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Las lecciones de política de las últimas crisis económicas

STANFORD – La economía de Estados Unidos ha experimentado dos crisis económicas terribles en los últimos 15 años. La primera fue la crisis financiera de 2008-09, que generó la primera recesión profunda en un cuarto de siglo. El desempleo alcanzó el 10% -muy por encima de los pronósticos de los economistas del presidente Barack Obama- y la recuperación posterior fue dolorosamente lenta.

En respuesta, la Reserva Federal de Estados Unidos redujo su tasa de interés objetivo a cero, y luego implementó un alivio cuantitativo y otras medidas poco convencionales. Inmediatamente después de la Ley de Recuperación y Reinversión de Estados Unidos de 787.000 millones de dólares de Obama en 2009 llegaron otras medidas de “estímulo”, pero estas resultaron ser ineficaces y, en gran medida, beneficiaron intereses especiales. Si bien el costoso programa “Cash for Clunkers” (dinero por chatarra) para reemplazar los autos contaminantes más viejos efectivamente aceleró, por poco tiempo, las compras de autos nuevos, las ventas enseguida colapsaron, lo que resultó meramente en una reducción insignificante de las emisiones.

Por su parte, el vicepresidente Joe Biden fue puesto a cargo de un intento loablemente transparente de “crear o salvar” 3,7 millones de empleos, pero luego se produjeron bochornos importantes. Dos departamentos de la ciudad de Los Ángeles contrataron apenas 55 trabajadoresdespués de recibir 111 millones de dólares en fondos de estímulo federales. La startup de energía solar Solyndra recibió un préstamo de 535 millones de dólares del gobierno y, poco tiempo después, entró en quiebra. Un proyecto de trenes de alta velocidad en California recibió un subsidio de 3.000 millones de dólares, pero recién se empezó a construir en 2015. “El gobierno es un capitalista de riesgo nefasto”, observóLawrence H. Summers, el principal asesor económico de Obama en aquel momento.

Sin duda, las políticas económicas deberían juzgarse por sus resultados generales, no por ignominias anecdóticas. Hasta los mejores atletas del mundo no están en su pico el 100% del tiempo. Pero la mejor “conjetura” afable es que los programas de “estímulo” fiscal de la administración Obama lograron 2,5 millones de empleos a un costo de alrededor de 300.000 dólares por puesto de trabajo, seis veces la remuneración de tiempo completo mediana.

Es difícil deslindar los efectos a más corto plazo de diversas políticas de lo que podría haber ocurrido en cualquier circunstancia, o del efecto rezagado de las políticas previas. Antes de que estallara la pandemia a comienzos de 2020, a la reforma impositiva de 2017 del presidente Donald Trump y al exceso de regulación de la administración previa les siguió un desempleo históricamente bajo, en especial para las minorías. La desigualdad caía al nivel más bajo en más de 25 años y los salarios crecían más rápidamente en la base de la pirámide.  

Cuando llegó el COVID-19 a comienzos de 2020, nadie podía estar seguro de cuánto tiempo duraría o de cuántas vidas se podía cobrar. El gobierno federal y los gobiernos estatales cerraron gran parte de la economía estadounidense, causando un salto abrupto del desempleo del 3,5% al 14,8% en el lapso de dos meses. La Fed bajó su tasa objetivo a cero, compró grandes volúmenes de bonos del Tesoro y títulos respaldados por hipotecas y creó múltiples canales de crédito y liquidez.

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Una serie de proyectos de ley de gasto de emergencia en 2020 movilizaron más de 4 billones de dólares para una variedad de propósitos, entre ellos transferencias de dinero a los hogares, los gobiernos estatales y locales, las escuelas y los hospitales; beneficios de desempleo generosos a niveles sin precedentes, y préstamos y subsidios para pequeñas empresas a fin de que pudieran retener a sus empleados. Si bien el agujero económico era más profundo, la recuperación fue mucho más rápida que después de la Gran Recesión (debido, en parte, al desarrollo y distribución acelerados de las vacunas).

Tal como predije, el Plan de Rescate Estadounidense de Biden de 1,9 billones de dólares de marzo de 2021 -que era tres veces más grande que las brechas de producción proyectadas de 2021 y 2022 combinadas- llegó cuando la economía ya se acercaba al pleno empleo y, en consecuencia, alimentó una inflación “no transitoria”. La Fed gradualmente aumentó su tasa objetivo al rango actual de 5,25-5,5%, lo que, combinado con las fuerzas naturales y una moderación (aunque no eliminación) del gasto adicional del gobierno, hizo bajar nuevamente la inflación. La economía ha estado en un “aterrizaje suave” -hasta el momento.

Los economistas y los políticos debatirán hasta el cansancio sobre las lecciones de estos episodios: ¿Qué salió bien, qué salió mal y a qué costo? ¿A quién deberíamos darle crédito o responsabilizar? Ofreceré unas pocas conclusiones tentativas.

Primero, los multiplicadores del gasto del gobierno (la cantidad de actividad económica producida por cada dólar que se gasta) eran alrededor de 0,6, que es apenas un tercio de lo que suponían muchos responsables de políticas y sus asesores. Si bien se sabía que la política fiscal es más difícil de implementar con celeridad que la política monetaria, se implementaron medidas fiscales bastante rápido durante ambas crisis. Pero muchas de ellas fueron menos efectivas de lo previsto, y el mayor gasto continuó durante demasiado tiempo, dejando un tendal de deuda gubernamental más alta y un balance de la Fed abultado.

Dicho esto, la cantidad de hogares que vivían en la periferia financiera también era más alta de lo que suponían anteriormente muchos economistas, lo que indica que todavía existe un fuerte argumento humanitario para ofrecer un respaldo temporario.

Otra lección es que los detalles del lado de la oferta son clave para anticipar los efectos de una política fiscal contracíclica, no solo con respecto al crecimiento a largo plazo. Las respuestas a ambas crisis incluyeron una extralimitación regulatoria y desincentivos laborales (dos tercios de los beneficios de los destinatarios durante la pandemia estaban por encima de su salario) que, con el tiempo, resultarían perjudiciales.

Una administración competente también es un factor importante. Es inentendible que la respuesta pandémica en un principio abrumara a algunas agencias, pero, en California, seguía habiendo más de un millón de solicitudes de seguro de desempleo bloqueadas más de un año después de que estallara la epidemia, y se pagaron unos 30.000 millones de dólares en reclamos fraudulentos. Los programas administrados federalmente también sufrieron un fraude a gran escala.

Si bien la capacidad de deuda de los países ricos resultó ser mayor de lo que muchos habían imaginado, nunca deberíamos suponer que las tasas de interés van a permanecer bajas para siempre. Prorrogar el pago de deudas más altas a tasas más elevadas es doloroso y obligará a tomar decisiones presupuestarias difíciles. Debería haber resultado obvio que un gasto deficitario importante y una relajación monetaria cuando la economía está cerca del pleno empleo le abriría la puerta a una inflación elevada, lo que exigiría un ajuste de la política monetaria. Son muchos los que parecen haber olvidado estas lecciones de los años 1960, 1970 y 1980. Peor aún, ahora que la deuda nacional y el balance de la Fed se han ampliado, las respuestas futuras en materia de políticas pueden verse obstaculizadas.

Como predije, un aterrizaje suave puede ser posible a pesar de su rareza histórica. Todavía no hemos sufrido la que podría haber sido la recesión más anticipada de la historia. Pero, llegado el caso, habrá otra recesión y la lección final de las crisis recientes es que, si no aprendemos del pasado reciente, los políticos nuevamente se sentirán tentados de responder con elementos de una lista de deseos costosa, o usar la crisis como otra excusa más para llevar a cabo experimentos de ingeniería social disruptivos.

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