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El otro cambio de poder global

CAMBRIDGE – Desde 2017, la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos se ha centrado en la competencia de las grandes potencias y, hoy, gran parte de Washington está ocupado en retratar nuestra relación con China como una nueva guerra fría. Obviamente, la competencia entre grandes potencias sigue siendo un aspecto crucial de la política exterior, pero no debemos permitir que empañe las crecientes amenazas a la seguridad transnacional que la tecnología está colocando en la agenda.

Las transiciones de poder entre estados son familiares en la política mundial, pero el traspaso de poder impulsado por la tecnología de los estados a actores transnacionales y fuerzas globales trae aparejada una complejidad nueva y poco familiar. El cambio tecnológico está introduciendo una cantidad de cuestiones –entre ellas la estabilidad financiera, el cambio climático, el terrorismo, los delitos cibernéticos y las pandemias- en la agenda global al mismo tiempo que tiende a debilitar la capacidad de respuesta de los gobiernos.

El universo de las relaciones transnacionales fuera del control de los gobiernos incluye, entre otros, a banqueros y criminales que transfieren fondos electrónicamente, terroristas que transfieren armas y planes, hackers que usan las redes sociales para alterar procesos democráticos y amenazas ecológicas como las pandemias y el cambio climático. El COVID-19, por ejemplo, ya ha matado a más norteamericanos de los que murieron en las guerras de Corea, Vietnam e Irak y, sin embargo, gastamos poco para prepararnos para su ataque. Por otra parte, el COVID-19 no será la última pandemia ni la peor.

Los individuos y las organizaciones privadas –desde WikiLeaks, Facebook y fundaciones hasta terroristas y movimientos sociales espontáneos- están empoderados para desempeñar roles directos en la política mundial. La difusión de información significa que el poder está más repartido, y que redes informales pueden debilitar el monopolio de la burocracia tradicional. Y la velocidad de la transmisión de información online significa que los gobiernos tienen menos control de sus agendas, y que los ciudadanos enfrentan nuevas debilidades.

El aislamiento no es una opción. Los dos océanos de Estados Unidos son una garantía de seguridad menos efectiva de lo que eran antes. Cuando Estados Unidos bombardeó Serbia e Irak en los años 1990, Slobodan Milošević y Saddam Hussein no pudieron responder con un ataque contra el territorio estadounidense. Eso, en poco tiempo, cambió. En 1998, el presidente Bill Clinton lanzó misiles crucero contra blancos de al-Qaeda en Sudán y Afganistán; tres años después, al-Qaeda mató a 3.000 personas en Estados Unidos (más que el ataque a Pearl Harbor), convirtiendo aviones civiles de Estados Unidos en misiles crucero gigantes.

Pero la amenaza no tiene por qué ser física. Las grillas eléctricas, los sistemas de control del tráfico aéreo y los bancos de Estados Unidos son vulnerables a electrones que se pueden originar en cualquier parte dentro y fuera de las fronteras estadounidenses. Los océanos no ayudan. Un ciberataque podría originarse a diez millas o a diez mil.

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Las libertades democráticas, además de la infraestructura, son vulnerables a los ciberataques. En 2014, cuando Corea del Norte objetó una comedia de Hollywood que se burlaba de su líder, lanzó un ciberataque exitoso que amenazó la libertad de expresión.

Muchos observadores suponen que, dado que las gigantescas empresas tecnológicas como Facebook, Google y Twitter son oriundas de Estados Unidos, son instrumentos de poder norteamericano. Pero en la elección presidencial de Estados Unidos en 2016, Rusia pudo usar estas compañías como armas para influir en el resultado. Otros pueden seguir ese modelo. 

La revolución de la información y la globalización está cambiando la política mundial. Así las cosas, aún si Estados Unidos prevalece en la competencia de las grandes potencias, no puede alcanzar muchos de sus objetivos si actúa por su cuenta. Más allá de los potenciales reveses para la globalización económica, por ejemplo, los efectos del cambio climático –entre ellos los episodios climáticos extremos, las pérdidas de cultivos y las crecidas de los niveles de los océanos- afectarán la calidad de vida de todos, y Estados Unidos no puede manejar el problema solo. En un mundo donde las fronteras se están volviendo más porosas a todo, desde drogas ilícitas y enfermedades infecciones hasta terrorismo, los países deben usar su poder blando de atracción para desarrollar redes y construir regímenes e instituciones que aborden estas nuevas amenazas a la seguridad.

El argumento para que la principal potencia del mundo asuma un papel de liderazgo a la hora de organizar la producción de bienes públicos globales sigue siendo más fuerte que nunca en este mundo “neo-feudal”. Pero la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos de 2017 dice poco sobre estas amenazas, y acciones como el retiro del acuerdo climático de París y de la Organización Mundial de Salud son pasos en la dirección equivocada.

Como resume el problema Richard Danzig, experto en tecnología, “las tecnologías del siglo XXI son globales no sólo en su distribución, sino también en sus consecuencias. Los patógenos, los sistemas de IA, los virus informáticos y la radiación que otros pueden liberar accidentalmente podrían convertirse en un problema tanto para nosotros como para ellos. Se debe buscar la implementación de sistemas de comunicación acordados, controles compartidos, planes de contingencia comunes, normas y tratados como una manera de moderar nuestros numerosos riesgos mutuos”. Los aranceles y los muros no pueden solucionar estos problemas.

En algunas áreas de bienes públicos militares y económicos, el liderazgo unilateral de Estados Unidos puede ofrecer gran parte de la respuesta. Por ejemplo, la Marina de Estados Unidos es crucial a la hora de defender la libertad de navegación en el Mar de la China Meridional y, en la actual recesión global, la Reserva Federal de Estados Unidos ofrece el rol estabilizador y crucial de prestador de último recurso.

Pero en otras cuestiones, el éxito exigirá la cooperación de otros. Como sostengo en mi libro Do morals matter?, algunos aspectos del poder en este nuevo mundo son un juego de suma positiva. No basta con pensar en términos del poder de Estados Unidos sobre los demás. También debemos pensar en términos de poder para lograr objetivos conjuntos, lo que implica ejercer el poder con otros.

Ese tipo de razonamiento brilla por su ausencia en el debate estratégico actual. En muchas cuestiones transnacionales, empoderar a los demás puede ayudar a Estados Unidos a lograr sus propios objetivos. Por ejemplo, Estados Unidos se beneficia si China mejora su eficiencia energética y emite menos dióxido de carbono.

En este nuevo mundo, las redes y la conectividad se vuelven una fuente importante de poder y seguridad. En un mundo de creciente complejidad, los estados más conectados son los más poderosos. En el pasado, la apertura de Estados Unidos mejoró su capacidad para construir redes, mantener instituciones y sustentar alianzas. La pregunta ahora es si esa apertura y voluntad de compromiso con el mundo resultarán sostenibles en la política doméstica de Estados Unidos.

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