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Nuevas esperanzas para la energía renovable

VIENA – Hace un decenio, se veía la energía renovable como una consecuencia indeseada de los combustibles fósiles, pero la reciente creación del Organismo Internacional de Energía Renovable (OIER) indica que los gobiernos de todo el mundo se están tomando en serio las “renovables”. En vista de la preocupación en aumento por el cambio climático y la volatilidad de los precios del petróleo y de otros combustibles fósiles, las renovables están llegando a ser por fin una propuesta viable.

El OIER tendrá su sede en los Emiratos Árabes Unidos, en Ciudad de Masdar, que se construirá en el desierto de aquí a 2011y será la primera ciudad  del mundo con un balance neutro de dióxido de carbono. Además, ese organismo mantendrá dos secciones decisivas en Europa: un centro de tecnología e innovación en Bonn y una oficina en Viena encargada de las alianzas estratégicas con otros organismos, en particular de las Naciones Unidas.

Según un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en 2008 se invirtieron casi 155.000 millones de dólares en empresas y proyectos de energía renovable a escala mundial, excluidos los proyectos hidroeléctricos en gran escala. A escala mundial, el sector de la energía renovable ha creado 2,3 millones de puestos de trabajo en los últimos años. Tan sólo en Alemania, el crecimiento del sector ha propiciado la creación de 250.000 nuevos empleos verdes en menos de diez años.

Las grandes empresas están gastando miles de millones de dólares para estudiar las oportunidades que pueden brindar las renovables. Existen planes en serio para convertir el calor y la luz solar del desierto del Sáhara en la mayor fuente energética de Europa, que suministraría energía a 500 millones de personas. Según ciertos cálculos aproximados, empezar a enviar electricidad del Sáhara a Europa dentro de un decenio podría costar un máximo de 60.000 millones de dólares. Con apoyo público, los avances podrían ser mucho más rápidos. Los costos son enormes, pero la actual crisis económica y financiera nos ha enseñado a no tener miedo a los números de diez cifras.

Con el tiempo, los costos de las energías renovables se reducirán, en consonancia con la innovación tecnológica y la producción en gran escala. Recientemente, el Parlamento Europeo ha promulgado una ley para apoyar a los inversores que ayuden al continente europeo a alcanzar su meta de obtención del 20 por ciento de su electricidad gracias a energía renovable de aquí a 2020.

El OIER, como nueva plataforma mundial para las renovables, prestará asesoramiento normativo y ayuda en materia de creación de capacidad y de transferencia de tecnología, lo que contribuirá a brindar a las naciones más pobres un acceso asequible a la energía limpia, paso decisivo con vistas a sacar a millones de personas de la pobreza. Aun así, los escépticos podrían decir: ¿de verdad hemos de añadir otra sigla a la sopa de letras de la burocracia mundial? Mi respuesta es que sí. Ese nuevo organismo tiene ya posibilidades inmensas.

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En primer lugar, el OIER resultará muy eficaz para formular políticas y propagar la tecnología, en parte porque los países que han desempeñado un papel fundamental en su nacimiento –Alemania, Dinamarca y España– tienen unas credenciales impecables en materia de política “verde”. Dinamarca es una adelantada en la comercialización de energía eólica y produce la mitad de las turbinas eólicas del mundo. Pronto podrán preparar el terreno para el mundo posterior a Kyoto.

Alemania encabeza el sector de la tecnología limpia, centrada en la energía solar. Tiene previsto obtener el 47 por ciento de su electricidad a partir de renovables de aquí a 2020. España fue uno de los primeros países que introdujo un plan energético nacional encaminado a fomentar las fuentes de energía renovable y reducir las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero. También hemos de añadir aquí a Austria, reconocido centro internacional de la energía y país destacado en la producción y las tecnologías de energía renovable.

En segundo lugar, los numerosos miembros del nuevo organismo –136 Estados– están muy interesados en beneficiarse de las oportunidades que brindará la energía renovable para el crecimiento, la creación de puestos de trabajo y la contribución a la consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio. Esos países reconocen las posibilidades de la energía renovable, en particular nuevas soluciones, sin conexión a las redes eléctricas, en las zonas rurales.

En tercer lugar, el OIER estará radicado en un país en desarrollo, lo que constituye un voto de confianza en la calidad, la pericia institucional y el dinamismo que existe en el mundo en desarrollo. Además, el establecimiento de su sede en Abu Dhabi constituye un mensaje inequívoco de que el fomento de la energía renovable no tiene carácter “antipetróleo”. Los combustibles fósiles seguirán acompañándonos durante algún tiempo futuro, por lo que debemos buscar continuamente formas más limpias de utilizarlos.

Al mismo tiempo, debemos afrontar la realidad: los combustibles fósiles no durarán eternamente y algunos suministros pueden escasear pronto. Así, pues, debemos prepararnos para lo inevitable y elaborar las pertinentes políticas, tecnologías e infraestructuras institucionales lo antes posible.

Aunque el OIER no sea un componente del sistema de las NN.UU., se debe considerarlo parte de la familia desde el principio. Una lección que hemos aprendido del debate sobre el cambio climático, con vistas a la cumbre que se celebrará en diciembre en Copenhague, y de la crisis económica es la de que sólo mediante la cooperación mutua podemos lograr una transformación auténtica.

En cierto sentido, esa transformación ya ha llegado. El OIER es una prueba sólida de que nuestro mundo está dispuesto a alejarse de un pasado atestado de dióxido de carbono y alimentar un futuro limpio y próspero que puedan disfrutar igualmente los países en desarrollo y los desarrollados.

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