De los cohetes a los arados

Moscú: La primera ley de la investigación científica (que cuesta muchísimo dinero) es tan inmutable como las leyes de la gravedad. Por ello, no es de sorprender que la ciencia en Rusia se haya hundido en un agujero negro debido a los desórdenes económicos de la década que siguió a la caída del comunismo. La libertad económica que transformó a Rusia, para bien y para mal, fue desastrosa para los laboratorios e institutos de investigación, cuyos presupuestos desaparecieron, al tiempo que los talentos jóvenes salieron o se dedicaron a la banca o a otros negocios (resalta el caso de Boris Berezovsky, que de matemático pasó a oligarca).

Esta fuga de cerebros tanto interna como externa golpeará a la economía rusa en las próximas décadas. También constituye un regalo no intencional de Rusia al Occidente. La magnitud de esta tansferencia de intelectos probablemente no tiene antecedentes en la historia de la humanidad, y es mayor que la fuga de científicos de la Alemania nazi que tuvo lugar en los años treinta.

Tomemos por ejemplo la institución que yo dirigí durante 35 años: el departamento de física del Instituto Moscovita de Física y Técnica (IMFT), comparable con el prestigiado MIT norteamericano. En los últimos diez años, 1500 egresados de nuestro Instituto se fueron a los Estados Unidos. Utilizando medios comunes de evaluación se calcula que la educación de un científico especializado de alto nivel cuesta un millón de dólares. Así, sólo un Instituto ruso subsidió a los Estados Unidos con científicos por un valor nominal de ¡mil quinientos millones de dólares!

Por supuesto, las semillas del colapso de la ciencia en Rusia se sembraron durante la época soviética, cuando los militares financiaban tres cuartas partes de la investigación científica. Sin el imperativo de la Guerra Fría, la investigación se convirtió en blanco fácil para los recortadores de presupuesto del Kremlin. Sin embargo, no sólo hubo recortes en las infladas ramas de la ciencia militar. Durante la última década, el gasto total en investigación científica se redujo a menos del 5% de su valor anterior. Las investigaciones oceanográficas y geológicas, tradicionalmente fuertes en Rusia, prácticamente han dejado de existir.

A esta dieta de hambre le siguieron reformas muy duras. Antes de 1991 había 4,500 institutos de investigación en Rusia. Aproximadamente quinientos pertenecían a la prestigiosa Academia de Ciencias y se ocupaban principalmente de las ciencias básicas. El resto, los institutos divisionales (instalaciones de investigación industrial, despachos de diseño, estaciones de campo y demás), pertenecían a uno u otro ministerio, y realizaban investigación aplicada, que en los sistemas capitalistas generalmente se deja en manos del sector privado. El gobierno privatizó unos 1,100 institutos divisionales, transfiriendo el problema de su financiamiento a alguien más. No obstante, la privatización es brutal, dado que la mayoría de esos organismos no están preparados para sobrevivir en el libre mercado.

Esto se debe a que no existe en Rusia un sistema para convertir la investigación en productos y tecnologías comerciables. No hay un sistema de capitales de riesgo (es decir, uno en el que los inversionistas apoyen desarrollos científicos que tengan buenas perspectivas). No hay apoyos financieros ni fiscales para ello. Los bancos rusos no sabrían por dónde empezar. Además, no existen parques tecnológicos como los que suelen estar vinculados con universidades en el Occidente y que facilitan que los logros de la ciencia moderna tengan aplicaciones útiles. Sin esos sistemas de apoyo, Rusia seguirá perdiendo no sólo gente buena, sino también esperanzas para su futuro.

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Sin embargo, no todo está perdido. En comparación con las actividades serias de investigación científica, la investigación básica es barata y es aquí donde permanece una tradición rusa sólida, aunque dañada, sobre la cual se puede construir. Las economías de los tigres asiáticos tienen una amplia base de alta tecnología, pero no se les reconoce por sus científicos. Cuando nuestra economía se adapte –si es que se adapta—tendremos una base de conocimientos de la cual alimentarnos.

La adaptación ya se está dando. Las viejas estructuras se están desmoronando y están siendo reemplazadas. La Academia Rusa de las Ciencias, el organismo más poderoso en la materia, se está abriendo a la sangre nueva y ha aumentado el número de especialistas en un 20% en los últimos años.

Las influencias del exterior también son importantes. El apoyo financiero y moral de la Fundación Internacional para las Ciencias de George Soros, por ejemplo, mantuvo a flote un sistema de revisión por iguales (o pares) que se estableció en 1992 en la Fundación Rusa para la Investigación Básica. La revisión por iguales es de vital importancia para la nueva generación de científicos. En un sistema viable de revisión por iguales las oportunidades de obtener dinero son proporcionales al desempeño. El problema principal de la FRIB es que maneja apenas el 6% del presupuesto nacional para las ciencias. En comparación, el 90% de las investigaciones civiles en los Estados Unidos están sujetas a revisiones por iguales. No obstante, aunque persiste una tendencia hacia el control estatal, el sistema se está abriendo.

El Internet también ayuda a esta apertura, puesto que favorece la transmisión de información y los contactos desde y hacia Rusia y el mundo. Dado su alto nivel de educación, los rusos aceptan y utilizan Internet con facilidad. Sin embargo, esto no es suficiente. A pesar de que las fronteras se han abierto, los contactos científicos, la participación en conferencias e incluso el intercambio de publicaciones siguen siendo problemáticos.

De hecho, para muchos el aislamiento es infranqueable. Una generación de científicos e investigadores –aquéllos demasiado viejos y arraigados como para cambiar sus estilos de vida y adaptarse, pero demasiado jóvenes para jubilarse—no tiene salidas. Muchos se marchitan en lo que fueron poderosos centros de investigación; otros forman la población entera de ciudades cerradas que dependían por completo de un instituto o proyecto militar. Su suerte se parece a la de los siervos rusos liberados a mediados del siglo XIX. Después de una vida bajo el yugo, feudal o comunista, acostumbrarse a la libertad no es fácil.

Los que logran adaptarse son un modelo para toda Rusia. La ciencia moderna es democrática y se basa en el mérito. Abierta al talento, y sólo al talento, la gente que descubre algo nuevo recibe reconocimientos y recompensas. En las ciencias, la dictadura de la razón se combina con la libertad de las ideas. Esa fusión es lo que Rusia necesita, la reconciliación entre los fríos cálculos del mercado y la búsqueda de la verdad. En esa reconciliación yace el futuro de la ciencia rusa y de Rusia misma.

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