LAGOS – Primero, las grandes empresas agroindustriales vinieron a quedarse con nuestras tierras y alterar nuestros sistemas alimentarios con pesticidas sintéticos, fertilizantes, semillas patentadas y organismos transgénicos. Ahora estas empresas suben su apuesta con los “impulsores genéticos”, una tecnología deliberadamente invasiva diseñada para propagar material genético a toda una población o especie. Esto plantea una grave amenaza a la tierra, la biodiversidad, los derechos y el suministro de alimentos de los africanos.
En conmemoración del Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre) de este año, la Alianza para la Soberanía Alimentaria en África (en inglés AFSA, una red de organizaciones de agricultores que opera en 52 de los 54 países africanos) ha unido sus esfuerzos a los de cientos de otros importantes actores activistas de todo el mundo para oponerse al uso de impulsores genéticos. Hemos llamado a que Naciones Unidas y otras organizaciones multilaterales establezcan una moratoria mundial contra la liberación en el ambiente, y en particular en contextos agrícolas, de organismos modificados con estas biotecnologías.
Los impulsores genéticos han sido descritos como “introductores de genes a la fuerza”, ya que literalmente fuerzan rasgos transgénicos en poblaciones enteras de insectos, plantas, hongos y otros organismos. Lo que antes sólo era la posibilidad de un accidente catastrófico (la difusión descontrolada en todo un ecosistema de genes de diseño perjudiciales) ahora puede convertirse en una estrategia deliberada.
Los investigadores ya han diseñado “genes egoístas” capaces de difundirse automáticamente en dos especies de insectos. Normalmente, los hijos de organismos que se reproducen sexualmente tienen una probabilidad del 50% de heredar un gen cualquiera de sus padres. Pero los impulsores genéticos elevan la probabilidad a casi 100%, de modo que los hijos y toda la descendencia futura portarán el rasgo en cuestión.
Los impulsores genéticos son una amenaza evidente para los sistemas naturales. Si se liberan en el ambiente, pueden alterar las cadenas alimentarias, erradicar especies beneficiosas (por ejemplo, las polinizadoras) y trastocar las prácticas y culturas agroecológicas indígenas.
Quienes investigan impulsores genéticos apenas han comenzado a considerar lo que podría ocurrir si genes producidos en el laboratorio no se comportaran como predicen sus modelos teóricos. No se puede asegurar que no habrá difusión de genes causantes de esterilidad femenina en especies que polinizan cultivos o son fuente de alimentos para aves, reptiles e incluso seres humanos; ni se puede descartar la posibilidad de que genes artificiales desactiven genes naturales beneficiosos, o incluso causen brotes de enfermedades nuevas.
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Quienes están desarrollando impulsores genéticos han gastado millones de dólares en promocionar esta tecnología como una forma fácil de lograr ambiciosas metas sanitarias y conservacionistas como las delineadas en la Agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas para 2030. En mi parte del mundo (África occidental), científicos de un proyecto de la Fundación Bill y Melinda Gates contra la malaria (Target Malaria), con millones de dólares en financiación, están promoviendo un plan para liberar mosquitos con impulsores genéticos, que incluye hacer primero una liberación de mosquitos modificados genéticamente pero sin impulsores genéticos.
No hace falta decir que muchos en la región sentimos que se nos está usando como ratas de laboratorio en un experimento que puede destruir la capacidad de las familias rurales africanas para producir alimentos para sí mismas y para sus comunidades. Además, es un experimento que puede resultar doblemente contraproducente, ya que la malnutrición puede aumentar el riesgo de muerte por malaria. Preocupados por su salud y la de su ambiente, los agricultores africanos agroecológicos (junto con grupos como AFSA, La Coalition pour la Protection du Patrimoine Génétique Africain –COPAGEN– y Terre À Vie) han lanzado una campaña contra la experimentación en campo con mosquitos transgénicos.
Las comunidades locales no ignoran el hecho de que el uso de impulsores genéticos contra los mosquitos transmisores de la malaria es en gran medida una estrategia de relaciones públicas: el objetivo real es la agricultura. Según “Forcing the Farm”, un nuevo informe del Grupo ETC y la Fundación Heinrich Böll, hasta los líderes del ámbito de los impulsores genéticos aceptan tácitamente que las tecnologías que están desarrollando se usarán en la agroindustria más que en cualquier otro sector.
Al fin y al cabo, los impulsores genéticos pueden cambiar todo el modelo de negocios agroindustrial. En vez de sólo alterar las especies que los agricultores cultivan, las corporaciones biotecnológicas ahora intentarán controlar la composición genética de cada elemento del ecosistema agrícola, desde las especies polinizadoras hasta las malezas y las pestes. Por ejemplo, algunos investigadores quieren usar organismos con impulsores genéticos para infiltrarse en ciertas plagas y eliminarlas en unas pocas generaciones.
Tras aceptar el discurso que presenta a los impulsores genéticos como la solución mágica para todo, organizaciones agrícolas tales como la Cámara de Productores de Cerezas de California y la Junta de Investigación en Cítricos de Estados Unidos están colaborando con Agragene Inc., la primera empresa mundial en tecnología de impulsores genéticos agrícola. Y por supuesto, las grandes empresas agroindustriales (Monsanto-Bayer, Syngenta-ChemChina, DowDuPont –ahora llamada Corteva Agriscience– y Cibus) operan desde las sombras sobre el debate político en torno de los impulsores genéticos, tras recibir de científicos y asesores de relaciones públicas el consejo de mantener un perfil bajo.
Algunos proponentes de los impulsores genéticos sostienen que son compatibles con las metodologías agroecológicas, por ejemplo la agricultura orgánica. Pero no nos confundamos: el uso agrícola de impulsores genéticos sería otra modalidad de las herramientas del modelo agroindustrial, que nunca ha pasado la prueba de sustentabilidad y que por eso genera cada vez más rechazo en favor de la adopción de un modelo agroecológico basado en el principio de “soberanía alimentaria”. Este segundo modelo, que cuenta con el respaldo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, promueve el intercambio de conocimiento y semillas entre los agricultores y la protección de los ecosistemas locales.
El próximo mes, representantes de más de 190 países se reunirán en Sharm el Sheij (Egipto) para la 14.ª edición de la Conferencia de Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad. Allí discutirán la conveniencia de poner un freno a los impulsores genéticos, para asegurar que los agricultores y los pueblos indígenas sean debidamente consultados antes de implementar estas tecnologías en sus comunidades. Esperemos que la comunidad internacional cumpla su deber de proteger los suministros de alimentos y los derechos de los agricultores de todo el mundo.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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LAGOS – Primero, las grandes empresas agroindustriales vinieron a quedarse con nuestras tierras y alterar nuestros sistemas alimentarios con pesticidas sintéticos, fertilizantes, semillas patentadas y organismos transgénicos. Ahora estas empresas suben su apuesta con los “impulsores genéticos”, una tecnología deliberadamente invasiva diseñada para propagar material genético a toda una población o especie. Esto plantea una grave amenaza a la tierra, la biodiversidad, los derechos y el suministro de alimentos de los africanos.
En conmemoración del Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre) de este año, la Alianza para la Soberanía Alimentaria en África (en inglés AFSA, una red de organizaciones de agricultores que opera en 52 de los 54 países africanos) ha unido sus esfuerzos a los de cientos de otros importantes actores activistas de todo el mundo para oponerse al uso de impulsores genéticos. Hemos llamado a que Naciones Unidas y otras organizaciones multilaterales establezcan una moratoria mundial contra la liberación en el ambiente, y en particular en contextos agrícolas, de organismos modificados con estas biotecnologías.
Los impulsores genéticos han sido descritos como “introductores de genes a la fuerza”, ya que literalmente fuerzan rasgos transgénicos en poblaciones enteras de insectos, plantas, hongos y otros organismos. Lo que antes sólo era la posibilidad de un accidente catastrófico (la difusión descontrolada en todo un ecosistema de genes de diseño perjudiciales) ahora puede convertirse en una estrategia deliberada.
Los investigadores ya han diseñado “genes egoístas” capaces de difundirse automáticamente en dos especies de insectos. Normalmente, los hijos de organismos que se reproducen sexualmente tienen una probabilidad del 50% de heredar un gen cualquiera de sus padres. Pero los impulsores genéticos elevan la probabilidad a casi 100%, de modo que los hijos y toda la descendencia futura portarán el rasgo en cuestión.
Los impulsores genéticos son una amenaza evidente para los sistemas naturales. Si se liberan en el ambiente, pueden alterar las cadenas alimentarias, erradicar especies beneficiosas (por ejemplo, las polinizadoras) y trastocar las prácticas y culturas agroecológicas indígenas.
Quienes investigan impulsores genéticos apenas han comenzado a considerar lo que podría ocurrir si genes producidos en el laboratorio no se comportaran como predicen sus modelos teóricos. No se puede asegurar que no habrá difusión de genes causantes de esterilidad femenina en especies que polinizan cultivos o son fuente de alimentos para aves, reptiles e incluso seres humanos; ni se puede descartar la posibilidad de que genes artificiales desactiven genes naturales beneficiosos, o incluso causen brotes de enfermedades nuevas.
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Quienes están desarrollando impulsores genéticos han gastado millones de dólares en promocionar esta tecnología como una forma fácil de lograr ambiciosas metas sanitarias y conservacionistas como las delineadas en la Agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas para 2030. En mi parte del mundo (África occidental), científicos de un proyecto de la Fundación Bill y Melinda Gates contra la malaria (Target Malaria), con millones de dólares en financiación, están promoviendo un plan para liberar mosquitos con impulsores genéticos, que incluye hacer primero una liberación de mosquitos modificados genéticamente pero sin impulsores genéticos.
No hace falta decir que muchos en la región sentimos que se nos está usando como ratas de laboratorio en un experimento que puede destruir la capacidad de las familias rurales africanas para producir alimentos para sí mismas y para sus comunidades. Además, es un experimento que puede resultar doblemente contraproducente, ya que la malnutrición puede aumentar el riesgo de muerte por malaria. Preocupados por su salud y la de su ambiente, los agricultores africanos agroecológicos (junto con grupos como AFSA, La Coalition pour la Protection du Patrimoine Génétique Africain –COPAGEN– y Terre À Vie) han lanzado una campaña contra la experimentación en campo con mosquitos transgénicos.
Las comunidades locales no ignoran el hecho de que el uso de impulsores genéticos contra los mosquitos transmisores de la malaria es en gran medida una estrategia de relaciones públicas: el objetivo real es la agricultura. Según “Forcing the Farm”, un nuevo informe del Grupo ETC y la Fundación Heinrich Böll, hasta los líderes del ámbito de los impulsores genéticos aceptan tácitamente que las tecnologías que están desarrollando se usarán en la agroindustria más que en cualquier otro sector.
Al fin y al cabo, los impulsores genéticos pueden cambiar todo el modelo de negocios agroindustrial. En vez de sólo alterar las especies que los agricultores cultivan, las corporaciones biotecnológicas ahora intentarán controlar la composición genética de cada elemento del ecosistema agrícola, desde las especies polinizadoras hasta las malezas y las pestes. Por ejemplo, algunos investigadores quieren usar organismos con impulsores genéticos para infiltrarse en ciertas plagas y eliminarlas en unas pocas generaciones.
Tras aceptar el discurso que presenta a los impulsores genéticos como la solución mágica para todo, organizaciones agrícolas tales como la Cámara de Productores de Cerezas de California y la Junta de Investigación en Cítricos de Estados Unidos están colaborando con Agragene Inc., la primera empresa mundial en tecnología de impulsores genéticos agrícola. Y por supuesto, las grandes empresas agroindustriales (Monsanto-Bayer, Syngenta-ChemChina, DowDuPont –ahora llamada Corteva Agriscience– y Cibus) operan desde las sombras sobre el debate político en torno de los impulsores genéticos, tras recibir de científicos y asesores de relaciones públicas el consejo de mantener un perfil bajo.
Algunos proponentes de los impulsores genéticos sostienen que son compatibles con las metodologías agroecológicas, por ejemplo la agricultura orgánica. Pero no nos confundamos: el uso agrícola de impulsores genéticos sería otra modalidad de las herramientas del modelo agroindustrial, que nunca ha pasado la prueba de sustentabilidad y que por eso genera cada vez más rechazo en favor de la adopción de un modelo agroecológico basado en el principio de “soberanía alimentaria”. Este segundo modelo, que cuenta con el respaldo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, promueve el intercambio de conocimiento y semillas entre los agricultores y la protección de los ecosistemas locales.
El próximo mes, representantes de más de 190 países se reunirán en Sharm el Sheij (Egipto) para la 14.ª edición de la Conferencia de Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad. Allí discutirán la conveniencia de poner un freno a los impulsores genéticos, para asegurar que los agricultores y los pueblos indígenas sean debidamente consultados antes de implementar estas tecnologías en sus comunidades. Esperemos que la comunidad internacional cumpla su deber de proteger los suministros de alimentos y los derechos de los agricultores de todo el mundo.
Traducción: Esteban Flamini