El fracaso de la cumbre de la Unión Europea celebrada en Bruselas ha puesto de manifiesto con la mayor claridad las diferencias de actitudes entre la mayoría de los nuevos países miembros de la Europa central y oriental y los “antiguos” miembros. Tal vez resulte sorprendente a muchos que esas diferencias no correspondieran al guión esperado, en el que los nuevos miembros serían despiadadamente pragmáticos y pedirían la máxima cantidad de fondos de la UE que pudieran conseguir, mientras que la mayoría de los países occidentales moderarían su egoísmo nacional en pro de los ideales de integración europea, que se remontan a varios decenios.
El fracaso de la cumbre de la Unión Europea celebrada en Bruselas ha puesto de manifiesto con la mayor claridad las diferencias de actitudes entre la mayoría de los nuevos países miembros de la Europa central y oriental y los “antiguos” miembros. Tal vez resulte sorprendente a muchos que esas diferencias no correspondieran al guión esperado, en el que los nuevos miembros serían despiadadamente pragmáticos y pedirían la máxima cantidad de fondos de la UE que pudieran conseguir, mientras que la mayoría de los países occidentales moderarían su egoísmo nacional en pro de los ideales de integración europea, que se remontan a varios decenios.