WASHINGTON – En enero pasado Kenya parecía estarse hundiendo en la locura. Las escenas salen como de una pesadilla: niños masacrados dentro de iglesias ardientes, muchedumbres armadas con machetes en los barrios bajos de las ciudades, un país al borde del colapso. Para cuando las cosas se calmaron, más de 1,500 personas habían muerto y más de 400,000 habían sido desplazadas, después de una elección que los observadores calificaron de fraudulenta.
WASHINGTON – En enero pasado Kenya parecía estarse hundiendo en la locura. Las escenas salen como de una pesadilla: niños masacrados dentro de iglesias ardientes, muchedumbres armadas con machetes en los barrios bajos de las ciudades, un país al borde del colapso. Para cuando las cosas se calmaron, más de 1,500 personas habían muerto y más de 400,000 habían sido desplazadas, después de una elección que los observadores calificaron de fraudulenta.