TEL AVIV – Al igual que las guerras civiles, los conflictos étnicos y religiosos suelen terminar de una manera: con la derrota total de una de las partes. Estos enfrentamientos despiertan pasiones tan intensas que los acuerdos de paz son extremadamente difíciles de negociar y, cuando se alcanzan, son fundamentalmente frágiles, prácticamente imposibles de aplicar y con muchas probabilidades de colapsar. La guerra por Nagorno-Karabaj –un enclave de unos 120.000 armenios cristianos dentro del territorio de Azerbaiyán, de mayoría musulmana– no es una excepción.
TEL AVIV – Al igual que las guerras civiles, los conflictos étnicos y religiosos suelen terminar de una manera: con la derrota total de una de las partes. Estos enfrentamientos despiertan pasiones tan intensas que los acuerdos de paz son extremadamente difíciles de negociar y, cuando se alcanzan, son fundamentalmente frágiles, prácticamente imposibles de aplicar y con muchas probabilidades de colapsar. La guerra por Nagorno-Karabaj –un enclave de unos 120.000 armenios cristianos dentro del territorio de Azerbaiyán, de mayoría musulmana– no es una excepción.