticas con más atención al género.
Traducción: Esteban Flamini