NUEVA YORK – El capital, que ya venía con una larga racha ganadora, se acaba de anotar otra gran victoria, en un conflicto por la ética de la inteligencia artificial. La minicrisis por el súbito despido del director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, y su posterior recontratación nos muestra a una empresa sin fines de lucro que se planteó la misión de priorizar la seguridad de la IA sobre las ganancias pero fue incapaz de controlar a una filial lucrativa.
NUEVA YORK – El capital, que ya venía con una larga racha ganadora, se acaba de anotar otra gran victoria, en un conflicto por la ética de la inteligencia artificial. La minicrisis por el súbito despido del director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, y su posterior recontratación nos muestra a una empresa sin fines de lucro que se planteó la misión de priorizar la seguridad de la IA sobre las ganancias pero fue incapaz de controlar a una filial lucrativa.