dr1013c.jpg Dean Rohrer

La persona y la ciudad

BEIJING – ¿Cuál es el evento más importante de nuestra era? Depende del día, pero en el caso de que pensemos en siglos y no en días, seguramente la urbanización de la humanidad es un fuerte contendiente. Hoy en día, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, en comparación a menos del 3% en el año 1800. Hasta el año 2025, se espera que China, por sí sola, tenga 15 “mega-ciudades”, cada una con una población que llegue al menos a 25 millones de personas. ¿Están los críticos sociales en lo correcto al preocuparse por la soledad atomizada de la vida en una gran ciudad?

Es cierto que las ciudades no pueden proporcionar el rico sentido de comunidad que a menudo caracteriza a los pueblos y ciudades pequeñas. Sin embargo, en las ciudades se desarrolla una forma distinta de comunidad. A menudo las personas se enorgullecen de sus ciudades, y tratan de fortalecer las culturas cívicas que las distinguen.

La historia sobre el orgullo que se siente por la ciudad en la que se vive comenzó hace muchos siglos atrás. En la antigüedad, los atenienses se identificaban con espíritu democrático de su ciudad, mientras que los espartanos se enorgullecían de la reputación de fuerza y disciplina militar de la suya. Por supuesto, las áreas urbanas de hoy en día son enormes, diversas y plurales, por lo que puede parecer extraño decir que una ciudad moderna tiene un espíritu distintivo que permea la vida colectiva de sus residentes.

Sin embargo, las diferencias entre, por ejemplo, Beijing y Jerusalén, sugieren que las ciudades realmente tienen un espíritu distintivo. Ambas ciudades están diseñadas con un núcleo rodeado por círculos concéntricos; sin embargo, el núcleo de Jerusalén expresa los valores espirituales, mientras que en Beijing representa el poder político. Además, el espíritu distintivo de una ciudad da forma a mucho más que a sus líderes. Beijing atrae a los principales críticos politólogos de China, mientras que en Jerusalén, los principales críticos sociales abogan por una interpretación de la religión que mantiene que las personas son sagradas y no así los objetos inanimados. En ambos casos, a pesar de las objeciones a los principios específicos de la ideología dominante, pocos rechazan el espíritu distintivo propio de cada ciudad.

También podemos pensar en Montreal, cuyos habitantes deben navegar en las aguas entreveradas de las políticas lingüísticas. Montreal es un ejemplo relativamente exitoso de una ciudad en la que tanto los anglófonos como los francófonos se sienten en casa; pero sin embargo, los debates lingüísticos dominan el escenario político, y dichos debates estructuran un espíritu distintivo del cual se apropian los residentes de dicha ciudad.

Hong Kong es un caso especial, donde el modo de vida capitalista es tan fundamental que está consagrado en la Constitución (la Ley Básica). Sin embargo, el capitalismo al estilo de Hong Kong no se basa simplemente en la búsqueda de la ganancia material. Se sustenta en una ética confuciana que prioriza el cuidado de los demás por encima del interés individual, lo que ayuda a explicar por qué Hong Kong tiene el mayor porcentaje de donaciones caritativas en Asia Oriental.

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Por otro lado, Paris se distingue por su espíritu romántico. Pero los parisinos rechazan el concepto banal de Hollywood de que el amor es una historia que siempre tiene un final feliz. Su idea de romance se centra en su oposición a los valores formales y la previsibilidad de la vida burguesa.

En verdad, muchas ciudades tienen identidades distintivas de las cuales sus habitantes se sienten orgullosos. El orgullo urbano, lo que llamamos "civismo", es una característica clave de nuestras identidades en la actualidad. En parte, esto es importante porque las ciudades que tienen un espíritu distintivo claro resisten mejor a las tendencias homogeneizadoras de la globalización. Es preocupante ver cómo los países proclaman ideales atemporales y orgánicos, pero la reafirmación de las particularidades de una ciudad puede ser vista como un signo de salud.

Las ciudades chinas tratan de contrarrestar la uniformidad a través de campañas para recuperar sus “espíritus” sui géneris. Harbin, por ejemplo, se enorgullece de su historia de tolerancia y apertura a los extranjeros. Por otra parte, el sitio Web oficial de Tel Aviv elogia, entre otros atractivos, el papel progresista de la ciudad como un centro mundial para la comunidad gay.

El orgullo urbano también puede impedir el desarrollo del nacionalismo extremo. La mayoría de las personas necesita una identidad común, pero puede ser mejor encontrarla en su apego a una ciudad que en su apego a un país que está armado y dispuesto a entrar en conflicto bélico con sus enemigos. Las personas que tienen un fuerte sentido de civismo, pueden tomar decisiones basadas en mucho más que simplemente un mero patriotismo, cuando se trata de decidir sobre compromisos nacionales

Las ciudades que tienen un fuerte espíritu distintivo también son capaces de alcanzar metas políticas que son difíciles de lograr a nivel nacional. China, Estados Unidos e incluso Canadá pueden tardar años en poner en práctica planes serios para enfrentar el cambio climático. Sin embargo, ciudades como Hangzhou, Portland y Vancouver se enorgullecen de su espíritu “verde”, y van mucho más allá de los requisitos nacionales en materia de protección del medio ambiente.

Se culpa a la urbanización de una amplia variedad de males sociales modernos, que van desde la delincuencia y la falta de civismo a la alienación y la anomia. Pero, mediante la infusión de sus espíritus e identidades únicas, nuestras ciudades, en los hechos, pueden ayudar a empoderar a la humanidad para enfrentar los desafíos más difíciles del siglo XXI.

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