BARCELONA – La Unión Europea ha reunido a 28 países en una unión política y económica más estrecha. Paradójicamente, también permite mejor acariciar la idea de desmembrar a algunos de esos países.
Actualmente, la independencia para un Estado pequeño de un grupo político y económico como la UE sería arriesgada. Sin embargo, dentro de la UE las barreras entre los Estados –y, por tanto, los riesgos económicos y políticos de la independencia– serán menores.
Pensemos en Escocia, donde el 18 de septiembre se celebrará un referéndum popular sobre la independencia. Dicho referéndum es la consecuencia de una victoria arrolladora del Partido Nacional Escocés en las elecciones al Parlamento de Escocia celebradas en 2011. El Primer Ministro de Gran Bretaña, David Cameron, se ha pronunciado en contra de que Escocia abandone el Reino Unido, pero no se ha opuesto a la celebración del referéndum. Las encuestas de opinión posteriores al anuncio de la formulación del referéndum (“¿Debe ser Escocia un Estado independiente?”) indican que no es probable que el bando del “sí” obtenga una clara mayoría.
En España, hay un debate nacional sobre la independencia de Cataluña, donde la identidad nacional resulta fortalecida por el hecho de que la mayoría de los residentes de esa región hablan catalán, además de español. En cambio, sólo un uno por ciento de los escoceses hablan el gaélico escocés. Tal vez a consecuencia de eso, el apoyo a la independencia en Cataluña parece ser mucho más amplio, pues aproximadamente la mitad de los residentes de la región dicen apoyar la secesión.
Pero el Parlamento español votó arrolladoramente contra la posibilidad de permitir que el Gobierno catalán celebre un referéndum sobre la independencia y el Gobierno central ha dicho que semejante votación sería inconstitucional. De todos modos, Artur Mas, Presidente del Gobierno regional de Cataluña, ha prometido seguir adelante con un referéndum no vinculante.
Si la mayoría de los votantes en una región determinada de un país son partidarios de la independencia, ¿quiere eso decir que tienen derecho a la secesión? No cabe duda de que se deben abordar más cuestiones que ésa.
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¿Y si la secesión de una región deja atrás un resto del Estado que ya no sea viable? Dentro de la UE, ese problema es menor, en vista de que los Estados pequeños siguen beneficiándose –en teoría– del libre comercio dentro de la Unión, pero, fuera de la UE, la situación del resto del Estado puede ser muy dura.
En septiembre de 1938, Hitler amenazó con atacar a Checoslovaquia para colocar bajo su Gobierno a los alemanes étnicos que vivían cerca de la frontera con Alemania. El Acuerdo de Múnich concedió esa región, a la que los nazis se referían como Sudetenland, a Alemania, y dejó a Checoslovaquia sin fronteras defendibles y con el terreno preparado para la invasión nazi y la partición del país en el mes de marzo siguiente.
Si se hubiera ofrecido un referéndum libre y justo a los alemanes de los Sudetes, una mayoría podría haber respaldado la unión con Alemania, pero, ¿se les habría concedido así el derecho a dejar el resto de Checoslovaquia indefenso contra su gran vecino hostil?
El Reino Unido y España no tienen por qué temer que la independencia de Escocia y de Cataluña los exponga a semejantes amenazas. Aun así, la secesión de Escocia privaría al Reino Unida de los importantes ingresos debidos al petròleo del mar del Norte, de los que dependería en gran medida la economía de una Escocia independiente, y España podría sufrir también las consecuencias de la pérdida de la desproporcionada contribución de Cataluña a la economía española.
Unas violaciones generalizadas de los derechos humanos, causadas o toleradas por un Gobierno nacional, pueden originar el –a veces llamado– derecho reparador a la secesión para los habitantes de una región. Si fallan otros remedios en esa situación, la secesión podría estar justificada como último recurso, aun cuando imponga costos cuantiosos al resto del Estado.
Así fue cuando Bangladesh se separó del Pakistán y así también fue supuestamente cuando la OTAN apoyó la independencia de Kosovo respecto de Servia, pero no lo es en el caso de Escocia o de Cataluña, como tampoco parece serlo, pese a la propaganda rusa, en las regiones de Ucrania con mayorías étnicas rusas.
Si Escocia y Cataluña llegan a ser países independientes jamás, será sólo porque el Reino Unido y España lo permitan. Todos los Estados tienen interés en la estabilidad, por lo que resulta difícil imaginar que, a falta de violaciones graves, innegables y generalizadas de los derechos humanos, otros Estados reconocieran a una región que, después de haber formado parte de un Estado durante muchos siglos, se declarara independiente sin la aquiescencia del país del que se separe.
Tampoco es probable que la UE acepte a Escocia y a Cataluña como miembros, si el Reino Unido y España rechazan sus reivindicaciones de la independencia. De hecho, el Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, ha dicho que la UE puede rechazar las solicitudes de adhesión de Escocia y Cataluña o al menos retrasarlas considerablemente, aun cuando el Reino Unido y España acepten su independencia. Y, sin la adhesión a la UE, resulta difícil imaginar que una mayoría del pueblo de Escocia y de Cataluña se lanzara a la incertidumbre económica que entrañaría la independencia.
Así, pues, el papel de un referéndum en una región que aspira a la secesión puede ser sólo una forma de persuasión dirigida al Gobierno del Estado existente. Una gran participación que revelara una clara mayoría a favor de la independencia sería una forma de decir: “Ved lo importante que es para nosotros esta cuestión. Estamos tan insatisfechos con el status quo, que ahora la mayoría de nosotros somos partidarios de la secesión. Si queréis que nos quedemos, debéis abordar los agravios por los cuales una mayoría quiere marcharse”.
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BARCELONA – La Unión Europea ha reunido a 28 países en una unión política y económica más estrecha. Paradójicamente, también permite mejor acariciar la idea de desmembrar a algunos de esos países.
Actualmente, la independencia para un Estado pequeño de un grupo político y económico como la UE sería arriesgada. Sin embargo, dentro de la UE las barreras entre los Estados –y, por tanto, los riesgos económicos y políticos de la independencia– serán menores.
Pensemos en Escocia, donde el 18 de septiembre se celebrará un referéndum popular sobre la independencia. Dicho referéndum es la consecuencia de una victoria arrolladora del Partido Nacional Escocés en las elecciones al Parlamento de Escocia celebradas en 2011. El Primer Ministro de Gran Bretaña, David Cameron, se ha pronunciado en contra de que Escocia abandone el Reino Unido, pero no se ha opuesto a la celebración del referéndum. Las encuestas de opinión posteriores al anuncio de la formulación del referéndum (“¿Debe ser Escocia un Estado independiente?”) indican que no es probable que el bando del “sí” obtenga una clara mayoría.
En España, hay un debate nacional sobre la independencia de Cataluña, donde la identidad nacional resulta fortalecida por el hecho de que la mayoría de los residentes de esa región hablan catalán, además de español. En cambio, sólo un uno por ciento de los escoceses hablan el gaélico escocés. Tal vez a consecuencia de eso, el apoyo a la independencia en Cataluña parece ser mucho más amplio, pues aproximadamente la mitad de los residentes de la región dicen apoyar la secesión.
Pero el Parlamento español votó arrolladoramente contra la posibilidad de permitir que el Gobierno catalán celebre un referéndum sobre la independencia y el Gobierno central ha dicho que semejante votación sería inconstitucional. De todos modos, Artur Mas, Presidente del Gobierno regional de Cataluña, ha prometido seguir adelante con un referéndum no vinculante.
Si la mayoría de los votantes en una región determinada de un país son partidarios de la independencia, ¿quiere eso decir que tienen derecho a la secesión? No cabe duda de que se deben abordar más cuestiones que ésa.
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¿Y si la secesión de una región deja atrás un resto del Estado que ya no sea viable? Dentro de la UE, ese problema es menor, en vista de que los Estados pequeños siguen beneficiándose –en teoría– del libre comercio dentro de la Unión, pero, fuera de la UE, la situación del resto del Estado puede ser muy dura.
En septiembre de 1938, Hitler amenazó con atacar a Checoslovaquia para colocar bajo su Gobierno a los alemanes étnicos que vivían cerca de la frontera con Alemania. El Acuerdo de Múnich concedió esa región, a la que los nazis se referían como Sudetenland, a Alemania, y dejó a Checoslovaquia sin fronteras defendibles y con el terreno preparado para la invasión nazi y la partición del país en el mes de marzo siguiente.
Si se hubiera ofrecido un referéndum libre y justo a los alemanes de los Sudetes, una mayoría podría haber respaldado la unión con Alemania, pero, ¿se les habría concedido así el derecho a dejar el resto de Checoslovaquia indefenso contra su gran vecino hostil?
El Reino Unido y España no tienen por qué temer que la independencia de Escocia y de Cataluña los exponga a semejantes amenazas. Aun así, la secesión de Escocia privaría al Reino Unida de los importantes ingresos debidos al petròleo del mar del Norte, de los que dependería en gran medida la economía de una Escocia independiente, y España podría sufrir también las consecuencias de la pérdida de la desproporcionada contribución de Cataluña a la economía española.
Unas violaciones generalizadas de los derechos humanos, causadas o toleradas por un Gobierno nacional, pueden originar el –a veces llamado– derecho reparador a la secesión para los habitantes de una región. Si fallan otros remedios en esa situación, la secesión podría estar justificada como último recurso, aun cuando imponga costos cuantiosos al resto del Estado.
Así fue cuando Bangladesh se separó del Pakistán y así también fue supuestamente cuando la OTAN apoyó la independencia de Kosovo respecto de Servia, pero no lo es en el caso de Escocia o de Cataluña, como tampoco parece serlo, pese a la propaganda rusa, en las regiones de Ucrania con mayorías étnicas rusas.
Si Escocia y Cataluña llegan a ser países independientes jamás, será sólo porque el Reino Unido y España lo permitan. Todos los Estados tienen interés en la estabilidad, por lo que resulta difícil imaginar que, a falta de violaciones graves, innegables y generalizadas de los derechos humanos, otros Estados reconocieran a una región que, después de haber formado parte de un Estado durante muchos siglos, se declarara independiente sin la aquiescencia del país del que se separe.
Tampoco es probable que la UE acepte a Escocia y a Cataluña como miembros, si el Reino Unido y España rechazan sus reivindicaciones de la independencia. De hecho, el Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, ha dicho que la UE puede rechazar las solicitudes de adhesión de Escocia y Cataluña o al menos retrasarlas considerablemente, aun cuando el Reino Unido y España acepten su independencia. Y, sin la adhesión a la UE, resulta difícil imaginar que una mayoría del pueblo de Escocia y de Cataluña se lanzara a la incertidumbre económica que entrañaría la independencia.
Así, pues, el papel de un referéndum en una región que aspira a la secesión puede ser sólo una forma de persuasión dirigida al Gobierno del Estado existente. Una gran participación que revelara una clara mayoría a favor de la independencia sería una forma de decir: “Ved lo importante que es para nosotros esta cuestión. Estamos tan insatisfechos con el status quo, que ahora la mayoría de nosotros somos partidarios de la secesión. Si queréis que nos quedemos, debéis abordar los agravios por los cuales una mayoría quiere marcharse”.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.