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De bancos y rescates financieros

PALO ALTO – Las señales tempranas de un repunte de la actividad de la industria manufacturera, ya fuerte en Asia, permiten esperar una modesta recuperación de la profunda recesión global que se vive hoy en día. Sin embargo, es improbable que haya una expansión sólida y duradera sino hasta ver avances en la forma de abordar los activos tóxicos que envenenan las hojas de balance de las instituciones financieras y aquejan a las autoridades de casi todos los puntos del planeta.

El sistema financiero es una compleja interacción de acreedores y prestatarios, compradores y vendedores, y ahorristas e inversionistas. Cuando funciona bien, equilibra riesgo y recompensa, e innovación y seguridad.

Los bancos y otras firmas financieras toman préstamos a corto plazo –en los años recientes, cada vez más a partir del mercado de valores comerciales, no de depósitos- y prestan a largo plazo a altos tipos de interés, asumiendo tanto el riesgo del crédito (de que se produzca un impago) como el riesgo del tipo de interés. El creciente apalancamiento potencia las ganancias en épocas de alza, pero es muy riesgoso en las de baja. No es de sorprender entonces que las grandes firmas financieras que han quebrado –Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac, AIG y Lehman Brothers- fueran las más apalancadas, por 30 o 40 veces su capital.

Entre 2002 y 2007 se prestaron billones de dólares para hipotecas con alto riesgo crediticio y riesgo crediticio normal, préstamos automotrices, tarjetas de crédito, bienes inmuebles comerciales, capital privado y otros, bajo el supuesto de (la mayoría) de los prestatarios y acreedores de que en el futuro cercano seguirían habiendo un fuerte crecimiento global, un aumento de los precios de las viviendas y un crédito de corto plazo fácil de obtener. Una vez que se detuvo la música, el valor de los activos se desplomó. La complejidad de los conjuntos de préstamos securitizados que se vendían en todo el mundo -de manera bilateral directa- como piezas de distintos tramos de crédito, hizo que nadie estuviera seguro de quién era dueño de qué, o del valor de cada cosa.

Esta dificultad para valorar los ahora llamados activos tóxicos sigue siendo la base de las actuales dificultades del crédito. La inmensa respuesta por parte de los bancos centrales y los ministerios de finanzas ha aliviado un poco la presión. La facilitación de papeles comerciales de la Reserva Federal de los Estados Unidos fue de ayuda para reabrir el mercado de valores comerciales (aunque otras de sus medidas han tenido menos éxito).

El barómetro de estrés que los expertos vigilan más estrechamente, el spread del LIBOR-OIS (Overnight Indexed Swap), ha bajado significativamente con respecto a los niveles estratosféricos que alcanzara durante el apogeo de la crisis. Algunos programas de gobierno se están contrayendo debido a la falta de demanda, pero sigue habiendo poca securitización y un bajo nivel de oferta de los bancos sin respaldo gubernamental.

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La idea original del gobierno estadounidense de comprar (algunos de) los activos tóxicos con los 700 mil millones de dólares del TARP ( Programa de Alivio para Activos en Problemas , por sus siglas en inglés), dio paso a infusiones de capital (y auto-rescates financieros). El nuevo programa de inversión pública-privada del Secretario del Tesoro Timothy Geithner para comprar activos tóxicos ha tenido pocos interesados, a pesar del financiamiento subsidiado sin posibilidad de recurso ( non-recourse ). Así, los activos tóxicos siguen presentes en las hojas de balance de los bancos y otras instituciones.

¿Pueden los bancos generar utilidades suficientes por un tiempo lo bastante largo como para amortizar las pérdidas más pequeñas y recabar más tarde capital privado cuando la economía mejore? ¿O son las pérdidas tan grandes -y con el peligro de aumentar aún más a medida que se añadan otras (como las de los bienes inmuebles comerciales)- que se hace improbable, si no imposible, una salida gradual?

Las estimaciones de las pérdidas sobre los préstamos y valores estadounidenses varían entre 1 billón y casi 4 billones de dólares. El FMI las calcula en 2,7 billones de dólares, pero el margen de incertidumbre es enorme. Más de la mitad corresponde a bancos y corredores de bolsa. En Asia y Europa Occidental hay problemas análogos (por ej., para préstamos a Europa del Este).

El gradualismo y la rentabilidad, y finalmente los bonos Brady de EE.UU., lograron superar la crisis de la deuda latinoamericana en los años 80. Sin embargo, una economía en dificultades empujará a la baja el valor de los activos tóxicos y hará que más de ellos se vuelvan tóxicos. Por ejemplo, la caída de los precios de las viviendas hará que más familias caigan en la categoría de capital negativo, en que las hipotecas valen más que la vivienda. Esto crea un incentivo a que ocurran impagos de la deuda, lo que eleva la cantidad de ejecuciones hipotecarias y reduce el valor de los valores respaldados por hipotecas en los libros de las firmas financieras.

Las autoridades necesitan un Plan B en caso de que sea necesario aplicar uno, que siga el modelo de la rápida solución por parte de Estados Unidos de los ahorros y créditos insolventes a principios de los 90, junto con la venta de activos tóxicos en grandes bloques (para prevenir la así llamada selección adversa, que ocurre al llevar a cabo cualquier proceso de licitación). La historia es instructiva.

De los 500 mil millones de dólares que Estados Unidos requirió para la Resolution Trust Corporation  (equivalentes a 1¼  billón de hoy), 400 mil millones se recuperaron gracias a las ventas de activos, lo que dio un coste neto de 100 mil millones, un décimo de las peores proyecciones, que ascendían a 1 billón. Es probable que el resultado final del rescate financiero de las hipotecas tóxicas y otros activos sea un monto mayor, pero aún así será mucho menos que el valor nominal de los préstamos, debido a que en gran cantidad de casos los activos subyacentes conservarán un valor considerable.

Además de los planes de rescate financiero y activos tóxicos, los gobiernos de todo el mundo quieren que los bancos centrales monitoreen el riesgo del sector financiero y de la macroeconomía, a diferencia de centrarse sólo en firmas individuales. La administración de Barack Obama designaría a la Fed, cuyo historial ha sido reconocer las crisis tardíamente. El Banco de Inglaterra busca poderes similares. La Unión Europea busca establecer una Junta de Riesgo Sistémico Europeo compuesta por los gobernadores de los bancos centrales nacionales y encabezada por el Banco Central Europeo.

¿Qué harán estos bancos centrales para aconsejar acerca del riesgo prudencial a nivel macroeconómico? ¿Exigir ajustes en los grandes desequilibrios de cuenta corriente? ¿Llamar a reducir los impuestos, el gasto y la deuda del gobierno, que son los principales riesgos sistémicos? Hacerlo pondría en peligro la independencia de las políticas monetarias y elevaría la amenaza inflacionaria en el futuro.

No será fácil tratar con las instituciones financieras que se consideran demasiado grandes como para permitir su quiebra. El sistema actual, que permite ganancias privatizadas de tomas de riesgo altamente apalancadas pero socializa las pérdidas en caso de que fracasen, se debe modificar para evitar debacles financieras periódicas.

Para equilibrar los beneficios de escala y alcance con las pérdidas socializadas que terminan pagando los contribuyentes, se debe exigir a las firmas demasiado grandes como para quebrar que tengan más capital, y el monto debería aumentar no en proporción del tamaño. Convertir cierta parte de la deuda en capital bajo ciertas condiciones predeterminadas que alerten sobre una falta de solvencia sería un nivel de protección adicional. Si se añade una cota más alta para los rescates financieros del gobierno, estos mayores incentivos inducirían a las instituciones financieras privadas e inversionistas a asumir sus responsabilidades antes de que ocurra el desastre.

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